“Mi padre escribió sobre esto en su libro. Capítulo 1 … Página 1 … Párrafo 1: ¿Cuál es la respuesta a 99 de cada 100 preguntas? … Dinero”.
David Aames – Vanilla sky (2001)
La debacle de la carrera de Kevin Spacey tras el escándalo sexual que llegó con el efecto Weinstein, sigue (al parecer) cobrando estragos como un vórtice que succiona todo hacia la decepción en las producciones en las que estuvo involucrado antes de que se revelaran los distintos hostigamientos que hizo a lo largo de su carrera.
Ahora, es con Billionaire Boys Club (2018) que se pone en duda si es que la actuación de este depredador sexual creó un halo de negatividad en la cinta o si en verdad el largometraje es malo por sí mismo.
El reparto (además de Spacey) promete un filme con acento juvenil, ya que Taron Egerton y Ansel Elgort son quienes sostienen los protagónicos, pero la realidad es que hay una falla medular que no tiene que ver con el talento a cuadro, el error está desde su producción.
Tomando de base la historia real del club de niños ricos californianos que en 1983 empezaron a amasar una fortuna pidiendo inversiones que no podían retornar con rendimiento, es que se hace este largometraje que tiene méritos como la recreación de la década en la que transcurre, además de darle un aire de nostalgia.
Pero el guión abusa de recursos que ya fueron utilizados previamente en otras películas financieras como El lobo de Wall Street (2013), me refiero a la narración en off que cuenta en perspectiva cómo se mofan del poder, equiparándose inclusive con que este grupo de malcriados hicieron dinero fácil y más rápido que Facebook y Google en su momento (totalmente innecesaria la mención en el libreto).
Los escritores Captain Mauzner y James Cox —quien dirige— pudieron haber llevado la anécdota real a un escenario donde los personajes tuvieran mayor carácter, utilizar recurso de la inventiva y no sólo quedarse con la idea superficial de las estafas, al final la producción resulta vacía y fracasa no por culpa de Spacey, sino de este equipo creativo.
Lo mismo pasa con la cinta Ladrones de la fama (2013), de Sofía Coppola, el relato resulta vacío aunque había potencial con la crónica de un grupo de adolescentes que se dedicaban a robar a celebridades cuando eran invitados a las fiestas en sus residencias hollywoodenses.
Esta es la peor película en taquilla en toda la carrera del actor Kevin Spacey, ya que apenas logró recabar en Estados Unidos 618 dólares en su primer fin de semana de estreno, pero era obvio, ya que apenas se exhibió en 11 cines de aquel país y lo ocurrido con el histrión opacó un largometraje que, como quiera, estaba destinado a caer.