Lo importante de hacer una película no es tener una cámara de Alta Definición, filme análogo de 35mm o un gran estudio que te respalde para gastar presupuesto infinito y realizar una obra maestra.
Tener una idea original es lo único que importa en el séptimo arte, además de saber cómo contarla.
Pocos cineastas se atreven a ir por más en la actualidad, algunos otros ya están más allá del bien y del mal, haciendo laboratorio y creando ensayos que resultan inentendibles para el público actual.
Algo así le sucedió a Terrence Malick con “Caballero de copas”, cinta que duró dos años en la sala de edición y que finalmente salió en 2015, pero que nunca llegó a cines en México y ha tenido poca difusión hasta hoy.
Apenas en Netflix se puede ver, perdiéndose entre el catálogo inmenso de las series originales favoritas de las audiencias o largometrajes blockbuster y dejando de lado el cine independiente.
El director eligió a Christian Bale para el protagónico, quien interpreta a un hombre del que poco sabemos a cuadro, pero que claramente demuestra que está trastornado por vivir rodeado en un ambiente de opulencia en Los Ángeles, California. No encuentra su lugar en la sociedad y es una persona perdida en sus pensamientos y la banalidad de la gente.
Seis amores se le van presentando y, con ello, cada una de las mujeres representa una carta del Tarot, mientras Bale representa el Caballero de Copas, el cual tiene un doble significado.
De salir en la tirada de manera derecha representa el cambio, nuevas oportunidades en el amor, invitaciones, oportunidades, ofertas, pero si la carta llega al revés puede significar fraude, engaños, celos y problemas para discernir entre donde termina la verdad y comienzan las mentiras.
Es así como Bale, que personifica a Rick, pasa de ser un soñador y galán a un dubitativo que no se decide entre qué musa tomar como su amor definitivo.
“Caballero de copas” explora dentro del séptimo arte y no es una clásica cinta lineal con diálogos construidos y escenas elaboradas, es más de la cosecha del realizador de “La delgada línea roja” (1998) y su juego de reinterpretar el cine como nadie más lo hace.
El problema es que la gente sigue esperando que Terrence Malick haga de nuevo un “Árbol de la vida”, pero la realidad es que solo sigue experimentando más y más en lo abstracto y experimental que puede ser el cine al reflejar la cotidianeidad de la vida.
Pero, ¿qué sería del cine si no hubiera artistas que rompen los moldes y se aventuran a plasmar lo existencial, las dudas del corazón y la razón humana?
“Caballero de copas” es así, incomprendida, compleja, irreal, así como la vida.