Definitivamente la cinta de la que hablará el mundo entero para cerrar este 2018 será Roma, de Alfonso Cuarón, por romper todos los cánones existentes en la manera de distribuirse, casi simultáneamente en salas y además llegar a Netflix en menos de un mes.
El furor que está generando la “Roma-manía” al menos en México, llega al punto en el que parece que es más el morbo por sólo estar dentro de las tendencias de moda, que en verdad apreciar el trabajo artístico del cineasta.
Pero entrando en materia, más allá del reconocimiento internacional, el largometraje tiene claros méritos que deben resaltarse en su producción final, aunque también hay otros que de haberse cuidado, la película hubiese tenido una mejor manufactura.
La majestuosidad de aprovechar el espectro sonoro, es un acierto inigualable en el filme de Cuarón, es una experiencia envolvente que pocas producciones fílmicas han logrado a lo largo de la historia del cine. Este detalle es recompensable por completo para acudir a una sala de pantalla grande y admirarla a profundidad.
La cinefotografía en blanco y negro construye una atmósfera de añoranza que además — por si no fuera suficiente— nos transporta a la década de los 70 en un México abrupto. En este aspecto el diseño de arte es admirable.
Esta amalgama de elementos le agrega un cariz romántico a un enfoque personal del realizador, porque claramente este es su largometraje más íntimo, con su sello y rúbrica que emite como una carta de amor a su país de origen.
Roma es la cinta con la que todo México se podrá identificar al verla, tanto quienes residen en la opulencia, como los de clase media y aquellos que viven en una situación menos favorable.
Pero también abre la discusión de mostrar a una familia privilegiada, que cuenta con una nana y a una empleada doméstica para el aseo, situación que hasta en la actualidad sólo cierto estrato de la población se puede permitir pagar.
Es ahí donde Roma puede cuestionarse con un sabor agridulce, entre mostrar una realidad de doble filo, que es tributo, pero a la vez crítica, porque todo depende desde la posición económica que se admire lo dirigido por Cuarón.
Roma es una oda a la nostalgia mexicana, reflejo de su idiosincrasia y mestizaje, hace plausible el recuerdo de la infancia de Cuarón, para traerlo a las nuevas generaciones y sobre todo refrendar que ahí afuera existen esas miradas que esquivamos, de todas aquellas mujeres y hombres que llevan la sangre morena real de la nación, pero no se les dignifica ante la sociedad.