La guerra que no fue
Creo que un suceso como el 9/11 nos marca, evidentemente, con un antes y un después como sociedad; pero, además, también hace mella a nivel personal, porque se queda una huella indeleble, como cuando hemos vivido aquí en México los sismos, y sabemos perfectamente qué hacíamos ese día en el momento exacto del movimiento telúrico. […]
Hidalgo NeiraCreo que un suceso como el 9/11 nos marca, evidentemente, con un antes y un después como sociedad; pero, además, también hace mella a nivel personal, porque se queda una huella indeleble, como cuando hemos vivido aquí en México los sismos, y sabemos perfectamente qué hacíamos ese día en el momento exacto del movimiento telúrico.
Ese 9 de septiembre de 2001 recuerdo perfecto estar en mi cuarto, viendo la televisión, y como si fuese una película sobre el Apocalipsis, interrumpieron transmisiones en varios canales públicos para anunciar la tragedia de cómo se estrellaba un primer avión en las Torres Gemelas; en un pequeño recuadro mantenían la transmisión en vivo, no fue hasta que cayó la segunda aeronave que la cobertura fue total, dejando otros temas de lado.
George W. Bush, el entonces presidente de Estados Unidos, de inmediato condenó el ataque, y cuando los talibanes se adjudicaron esta catástrofe, todo el peso bélico de la Unión Americana se fue a Afganistán para clamar la sangre de Osama bin Laden.
Y una década tuvo que pasar para que se declarara la muerte de este líder terrorista; sin embargo, las tropas seguían en el país de Medio Oriente, pero… ¿para qué?
Se fue Bush, llegó Obama, se impuso Trump y ahora Joe Biden, después de estas tres administraciones, revoca al fin a los uniformados de Afganistán, y el caos no se hizo esperar, una terrible crisis humanitaria sucede ahora mismo, pero que pudo, sin duda, ser evitada, todo por el capricho de hacer una guerra estéril.
Es terrible que se hayan tenido que vivir dos décadas de muerte, de efectivos que fueron a una tierra árida y hostil a combatir a afganos que ni la debían ni temían, como siempre Estados Unidos siendo el protectorado (ajam, Custodio, guiño, guiño) del mundo.
No quisiera decir que hay un lado positivo en la historia, aunque tal vez sí lo hay, toda la cultura y arte alrededor que dejó el 9/11, la literatura, los ensayos, las críticas y por supuesto, el cine que se ha realizado en todos estos años.
Películas hay de todo tipo, entre mis preferidas (que absurdo que tenga películas favoritas de una debacle humanitaria), están Amigos de armas, Whiskey Tango Foxtrot, ambas del 2016; El vicepresidente: más allá del poder (2018), además del aclamado documental de Michael Moore Fahrenheit 9/11 (2004), solo por mencionar algunas.
Lo que también importa es qué reflexión audiovisual a futuro dejará todo este conflicto que ha cesado, porque claramente la crónica continúa, y ¡hasta en México! con el Canciller Marcelo Ebrard, que se quiere parar el cuello ante la opinión pública trayendo refugiadas afganas.
Como si suficientes problemas no hubiera, y ahora darle una “oportunidad” a estas mujeres que salen de una nación misógina y entran a otro Estado de machos, pero como decía el comercial de la Nana Goya en los 90, “esa es otra historia”.
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