La rebelión de las élites
Vuelvo a ver la fila de casas de campaña sobre Juárez en el centro de la Ciudad de México. Me asombro. No puedo concebir un país “al revés”. Aunque no hay un “manual” para hacer visible nuestro activismo, sin duda, no son las formas comunes. Por supuesto, que han generado polémica. La exactitud de la […]
Indira KempisVuelvo a ver la fila de casas de campaña sobre Juárez en el centro de la Ciudad de México. Me asombro. No puedo concebir un país “al revés”. Aunque no hay un “manual” para hacer visible nuestro activismo, sin duda, no son las formas comunes. Por supuesto, que han generado polémica. La exactitud de la fila, la ausencia de gente, las casas de campaña prácticamente todas iguales, desatan desde comentarios de sospechas sobre los liderazgos que están al frente hasta una renovada defensa de las libertades. Al final de cuentas, es la primera vez que me toca ver una manifestación con tales características.
En Nuevo León no es una novedad que muchas personas que de cierta manera han tenido oportunidades y privilegios estén en contra de la administración del Gobierno del presidente. Son cada vez más las voces que de forma visible admiten su animadversión.
Mi análisis intenta encontrar las raíces de la inconformidad y lejos del radicalismo aparente, algo más profundo de lo que pensamos está creciendo y no sólo en términos de queja. Sino en realidades de un país que con este “símbolo” de exigencia abre un capítulo del que ya teníamos noción, pero que como declaratoria principal estamos en un país dividido y muchos de nosotros en la búsqueda de una identidad que no permita que lo estemos más.
Entiendo que las burlas, las mofas, el bullying hacia las y los manifestantes existan. Finalmente, están haciendo uso de una expresión social que algunos han denostado antes.
Pero, cómo demócrata también veo que ante la falta de diálogo y canales institucionales, a cualquier mexicano lo que le queda es la protesta. No tiene de otra. O no tienen de otra. Y, aunque se compartan o no las posturas y argumentos, sabemos que esa es la última “arma” que históricamente se usa: la de la resistencia.
Con un gran diferenciador. En esta ocasión, y se nota, es un pueblo que sí tiene dinero, que no busca un espacio de poder (porque de cierta manera el privilegio tiene que ver con el poder) y que es muy difícil que se puedan lograr acuerdos a cambio de más dinero.
Alejándonos de las posturas de la dicotomía, este país necesita una profunda reflexión sobre esa división. No es una buena señal. No es algo de lo que echar en saco roto, no es para nada más burlarse y no entender que algo está pasando y si no se abre el diálogo, puede agravarse.
La señal de alerta está sobre la mesa cuando hasta aquellos que quizá no tuvieron la necesidad de ser escuchados, ahora lo requieran. Insisto, no se trata de dar o no la razón o comulgar con sus ideas, pero no podemos vivir en un país así en donde crece el odio o la ausencia de acuerdos, porque tarde o temprano asumiremos todos y todas los costos.
Eso debería pensar el presidente que se caracterizó por hacer uso de su libertad a rebelarse, a quejar y cerrar calles. Eso debería sentir un presidente que ya no está en campaña y eso debería saber el presidente que forzosamente tiene que abrir una puerta que no ha querido ni abrir a los “suyos”.
Ante la crisis sanitaria y económica y lo que viene, necesitamos al presidente que concilie los pedazos que cada día se rompen más, quizá está a tiempo. Aunque cuando vuelvo a ver las fotos que tomé, pierdo esperanza de que esas dos partes puedan conciliar lo que parece irreconciliable, pero que necesitamos.