En serio… ¿Qué pasó Netflix? Todo pareciera que después de “Ingobernable” las producciones siguen yendo en crescendo de pretenciosidad y el contenido va en picada, luciendo a celebridades (o ¿talento?) a cuadro en estelares que atraen sólo a un público por sus chismes del momento.
Y es que ahora le toca a “War machine” llegar a la plataforma de streaming, protagonizada por Brad Pitt en el momento más oportuno, tras meses de que se dio su rompimiento con Angelina Jolie. Entonces, la pregunta del millón es ¿porqué voltearán los suscriptores del catálogo en línea a ver la película? Obvio, por el morbo.
Este largometraje satiriza la historia real vivida por el general Stanley McChrystal en 2009, quien después de comandar tropas en Afganistán tuvo que renunciar a su puesto debido a que el periodista Michael Hastings ventiló en su reportaje de Rolling Stone cómo es que el militar y su cuadrilla se burlaban de altos mandos civiles, como Joe Biden.
El titulo resulta indigno para una película que pretende entrar en los cánones del cine bélico. Ahí, en ese Valhalla en el cual entran obras indiscutibles como “Apocalipsis ahora” (1979), “Pelotón” (1986), “Cara de guerra” (1987) y “Zona de miedo” (2008), entre otras que también se encargan de burlarse o hacer parodia del tema militar.
Bien se pudo llamar “The operators”, mismo nombre que lleva el libro que escribió Hastings después de publicada su nota en 2010 y en la que se basa el filme que cambia el nombre de McChrystal a Glen McMahon, personaje encarnado por Pitt.
El actor estadounidense se llena de clichés para interpretar de manera forzada a un tipo que es duro en sus decisiones y estrategias de guerra, por lo que Pitt imposta la voz, se tiñe caras y hace gestos de Popeye… muy lejano de alcanzar el nivel que logró en el rol de Aldo Raine en “Bastardos sin gloria” de Tarantino en 2009.
Hay que tomar una pauta en consideración, esta es una producción original de Netflix, pero realizada por la casa productora Plan B, la cual es perteneciente a Pitt, y Netflix pagó 60 millones de dólares por su distribución. ¿Acaso es que el actor se está encaprichando en pagar sus propios filmes para salir en primer plano?
Los cameos de Ben Kingsley y Tilda Swinton resultan distractores más que un aporte actoral, pareciendo favores que cobraron los productores para utilizar sus rostros en los videos promocionales de la cinta.
El pequeño grano destacable es entender el detrás de la historia que vivió este grupo élite militar: cómo es que un periodista de una revista se logró ganar la confianza de estos acorazados, ventilando sus borracheras, conversaciones y falta de criterio profesional ante este informador que no tuvo empacho en exhibirlos como son.
Moraleja. Aquí, en el periodismo, entre el reportero y el entrevistado, no hay amigos.