Lo que el COVID-19 no puede quitarnos

Josefina Vázquez Mota Josefina Vázquez Mota Publicado el
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El encierro ha sido mucho más largo de lo previsto para millones de personas en el mundo y también en nuestro país. Pero el confinamiento no está solo, trae de compañeros de viaje al miedo, la nostalgia, la incertidumbre, a ratos la pérdida de confianza, y también, de desánimo, de esperanza y alegría.

Nuestras vidas cambiaron profundamente y aquellos que se vanagloriaban de querer vivir en soledad, hoy necesitan respirar en un mundo más allá de su metro cuadrado para mirarse y reconocerse en otros.

Extrañamos lo cotidiano, aquello que hoy resulta excepcional y que hasta hace unos meses era lo normal, lo de cada día. La libertad y el privilegio de ir a visitar a nuestros padres y abrazarlos; el poder estar al lado de una hija en el hospital en el nacimiento de nuestra nieta; poder reunirnos en nuestros centros de trabajo, y ejercer nuestras libertades para trasladarnos de un lugar a otro sin restricciones, sanas distancias ni de cubrir nuestros rostros.

Millones de familias ya no celebrarán las navidades todos juntos como hace un año, porque la pandemia del COVID-19 se encargó de llevarse a uno o a varios miembros de sus familias. Otros más, podrán celebrar el milagro de una segunda oportunidad y el nuevo valor de cada instante.

Quienes en tiempos de pandemia se graduaron, se quedarán con ese deseo de celebrar un logro más en compañía de amigos y familiares; las bodas, bautizos, 15 años, primeras comuniones, congresos, olimpiadas, maratones, eventos deportivos y culturales, modificaron sus fechas para el 2021, aunque aún temen que para esas fechas se deban reprogramar.

Millones de mujeres y hombres han perdido sus ingresos y sus empleos al bajar las cortinas de los negocios o por el cierre de empresas, lo que les ha significado dilapidar años de esfuerzo, sacrificio y riesgos, y ahora anhelan renacer como el ave fénix y volver a comenzar.

El personal de salud desea atender a sus pacientes sin miedo, con menos agotamiento y angustia, pero sobre todo, sin el profundo dolor de ver morir a miles y miles de mexicanas y mexicanos.

El COVID-19 ha desnudado lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, de nuestras comunidades y gobernantes. Hay sin duda ejemplos heroicos, de empatía y solidaridad que han marcado nuestras vidas en un antes y después; pero también, hay quienes optaron por el enfrentamiento, el odio, desprecio, ignorancia, indiferencia y negligencia frente al dolor y las necesidades de los otros.

Se ha puesto a prueba nuestra resiliencia, pero también, hemos aprendido nuevas maneras de comunicarnos para no estar tan lejos y percatarnos de aquello que antes del Covid no habíamos observado ni valorado.

Es tiempo de no quedarnos vacíos creyendo que todo se ha perdido, olvidando que contamos con la vida y con bendiciones que seguramente apreciamos más que nunca. No permitamos que el Covid se lleve nuestras almas, nuestro ánimo, y nuestra fortaleza para volver a empezar.

No nos conformemos con solo sobrevivir, porque al final siempre amanece, y es nuestra elección contar solo los males, o agradecer por los bienes y luchar incansablemente para volver a comenzar con más generosidad y empatía.

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