Cuando Enrique Peña Nieto dice en uno de los spots que enmarcan la campaña de su segundo informe de Gobierno: “De ser un país detenido, nos transformamos en un país con un paquete de reformas audaz, reconocido por el mundo”, argumenta que México se mueve. ¿Hacia dónde? No dice, pero según el presidente, el país está en movimiento.
Desafortunadamente para el actual inquilino de Los Pinos, esos lugares comunes como “México ya cambió” o “Vivimos una nueva era”, son exageradamente corrientes para los mexicanos; por si fuera poco, la retórica gubernamental presagia tiempos difíciles para nuestro país.
Por eso creemos que es prudente reflexionar si es momento de que empiece la fiesta, a la que amablemente nos invita el Gobierno federal, o quizá de preguntarse si nos movemos ¿hacia adelante? ¿hacia atrás? o ¿a los lados?
Remontémonos en el sexenio de José López Portillo, el expresidente basó su idea económica en la jauja petrolera de los setentas y en la urgencia de los norteamericanos por nuestro crudo que tenía las tres “b” en cada barril: bueno, bonito y barato.
Cuando nuestros vecinos del norte dejaron de consumir las cantidades necesarias en época de guerra, el teatro de López Portillo se vino abajo; los precios del crudo bajaron por debajo de lo estimado y la economía nacional cayó a tal grado que tardó todo un sexenio en mostrar signos de recuperación.
De hecho, el golpe moral para el ciudadano fue tal que la campaña del candidato Miguel de la Madrid Hurtado fue por una renovación moral, marcando un claro desmarque de las políticas económicas y sociales de su antecesor.
La única razón por la que la economía mexicana levantó nariz en el gobierno de De la Madrid fue precisamente por el petróleo, de otro modo, nos hubiera llevado al menos 25 años salir del “hoyo” en el que nos dejó “el perro”.
Cuando Carlos Salinas de Gortari se paseaba por el mundo con el Tratado de Libre Comercio como estandarte de su administración, nos vendió la misma idea: “México ya cambió”, “somos un país reconocido por la comunidad internacional”, “pertenecemos a un bloque económico de primer mundo”, etc.
Al final de su sexenio, lo único que quedó fue una terrible crisis económica, moral y un desprestigio tan grande como el ridículo que hizo el exmandatario al declararse en huelga de hambre atrincherado en la casa de Rosa Ofelia Coronado, en la colonia Fomerrey en Monterrey, Nuevo León, en protesta porque la sociedad que lo aplaudió de pie, ahora lo acusaba de interferir en las investigaciones del asesinato de Colosio, por el arresto de su hermano Raúl y por las críticas mediáticas que le atribuyen la crisis económica.
Vicente Fox tuvo todo para cambiar de tajo el sistema que lo llevó a la presidencia de México, pero en lugar de eso prefirió hacerse rico él, y toda su parentela. Hoy, buena parte de las mediocres acciones que realizó durante el “gobierno del cambio”, bandera propagandística de su administración, ya no existen.
Felipe Calderón no tuvo mucho de que vanagloriarse, a pesar de que llegó a Los Pinos como el “presidente del empleo”, terminó como el mandatario con más muertos a cuestas. El oriundo de Michoacán comenzó en su estado natal la guerra contra el narcotráfico, columna vertebral de su estrategia de gobierno y según expertos, la cifra rebasó las 120 mil personas.
Bajo este contexto, con reformas aprobadas pero de frente a temas fundamentales como crecimiento económico, seguridad nacional y combate a la corrupción, la pregunta es: ¿Que no pare la fiesta?