Defensores de las lenguas indígenas

Con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, intérpretes-traductores provenientes de Puebla, Chiapas y Querétaro se dicen orgullosos de poder representar y ayudar a sus paisanos frente a las autoridades
Fernanda Muñoz Fernanda Muñoz Publicado el
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[kaltura-widget uiconfid=”38728022″ entryid=”0_ng8m5jhc” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /] Los pueblos indígenas del país son una pieza importante del mosaico de culturas y tradiciones que han contribuido a la construcción de la identidad mexicana. Por eso hoy, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, Josefina Zacamitzin Nonoal, Agustín Girán Méndez y María Alejandra Chaparro Lucio, intérpretes de lenguas originarias, cuentan las dificultades para ejercer su profesión.

Los intérpretes indígenas son un ancla en la comunicación del país que, a pesar del escaso interés que los mexicanos muestran respecto a sus raíces y antepasados, impulsan su cultura ayudando a sus iguales, porque saben que las lenguas juegan un papel crucial en la vida diaria de las personas. Además, aseguran la diversidad cultural y el diálogo intercultural.

Josefina Zacamitzin Nonoal, hablante de la lengua náhuatl y proveniente del pueblo de Copalcotitla, Puebla, cuenta a Reporte Índigo que ella deseaba ser psicóloga cuando era niña, lo cual nunca pudo cumplir, o no literalmente.

Nonoal trabajó en el campo durante su adolescencia sembrando maíz y frijol, pero ahora, 27 años después, es la psicóloga de indígenas a los que ayuda para traducir sus palabras a las autoridades o médicos con quienes se presentan.

“Creo que a veces nosotros somos como psicólogos al lado de ellos, porque se sienten en confianza cuando platicamos en nuestra lengua”, cuenta la mujer orgullosa de tu trabajo.

Josefina narra que hubo un caso que la conmovió hace dos años, el de una señora que sólo hablaba náhuatl y que había perdido a su esposo luego de que un automóvil lo atropellara.

“Ella tuvo un apoyo psicológico y yo la acompañé. Cuando ella contaba su experiencia yo lloraba, porque nosotras, las personas que somos de pueblo, tenemos una cierta vulnerabilidad. Sentía el mismo dolor que ella sentía. Eso me animó a ser intérprete, el estar cerca de la gente que se parece a mí”, dice la traductora.

La labor del intérprete-traductor es presentarse con personas hablantes de su misma lengua, la cual debe coincidir con una variante indígena similar, y generarles la confianza y seguridad necesaria para que le cuente sus dolencias, si es que necesita apoyo médico, o las versiones de los hechos si fue detenida por la policía capitalina al cometer algún delito.

Josefina llegó a la Ciudad de México cuando tenía 18 años “porque realmente en el campo es muy poquito lo que te pagan. No alcanza para nada y lo que yo buscaba era otra vida para mis hermanas, para mi madre y sobre todo para mí”, señala Zacamitzin Nonoal.

La ahora intérprete no sabía lo que implicaba el trabajo de un traductor, sino hasta que se enteró de las funciones que la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para la Comunidades (SEDEREC) realizaba para impulsar las culturas indígenas.

La cultura por delante

“Mi primer encuentro con la Ciudad de México fue muy diferente a lo que es la selva, el bosque, cambiar todas las montañas por calles pavimentadas, edificios. Fue un choque muy fuerte con la gastronomía, también”, comenta Agustín Girán Méndez, intérprete proveniente de Chiapas y hablante de la lengua tzetzal.

Agustín cuenta que en su familia la lengua tzetzal es hablada por sus ocho hermanos y sus dos padres, quienes realizaban viajes para impulsar a la cultura.

Girán cuenta que en el 2010, un paisano llegó preguntándole si él era parte de la organización que ayudaba a las personas indígenas, porque había un problema con un señor que no sabía leer, escribir ni andar en la Ciudad. Méndez aceptó llevar el caso.

El señor a quien Agustín atendió, después de haberse involucrado con otros traductores, había sufrido una estafa económica por parte de intérpretes, quienes no representaron su lengua de la mejor manera. Su hijo había muerto atropellado, por lo que él quería llevar su cuerpo a Chiapas.

“Le estaban quitando dinero al señor, quien tuvo que vender un terrenito para pagarles. Y es cuando pidió el auxilio. Efectivamente, le hicieron creer que tenía que pagar el traslado de su hijo a Chiapas, cuando la Comisión de Desarrollo Indigenista lo podía ayudar”, recuerda Méndez.

Después de este caso, Girán formó parte de la Organización de Traductores Intérpretes y Gestores en Lenguas Indígenas donde se empezó a capacitar.

“No es una vergüenza hablar una lengua indígena, al contrario, es una historia antigua y empiezan a desaparecer porque no hay un interés”
Agustín Girán MéndezTraductor

Es su sueño

“A veces vemos a algunos servidores públicos que cometen injusticias. Eso es un coraje hacia nosotros porque estamos presentes”, asegura María Alejandra Chaparro Lucio, intérprete de la lengua otomí.

Alejandra, de 31 años y proveniente de Querétaro, cuenta que fue su madre quien le enseñó la lengua, y sólo a ella, ya que a sus tres hermanos menores no les ofreció lo mismo.

La joven, quien posee una carrera técnica en contaduría, asegura que busca trabajar el resto de su vida haciendo traducciones. “Al principio a mi mamá no le gustaba mucho la idea de que fuera intérprete, pero ahora ya sólo me dice que es mi decisión, pero que me busque un trabajo fijo”, comenta la hablante.

Alejandra admite que su madre, a pesar de ser el único miembro de su familia en compartir esa lengua, no considera que el ser intérprete sea un trabajo.

“Me dice que ya estoy grande, que para qué estudio ahora si no lo hice de joven. Pero yo le digo ‘nunca es tarde, mamá’. Yo lo he visto en mis compañeros, hay más grandes que yo y apenas están terminando la carrera. ¿Si ellos lo hacen yo por qué no?”, enfatiza la joven.

Su pareja sentimental dice que si ella toma la decisión de enseñarles su lengua a sus hijos, él lo respetaría.

Raíces compartidas

Josefina no entiende la idea de que una persona discrimine a otra sólo por sus raíces. “Pienso que la gente que discrimina es gente que no conoce de nuestra cultura. No saben el valor que tenemos nosotros, que venimos de pueblo, que somos hablantes. Yo los veo como unos ignorantes”, expresa.

Y agrega que “en otros países nos valoran demasiado. Valoran las cosas que hacemos aquí, las manualidades y tradiciones. Ellos se quedan maravillados cuando vienen para acá. Y en México, pues no ven las cosas más allá. No ven lo que es nuestro, de los mexicanos. Toda las culturas, todas las lenguas tienen un valor incalculable. Y mucha gente no las conoce, es por eso que nos discriminan, porque no las conocen. Nuestra autoridades deberían poner escuelas de las lenguas originarias porque se están perdiendo”, asegura Josefina.

Por su parte, Agustín asegura que la discriminación es muy fuerte, muy arraigada, ya que si no tuvieran algún grupo u organización, no habría nada para ellos.

Explica que los grupos defensores se presentan ante la Secretaría de Gobernación para pedir de la mejor manera un apoyo. “Si uno va solo, uno solito no consigue ese apoyo. Entonces nos vemos forzosamente en la necesidad de organizarnos y de pedir a gritos lo que por derechos nos pertenece”.

Agustín menciona que toda la gente indígena merece una vivienda digna, lo cual consiguen organizándose en grupos, siendo la única forma en que lo consiguen.

“Cuando algunas comunidades se trasladan a la Ciudad no quieren hablar su lengua por miedo a ser discriminados, pero nuestra lengua indígena es de lo más hermoso. Nadie tiene esta historia, además de nosotros. Somos diversos, somos un país pluricultural. Debemos sentirnos orgullosos de difundir y promover nuestras lenguas.”, finaliza.

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