Parece interminable el debate “naturaleza versus crianza”, el cual ha mantenido ocupados a los científicos desde hace años, para poder explicar las conductas antisociales en los más pequeños.
Y siempre surge la pregunta: “¿los bebés nacen o se hacen ‘malos’?”
Cuatro décadas de estudio del origen de las conductas violentas han llevado a Richard E. Tremblay, psicólogo del desarrollo de la Universidad College Dublín, a demostrar que existen niños que simplemente nunca dejan de ser agresivos a lo largo de su niñez y de su infancia.
Por ende, llegan a la edad adulta siendo criminales.
Las investigaciones de Tremblay arrojan evidencia de que la edad en la que la conducta violenta alcanza su pico no es en la adolescencia, como comúnmente se cree, sino a partir de los dos y tres años de edad.
No es que esos adolescentes que se caracterizan por ser violentos se hayan hecho aún más agresivos durante esta etapa de la vida, sino que ya lo eran desde que tenían apenas seis años, argumenta Richard.
En sus estudios, Tremblay alude a la clásica “curva de la edad del crimen”, que tiende a seguir un mismo patrón: los bebés suelen ser más agresivos a los 24 meses, donde se puede “contar el número (de incidentes violentos) por hora”, según dice en The New York Times (NYT).
Luego, la tasa de violencia comienza a bajar durante la adolescencia, para tener una caída en la edad adulta temprana. Pero Tremblay ha observado que hay niños que no “respetan” esta curva.
Se trata de niños que a los tres años muestran niveles de violencia más altos que otros pequeños de la misma edad y que se mantienen igual de agresivos en los próximos 10 a 15 años, señala el sitio de la organización Wave Trust.
Por ejemplo, Tremblay ha demostrado que a partir de los 29 meses de edad, el 17 por ciento de los bebés que se consideran más violentos ya son 10 veces más agresivos que el 32 por ciento de los niños de su misma edad que son más pacíficos.
Sus resultados sugieren que es crucial identificar a este grupo de niños a tiempo, para someter a los mismos a las intervenciones especializadas adecuadas.
Pero también indican que el “entorno, especialmente durante el embarazo y en la infancia muy temprana, activa o silencia los genes malos y buenos que son cruciales para el bienestar mental y la adaptación social”, lo que recibe el nombre de “epigenética”, apunta la organización Wave Trust.