Cuando Sofía comenzó su relación con Helena, sabía que podía tener fecha de caducidad. Esta última dejaría Monterrey por cuestiones de trabajo, y Sofía se enfrentaba a una decisión difícil: aceptar el compromiso de “esperarla” –aún cuando no sabía si iba a volver– o terminar con ella.
“No podía con la presión que implicaba comprometerme tan rápido. Decidir estar juntas a la distancia era una promesa demasiado grande, pero al mismo tiempo no podía dejarla ir”, cuenta.
Así que las jóvenes acordaron tener una relación abierta. Casi cinco años después, y seis meses tras el regreso de Helena, siguen juntas.
Ser o no ser monógamo
La mayor parte de las relaciones contemporáneas se construyen bajo el supuesto de que habrá exclusividad emocional y sexual. Esto es lo esperado, lo obvio, lo “correcto”. Pero cada vez aparecen más parejas que se plantean la posibilidad de romper el molde.
Las razones van desde la distancia –como en el caso de Sofía y Helena– hasta quienes prefieren no sentirse atados, disfrutan la variedad en su vida sexual o quienes no creen en la monogamia.
“No creo que la monogamia sea algo deseable. No diré que no es posible, porque como seres racionales que somos podemos controlar nuestros instintos y deseos, si así lo queremos, pero en mi caso no quiero hacerlo”, señala Regina, que está en una relación abierta y de larga distancia desde hace año y medio.
Para ella, la razón del arreglo fue distinta a la de Sofía. Regina disfruta “la libertad de elegir” lo que quiere hacer, y asegura que su decisión no tiene que ver con la satisfacción que siente con su relación o con su pareja, Alejandro.
“No creo que con quién tenga relaciones sexuales sea relevante para mi vida sentimental y amorosa”, explica.
En su caso, fue ella quien propuso dejar abierta la posibilidad de involucrarse con otras personas, y lo dejó claro desde el momento en que conoció a su actual novio. Una vez que formalizaron su relación, solo tuvieron que establecer ciertas reglas.
Introducir una conversación sobre el tema es difícil. Después de todo, la mayor parte de las personas esperan un acuerdo tradicional cuando comienzan a ver a alguien seriamente, y pedir que consideren algo distinto es arriesgarse a ser rechazado.
Sin embargo, si uno de los miembros de la pareja se sentiría atrapado en una relación convencional, apegarse a ese trato por complacer al otro o por miedo a mencionar sus inquietudes podría tener peores resultados.
Quienes quisieran probar un acuerdo de este tipo podrían no tener que esperar mucho para sentirse cómodos con su decisión. Estos dúos están cobrando tanta fuerza, que han llegado a donde todo llega antes de pasar al círculo de lo mainstream, como los “amigos con derecho” y las cougars: la televisión.
El caso más popular es el de Claire y Frank Underwood, protagonistas de la serie original de Netflix “House of cards”, pero también se ha retratado en películas como “Wanderlust”, de Jennifer Aniston y Paul Rudd, y “Vicky Cristina Barcelona”.
Además, celebridades como Will Smith y Jada Pinkett Smith han hablado abiertamente sobre un arreglo parecido en su matrimonio.
Las reglas del juego
Las relaciones abiertas tienen algo en común con las de parejas tradicionales: lo más importante es el acuerdo entre dos personas.
En un compromiso común, el contrato establece que los miembros no se involucrarán sexual o emocionalmente con otras personas, y romperlo significa traicionar al otro, y en muchas ocasiones el fin de la relación.
En las relaciones abiertas sucede lo mismo, pero el trato es diferente.
De hecho, no existe un modelo estricto para tener una relación de este tipo, ya que cada pareja, habiendo dejado atrás las convenciones sociales, decide qué es importante para ellos y cuáles son los límites que deben respetar.
Algunos desean saber todo sobre las actividades de la otra persona, mientras que otros prefieren que se mantenga en secreto. Algunos aceptan que su pareja tenga relaciones sexuales con alguien más, mientras que otros establecen limitarse a coqueteos o besos.
Y mientras algunos se sienten cómodos con que haya “relaciones” de largo plazo fuera del dúo, otros exigen que solo se trate de aventuras de una noche. Pero con todas estas variaciones, lo más importante permanece: hay que respetar el trato.
“Como consideramos que nuestra relación tiene futuro y nos queremos lo suficiente para tener planes a largo plazo, es muy importante poder discutir abiertamente cuáles son las condiciones del contrato en el que se desenvuelve la pareja”, explica Regina. “Es indispensable para que la relación salga adelante”.
Sofía está de acuerdo. “Sin reglas no funciona, porque alguien en algún punto va a salir lastimado”. Y, como en cualquier relación, lo más importante es que la integridad sentimental de los involucrados esté intacta. Sin importar de cuántas personas se trate.
Cambiar de pareja… como de coche
La monogamia no es para todos pero, ¿será que no es para nadie? Según Rafael Santandreu, autor del libro “Les ulleres de la felicitat”, este es el caso.
De hecho, el controversial escritor afirma que “las parejas deberían cambiar cada cinco años”, en una entrevista con el diario La Vanguardia.
“Entiendo que, a día de hoy, este discurso suena como algo lamentable, pero el ser humano no está programado para tener una convivencia basada en la monogamia o en una pareja para toda la vida” asegura. “Ha funcionado hasta ahora porque el hombre era poseedor de la mujer, pero esto no es una vida en pareja, es la vida de un amo con un esclavo”.
De acuerdo con Santandreu, para que esto fuera posible el concepto de familia tendría que cambiar, de manera que la sociedad se basara en matriarcados, y no en la unidad de marido y mujer.
Además, Rafael señala que así se solucionarían muchos de los conflictos más comunes en las relaciones.
“Con este nuevo modelo alejado de la monogamia se solucionarían todos los problemas de celos o de dependencias”, explica.
Pero antes de que salgan corriendo a predicar el nuevo orden social, tomen en cuenta que el escritor piensa que “ser romántico es ser irreal, no natural y no ecológico”, y que dos tercios de las relaciones son infelices por tener que estar amarrados.
Y aunque quizá tenga razón, en algunos casos, ir de una estructura extrema a otro resultaría igual de peligroso.