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¿Para quién son los festivales?

Siempre es bienvenida una invitación a un festival de cine, sea de quien venga o el que sea que organice el encuentro fílmico, ya que una vez asistiendo a una magna celebración del séptimo arte, no hay marcha atrás, uno se enamora más de los reflectores, la cercanía con la industria y claro, la fiesta que hay detrás, después y al término del día.

Pero entre las sonrisas, los vestidos de coctel, las alfombras rojas y el glamour, al finalizar hay algo que asalta la conciencia, que se busca ignorar y termina por volverse duda más que afirmación: ¿Qué pasa con el público?

Siempre es bienvenida una invitación a un festival de cine, sea de quien venga o el que sea que organice el encuentro fílmico, ya que una vez asistiendo a una magna celebración del séptimo arte, no hay marcha atrás, uno se enamora más de los reflectores, la cercanía con la industria y claro, la fiesta que hay detrás, después y al término del día.

Pero entre las sonrisas, los vestidos de coctel, las alfombras rojas y el glamour, al finalizar hay algo que asalta la conciencia, que se busca ignorar y termina por volverse duda más que afirmación: ¿Qué pasa con el público?

En la recién concluida primer Fiesta Internacional de Cine de San Luis Potosí (SLP), fue que surgió la interrogante, actores de renombre hicieron gala de sus mejores prendas, la sede del Centro de las Artes (Cenart) –antes penitenciaría del estado, cerrada en 1999– se vistió de plácemes y el alcohol no se de- tuvo durante cinco días y cuatro noches… pero ¿y los potosinos?, ¿dónde están los amantes del cine de la localidad?

Los números oficiales arrojan la cifra de “cerca de 6 mil asistentes”, pero fuera de la función inaugural y del cierre, además de la proyección al aire libre de “El puño de hierro” (1927) musicalizada en vivo por Nortec (que después se convirtió en micro tocada), el teatro polivalente del Cenart lució con poco aforo, e inclusive varios voluntarios comentaban que se les pedía entrar a las proyecciones para llenar los espacios vacíos.

Algo que se pudo observar a simple vista era que no había publicidad del evento por la ciudad, e inclusive al comentar la Fiesta del Cine con los lugareños, se sorprendían al no estar enterados.

Este fenómeno no es único de SLP, pero sí es un común denominador en varios festivales de la República, la desinformación predomina en quienes viven en el lugar y pocas veces se acercan a los eventos programados.

¿En qué termina convirtiéndose un festival de cine? Pues a veces suele ser más un escaparate para quienes viven del cine y son industria, que además para colmo, no van con afán de atender a la prensa, sino de aprovechar su viaje todo pagado.

Matt Dillon es el ejemplo en cuestión, ya que recibió el reconocimiento de visitante distinguido, pero no atendió a ningún medio durante su estadía en SLP, pero para el tercer día de muestra fílmica ya se había escapado a Real de Catorce para solo volver al cierre y continuar la “fiesta”.

Insisto, este no es sólo un problema de ese Estado, esto también ocurre en festivales como el de Los Cabos o de otra índole cultural como el Hay Festival, recién celebrado en Querétaro, pero bueno, todo sea por aplaudir lo que los presupuestos gubernamentales del Estado aportan.

Entonces ¿para quién se hace un festival de cine?, ¿para la gente o la élite cultural?

Aplaudo que los esfuerzos sean gratuitos o de acceso económico en la gran mayoría de los casos, pero ¿cómo se acerca un tuerto a la luz si no le enseñan a ver?

Ojalá se invierta menos en la alfombra roja y más en pendones, panorámicos o difusiones para tener butacas llenas del ciudadano y no del turista artístico.

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