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“Tal como eres”, dice Bridget Jones a su grupo de amigos en referencia a la confesión que Mark Darcy le hizo sobre sus sentimientos hacia ella. Estos le responden a Jones: “¿Tal como eres?”, “¿No más delgada?”, “¿No más inteligente?”, “No con senos más grandes y una nariz ligeramente más chica?”.
Y es que Bridget, al igual que la actriz que la personifica en el cine, Renée Zellweger, siempre luchó con su físico, torpeza (y a la vez inteligencia), así como con el hecho de no ser una mujer que cumple con los estándares de belleza y atracción establecidos por múltiples factores: sociedad, medios de información, entretenimiento, cultura, entre otros.
Esta semana, Zellweger apareció en la alfombra roja de la gala “Elle Mujeres en Hollywood Awards” y su rostro causó revuelo a nivel mundial, tanto en los titulares, como en las redes sociales. Y la razón es muy sencilla: es otra.
Su cara fue sometida a cirugías y botox, pero no se ve “restirada” como Jessica Lange, tampoco se le pasó la mano con el colágeno como Meg Ryan, simplemente tiene un rostro totalmente distinto, el de otra persona, el de una persona que no es “average” (o promedio).
Renée tiene un talento como pocas a la hora de pararse frente a la cámara. A sus 45 años, tiene un buen físico e incluso antes de entrar al quirófano era considerada una mujer guapa… pero promedio.
A lo largo de su carrera, se hablaba de sus ojos hinchados, sus cachetes y hasta sus labios siempre con un gesto “apretado”. A pesar de ser de las mejores intérpretes de su generación (ha obtenido cuatro de los premios más cotizados del cine: el Oscar, el BAFTA, el Globo de Oro y el Premio del Sindicato de Actores), Zellweger siempre fue promedio, o al menos para su perspectiva.
Al igual que Bridget, a quien todos aceptaron antes que lo hiciera ella misma, Renée tuvo que, literalmente, cambiar de rostro para dejar los adjetivos detrás, y está feliz por ello. Tras la polémica, la tejana aseguró que está contenta “(de que la gente me vea diferente. Estoy viviendo una vida feliz y diferente, más plena, y estoy encantada de que se note”.
Y agregó que esta transformación no solamente es exterior, pues “durante mucho tiempo no estaba haciendo un buen trabajo. Llevaba un horario que no era realista, sostenible y que no me permitía cuidar de mí misma. En lugar de detenerme a calibrar, seguí corriendo hasta que estuve agotada. Tomé malas decisiones acerca de cómo ocultar el agotamiento. Era consciente del caos y finalmente elegí hacer cosas diferentes”.
Además de querer arrancarse la etiqueta de promedio como muchas, Renée necesitaba sentirse como dice que es ahora: “feliz”. Tener la autoestima que le faltaba y la seguridad que ni el Oscar le pudo dar.
Muchos se preguntaron por qué espero a estar en sus 40, y es muy probable que el timing corresponde a que no quería comenzar el camino hacia la “vejez” sin el casi obligado retoque hollywoodense. De hecho, ese retoque (que en su forma más común es el botox), ya ha pasado a ser un must de cualquier mujer, incluso fuera de la industria del entretenimiento.
De acuerdo a estadísticas de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS, en inglés), de los casi 15 millones de procedimientos estéticos realizados en 2011 en el mundo, más de la mitad corresponden a tratamientos no quirúrgicos, dentro de los cuales más de tres millones responden al botox.
Más allá de vanidad y seguridad, las cirugías plásticas y estéticas son el antídoto de muchas (y muchos) para obtener equilibro emocional (y autoestima).
Amaya Terrón, psicóloga y fundadora de Psicología Amaya Terrón, explicó que entre los complejos y trastornos psicológicos está la dismorfofobia, que es una obsesión por la preocupación personal –en exageración– por tener un defecto físico y que este es imperceptible para las otras personas.
“Las personas que padecen este tipo de trastorno son temerosas de la opinión que otras personas puedan hacer sobre ellas y su aspecto físico. La imagen corporal está distorsionada y pueden llegar a describirse a sí mismas como ‘deformes’ o ‘monstruosas’, cuando en realidad su aspecto es normalizado. Les provoca una gran ansiedad el hecho de exponer el motivo de su miedo o fobia y no responden a racionalización”, agregó.
Renée no padece dismorfofobia, pero el estigma de ser promedio y de no tener satisfacción con su físico y sus hábitos, la llevaron a cambiar de rostro y de vida.
Sin tomar en cuenta que, ahora, los adjetivos serán el doble, la crítica se centrará en su nueva frente, la ausencia de sus carismáticos cachetes y claro, de su sonrisa de oreja a oreja, pues ahora su pose es más recatada y sus dientes ni se asoman cuando sonríe, o al menos así lo demostraron las fotos de su reaparición en público.
El diario de una celebridad ‘promedio’
Bridget Jones, en la saga literaria y cinematográfica obtiene el corazón del apuesto y millonario Mark Darcy, y tiene una aventura con Daniel Cleaver, un “Don Juan” a quien resulta casi imposible considerar como un partido para ella, dados los “estándares”.
A Bridget se le olvidaba que ser promedio no es un pecado y que su encanto podía engolosinar a cualquiera en el plano personal y profesional. En el caso de Renée, su magnífico trabajo y su físico antes de las cirugías también era aceptado y adorado por el público “tal como era”.
Este no es el único personaje en el que Zellweger se ponía en los zapatos de una mujer promedio. Basta recordar a Dorothy Boyd, su papel en “Jerry Maguire” de quien se enamora Jerry Maguire (Tom Cruise), un hombre que lo último que haría sería fijarse en Dorothy, una secretaria, madre soltera… una promedio.
Y Roxie Hart, de “Chicago”, quien siempre soñó con ser como Velma Kelly (Catherine Zeta-Jones), ser el centro de atención y pasar de ser una ama de casa, para triunfar en el escenario. Nuevamente, dejar de ser promedio y probar qué se siente estar en el pedestal, con el reflector sobre el rostro.
¿Qué tanto es tantito?
Renée Zellweger está irreconocible, pero no es la única figura pública que sufre dramáticas transformaciones a causa de una cirugía estética. De hecho, muchos apuntan que Renée no se ve mal o exagerada, sino que es otra.
Lo cierto es que la cirugía plástica es un arma de dos filos, el riesgo es muy alto y el resultado es incierto. Hay actrices como Meg Ryan o Nicole Kidman que ya no pueden gesticular por el exceso de botox, mismo caso de Courteney Cox. Sus rostros están congelados y su belleza se quedó en la filmografía de 10 o hasta 15 años atrás. Por otro lado, hay ejemplos como Kate Winslet quien, hasta ahora, asegura que no puede hacerse cirugías pues vive de la gesticulación al actuar.
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