Nadie debería vivir en carne propia los estragos de una guerra, y los niños, definitivamente, es imperdonable que estén sujetos a vivencias presenciales de este tipo; sin embargo, esto ocurre y ha pasado siempre, desde tiempos inmemorables.
Lo que el cineasta y actor Kenneth Branagh atestiguó en su juventud lo había cargado para sí mismo durante 40 años de carrera, pero fue después de que su amigo histrión John Sessions lo incentivara, que el también escritor se aventuró a narrar los pasajes conflictivos entre irlandeses protestantes y católicos en el siglo XX, en una historia para el cine.
Belfast es el resultado, una película semi-autobiográfica que describe la vida de Buddy (la versión de Branagh de niño) y su familia en la ciudad homónima de Irlanda del Norte y cómo es que hay disturbios constantes entre la sociedad, solo por tener ideas teológicas distintas.
Pese a que Buddy vive su niñez a plenitud, sabe que está siendo testigo de un conflicto que no entiende del todo, porque, ¿no hay un mismo Dios para todos? Mientras esto sucede, su papá va y viene de Inglaterra, donde tiene un trabajo estable y le ofrecen una oferta para mudar a toda la familia, pero puede más el arraigo y las emociones por Belfast que las ganas de migrar.
Branagh logra una atmósfera única de época, teniendo claros contrastes para su narrativa, las secuencias del pasado están grabadas en blanco y negro, mientras que los recuerdos de Buddy, sobre todo cuando acude al cine o teatro, están a color, como si este esplendor fuera único y le trajera una emotividad especial a su inocencia.
Definitivamente, hay una racha de cineastas que están queriendo tomar su juventud para hacer cine; por ejemplo, Roma (2018), de Alfonso Cuarón, o Fue la mano de Dios (2021), de Paolo Sorrentino, solo por mencionar algunas, pero también hay diferencias claras sobre cómo se vuelve a este pasado en la memoria.
Donde falló el filme de Cuarón, Belfast triunfa, porque es una mirada directa hacia la familia y no hacia una sola persona en específico (como lo fue Cleo, el personaje de Yalitza Aparicio), pese a que la historia está contada desde la perspectiva de Buddy, esta es mucho más incluyente en el presente que le toca vivir, por ejemplo, el niño queda atrapado entre la turba que ataca a un supermercado y él huye como puede.
El trabajo de Sorrentino, por otro lado, está más apegado a una adolescencia. Cuando el director tenía dudas existenciales de qué hacer con su vida y, finalmente, decide perfilarse por el cine, sí hay emotividad, pero ya no está la inocencia palpable e inmaculada que sí tiene Buddy.
Dicho sea de paso, al igual que Roma, las producciones de Sorrentino y Branagh están nominadas en los Oscar en las categorías a Mejor Película Internacional y Mejor Película, respectivamente, ambas merecen verse en cines, pero Belfast guarda un cariz de pureza, esperanza y resarcimiento.
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