¿Qué decir del hombre que nació bajo el cobijo del nitrato de celulosa y el haluro de plata? Aquel que tocó a la puerta de Luis Buñuel y le fue cerrada en el acto, en sus narices, cuando le exclamó al cineasta español “me gustaría ser director como usted”.
De ese joven que admiraba al realizador de El ángel exterminador (1962) y que actualmente tiene 75 años, todo se ha escrito y pronunciado, porque sus aspiraciones al séptimo arte rindieron frutos, sentando bases de un cine nacional que hasta ahora sigue resultando boyante.
Bajo la espesa barba y una mirada acuciosa, Arturo Ripstein guarda una voz grave que decanta los trazos del tiempo pasado. Los años que han aleccionado con sus películas a nuevos aspirantes de la cámara, para él han sido jornadas de experiencia que se convirtieron en una constante supervivencia al oficio del cineasta.
Para que su legado siga perpetuándose, la Cineteca Nacional honra al director con una retrospectiva a partir del 11 de enero, en la que se resaltan largometrajes como El castillo de la pureza (1972), El lugar sin límites (1977) y Profundo carmesí (1996), entre otras, que volverán a ser exhibidas en pantalla grande.
Los trasiegos de la vida, esas pulsiones que marcan para siempre a las personas en un escenario común para el mexicano, tanto citadino como lejano de la urbe, son parte de lo que Ripstein ha retratado en su filmografía.
Historias que muestran la sordidez de la sociedad, la repulsión hacia las minorías o la desesperación por sentir el amor. Son arcos narrativos que hilvanan cintas que dejan al descubierto un México universal.
Estas imágenes guardan un cariz que está lejos de la nostalgia, ya que se vuelven un reflejo de lo que representó una época. Postales que se impregnaron de un momento y que ahora en el presente se siguen observando vigentes, cuestionando si es qué vivimos en el ayer o el hoy sólo sigue siendo igual a lo anterior.
El cine de Arturo Ripstein es una enciclopedia viviente que llevará a futuro el espejo de lo que fue el siglo XX en el país azteca. Cintas que describen los roles familiares, las costumbres de la opulencia y la precariedad, sin discriminar o anteponer un filtro más que la propia visión del realizador.
Ver una película de Arturo Ripstein es masticar el amargo sabor que deja México con todos sus matices, aunque al pasar el bocado indigeste, en el fondo sabemos que lo que degustamos es una ventana hacia la realidad.