El espionaje se vuelve irreverente
Cuando Matthew Vaughn lanzó la adaptación del cómic al cine de “Kick-Ass” en 2010, demostró que se podía burlar de los superhéroes, creando una cinta que fue del agrado del público y los geeks fanáticos de las historietas.
Cinco años después, el cineasta hace el mismo juego pero con el tema de espionaje. “Kingsman: El servicio secreto”, basada en el cómic de Mark Millar, es el ejemplo de que se puede ser elegante pero a la vez irreverente dentro del género del espionaje.
Hidalgo NeiraCuando Matthew Vaughn lanzó la adaptación del cómic al cine de “Kick-Ass” en 2010, demostró que se podía burlar de los superhéroes, creando una cinta que fue del agrado del público y los geeks fanáticos de las historietas.
Cinco años después, el cineasta hace el mismo juego pero con el tema de espionaje. “Kingsman: El servicio secreto”, basada en el cómic de Mark Millar, es el ejemplo de que se puede ser elegante pero a la vez irreverente dentro del género del espionaje.
Vaughn describe el filme como una “carta de amor” a las viejas cintas de Bond y al estilo de las películas y series de TV de super-espías con las que creció, tales como “Los Vengadores” de 1961, “The man from U.N.C.L.E.”(1964), entre otras.
A pesar de que la cinta cuenta con un reparto estelar con actores como Michael Caine, Colin Firth, Samuel L. Jackson y Mark Strong, la producción se realizó con 81 millones de dólares (mdd), un presupuesto modestamente regular si se compara con la franquicia de Bond, la cual invirtió para “Skyfall” (2012) la suma de 200 mdd.
La premisa es sencilla: Un chico rebelde y sin propósito en la vida Gary ‘Eggsy’ Unwin (Taron Egerton), es rescatado de enfrentar la sentencia de la justicia por sus crímenes juveniles, Harry Hart (Colin Firth) lo cobija bajo su tutela y le abre paso a una élite de espionaje que está a punto de reclutar a un nuevo miembro en su organización.
Espías de corte inglés
Dentro de la ficción, se plantea que Kingsman es una sociedad secreta de hombres que se encargan de mantener el orden a nivel mundial, fuera de las agencias gubernamentales como el FBI, el MI6 o la KGB.
Lo que les hace ser peculiares es que sus modales, gustos y composturas son refinados al alto nivel de un caballero de la corte del Rey Arturo, por lo que al entrar a la organización se borra su identidad y se les apoda de manera en que se adopta un nombre código de quien fuera alguien de la mesa redonda. Lancelot, Arthur, Merlin, Galahad, son solo algunos de los sobrenombres.
Aunado al toque de sus códigos de comportamiento se les adhiere una vestidura que portarán como su armadura en tiempos modernos: un traje sastre impecablemente hecho a la medida, a prueba de balas.
El villano ‘cómico’
Imitando y volviendo a la manera en cómo eran los villanos de Bond en un inicio, se procuró tener un villano con una disfunción física, en este caso Samuel L. Jackson agregó un ceceo al habla de su personaje Richmond Valentine.
Valentine funciona como un aliciente inesperado dentro de la historia, ya que es de un carácter bufonesco y que reta al espectador a adivinar su siguiente movimiento maquiavélico, de una manera cómica.
Los juguetes que no pueden faltar
Los gadgets son un recurso que nunca puede faltar en una cinta de espionaje, y en esta ocasión no es la excepción.
La tecnología se fusiona con las prendas de lujo para destilar el resultado de “juguetes” que resultan tremendamente peligrosos y elegantes a cuadro: relojes con dardos tranquilizantes, plumas con veneno que son controladas a control remoto, anillos con descargas eléctricas de 50 mil voltios, gafas de realidad aumentada virtual, sombrillas a pruebas de balas con disparos adicionales, entre otros.
Son estos artilugios los que nos recuerdan a la franquicia que alguna vez estelarizara Sean Connery y que inclusive hacen burla simpática a personajes como el Super Agente 86.
La nostalgia no falla
“Kingsman” amasa en esta ficción con todos los elementos mencionados una receta infalible para el cinéfilo que ha crecido al lado de personajes icónicos como James Bond, Jason Bourne, Maxwell Smart, Napoleón Solo, y Jack Bauer.
La nostalgia es ese ingrediente que funciona en todos los niveles, pues directa o indirectamente el filme apela al nombre de los espías citados o a sus tácticas más reconocidas.
Los guiños a las películas de James Bond son ese flirteo romántico hacia el celuloide de antaño, que inclusive se mencionan en varias ocasiones dentro de la historia, burlándose de sí misma, en caso de que si ellos fueran una película (“Kingsman”) seguro no pasarían los mismos desenlaces que en los filmes del 007.
¿Franquicia para rato?
Tanto Millar como Vaughn y la 20th Century Fox han expresado interés en convertir la producción en una franquicia rentable, siempre y cuando el filme alcance una buena cifra en taquilla. Actualmente su ganancia en taquilla rebasa los 150 mdd a nivel mundial, por lo que es probable que pronto se anuncie la secuela.