Irradiaba felicidad en cada fotografía, desde niña la apodaron “Nippy” en el ámbito familiar y no le importó ser corista de su madre durante sus primeros años, antes de que su éxito saliera a relucir y alcanzara el estrellato.
Su presencia inocente ante la cámara, la primera vez que salió en televisión, en 1983, daba contrapeso a la voz por la que desde ese momento se hizo legendaria y ahí empezó a recorrer el sendero del triunfo, nadie como ella, jamás igualada, la auténtica Whitney Houston.
Pero todo por servir se acaba, y mucho más cuando los excesos hacen presencia y se vuelven incontrolables, además de que si se tiene a la disposición un contrato por 100 millones de dólares, todo se vuelve alcanzable.
Desde el comienzo hasta el final, cuando era sólo una niña al interior de una familia de clase media de Nueva Jersey y después de terminar con su tormento en una tina de baño, en Beverly Hills, todo esto y más es dicho en Whitney, documental del cineasta Kevin Macdonald.
El testimonial reúne la opinión de la familia, amigos y del exesposo de la cantante, quienes hablan de manera desenfadada de cómo era el estilo de vida de la afroamericana, que escondió su bisexualidad de la vida pública, que procuró llevar un matrimonio impecable, que negó el abuso de drogas y tapó los malos manejos de su padre en su carrera artística, todo se lo guardó ella hasta que ya no pudo más con su dolor.
Macdonald logra, a través de 120 minutos, contar la existencia de Houston, además del paralelismo histórico ocurrido durante los 80 y 90 con un trabajo de edición que mete en situación al espectador novel en su carrera musical o hasta el más experto melómano de la intérprete.
Pero la cereza del pastel sin duda es la revelación de que Houston sufrió hostigamiento sexual de niña por parte de una de sus tías, realidad que la perturbó y ocultó a su familia, todo por salvar las apariencias de una tormenta perfecta.
¿Cómo podía Houston contra ella misma si se consideraba su propio demonio? Así lo dijo en entrevista con Diane Sawyer, en 2002, cuando se le cuestionó del exacerbado consumo de estupefacientes.
“Soy yo decidiendo desde mi corazón lo que yo quiero y lo que no quiero, nadie me hace hacer algo que no quiero hacer, es mi decisión así que el más grande demonio soy yo, soy mi mejor amiga o mi peor enemiga y es eso con lo que he lidiado”, esas fueron las palabras de Houston.
Al final, ningún guardaespaldas hubiera podido rescatarla del ahogo que le colmó en 48 años de sufrimiento implacable.