A casi 30 años del horror de las muertas de Juárez en nuestro país se siguen matando a las mujeres, igual que ocurrió en esa ciudad fronteriza, sin importar su edad, condición social, color de piel o su estado civil, ni dónde viven o a qué se dedican.
El otoño de la diamantina rosa cambió las formas de protestar de cientos de mujeres en el país, pero lo toral es que nos siguen matando por el hecho de ser mujeres. De acuerdo con especialistas como Marcela Lagarde “cuando se mata a una mujer hay pedagogía: sirve para que las demás nos enteremos, nos aterroricemos y cojamos miedo”. “Que no seamos dueñas ni siquiera del espacio privado…”
Es decir, ¿por qué nos matan?, nos matan para que nos horroricemos, porque saben que en casi tres décadas aún no aprendemos a dejar de que en los ministerios públicos, y en los juicios de la opinión pública nos sigan preguntando cómo vestíamos en ese momento, o si no le habríamos coqueteado al presunto victimario.
Nos matan para que vivamos con terror, para seguir sumisas y mantener el silencio.
Ello a pesar de que en términos conceptuales dejamos de usar la palabra violencia doméstica para referirnos a la violencia de género, sin embargo en lo cotidiano aún se alude a las relaciones de pareja para explicar el que todos los días nos enteremos que una estudiante desapareció, que una niña fue violada y mutilada, que a una activista en una colonia de la Ciudad de México o a una madre que buscaba a su hija, o que pedía justicia ante ese crimen, también terminaron asesinándola.
Los feminicidios deben prevalecer como delito, y desde el Legislativo debemos de trabajar de forma conjunta con los Congresos locales para reforzar la figura y las agravantes, a fin de que desde las fiscalías de los estados se reconozcan como tales, como un crimen de género, como un crimen que ocurre porque no hemos logrado socialmente ser consideradas con la misma valía que los hombres.
Reconozco que debemos fortalecer en la ley, pero también en nuestro actuar cotidiano la deconstrucción del machismo exacerbado y permitir que la transversalidad de la perspectiva de género, y sobre todo una mejor impartición de justicia para que estos crímenes que ocurren día con día, y que tan solo el año pasado rebasaron mil muertes de mujeres, sean castigados. Para que los culpables sean sentenciados, en vez de liberados, o ni siquiera indiciados porque se sostiene que la víctima no fue violada, como ocurrió recientemente en el estado de Zacatecas, a pesar de que ella fue recluida en un penal de varones y de que uno de los custodios la violó de forma reiterada, durante meses.
Por eso nuestra responsabilidad desde el Legislativo es acompañar a la sociedad civil, pero sobre todo a esas madres de familia, a esas hijas, hermanas y a esos padres que se quedaron sin una mujer en su familia, porque a alguien se le ocurrió que la podía asesinar y todo quedaría impune.
En lo personal reitero mi compromiso con los seres más vulnerables que son las mujeres y los niños y las niñas.