‘El Paso’ de un metiche

En México es más fácil morir de periodismo que vivir del periodismo. La ruta de escape de los informadores en medio de la guerra desatada contra el narcotráfico durante el sexenio del ex Presidente Felipe Calderón es sencilla: abortar la misión.

México está en los nada halagadores primeros lugares en donde ejercer el periodismo es sumamente peligroso. Y aunque se cuentan las historias de boca en boca, pocos son los registros de quienes por azar, por destino o vocación caminaron ese vía crucis.

Armando Estrop Armando Estrop Publicado el
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"Lo que aprendí es que soy un metiche que depende de la autorización del otro”
https://youtu.be/xiDmqg–Fgw

En México es más fácil morir de periodismo que vivir del periodismo. La ruta de escape de los informadores en medio de la guerra desatada contra el narcotráfico durante el sexenio del ex Presidente Felipe Calderón es sencilla: abortar la misión.

México está en los nada halagadores primeros lugares en donde ejercer el periodismo es sumamente peligroso. Y aunque se cuentan las historias de boca en boca, pocos son los registros de quienes por azar, por destino o vocación caminaron ese vía crucis.

Poco se sabe que existen informadores que solicitan asilo político. Sí, asilo político.Ese término que de inmediato refiere a los espías o partisanos.

De eso se trata “El Paso”, de un camarógrafo y un conductor de programa de radio en el norte del País que tienen que huir porque de quedarse en México, incrementarían la estadística de muertos.

En medio de un extraño boom de documentales en México, “El Paso”, una película de Everardo González, retrata ese espiral emocional de quienes por informar son víctimas de la violencia.

González tiene una larga experiencia. Es un mirón profesional. Tiene la capacidad de ser un entrometido que no incomoda. Tiene en su alforja documentales que van desde el paciente retrato de una pulquería, en la Colonia Escandón del Distrito Federal, hasta un inconsciente reconocimiento al honor de los ladrones de otra época.

“Yo venía de la UAM y llegué a una escuela de cine de las familias del cine, medio endogámica y pues no me hallaba. Llegó un maestro Bosnio que dejó un ejercicio muy simple: el retrato de un espacio.

“En las madrugadas yo editaba en Canal 11 y en la mañana iba a la escuela de Cine. La gente con la que yo trabajaba hacía programas sobre la Ciudad de México y se había hecho un programa sobre la Pulquería La Pirata. Entonces dije voy a hacer un trabajo sobre esto que ya conozco y ahí se me reveló todo esto del documental”.

La entrevista es en uno de esos establecimientos en donde pedir un café es similar a solicitar la visa estadounidense. Everardo lleva unas sandalias Birkenstock que bien podrían ser tema de la entrevista, pero será en otra ocasión.

Se nota que este cineasta se ha mimetizado con algunos de sus entrevistados. En un acto de saltimbanqui callejero consigue un Marlboro de la señora que está en la mesa contigua.

Constantemente ríe. Se sacude un poco con la risa. Se informó en Internet del entrevistador antes de la cita.

“Yo he aprendido a ponerme ciertas reglas al hacer un documental. Yo he aprendido por ejemplo a que soy un gran metiche, entrometerse a la vida de otro es muy incómodo. Yo no lo permitiría. Lo que aprendí es que soy un metiche que depende de la autorización del otro”.

Se concentra en el tema del poder de sus entrevistados: “Si yo tuviera toda la lana del mundo para hacer una película, al fotógrafo más ‘piola’, si una persona no quiere hablar conmigo no tengo nada. Yo por eso creo que son gente poderosa”.

Llegó al terreno de los documentales cuando no había nada. Era un desierto como el de su película, “Cuates de Australia”. Hoy goza del privilegio de presentar sus películas en la cadenas de cine y hasta puede charlar con los asistentes.

Su oficio le permite hacer lo que le gusta: viajar y contar historias. Sin embargo, cuando hay que hablar de qué va a pasar con el documental en México, en una época en la que los documentalistas quieren llevar a la pantalla sus propias vidas, Everardo sabe que algo anda mal pero prefiere verle el lado positivo.

“Creo que se está formando un público para los documentales. Eso es bueno”, dice con cierto cinismo.

En su nueva película cuenta una historia estrecha. No es la producción documental de una cadena de televisión, ni de la marca de streaming de moda.

Everardo está convencido que los documentalistas, o al menos él, no tienen que ceñirse a las reglas del periodismo, se pueden dar licencias.

“El documental se puede regir por cosas que no se puede regir el periodismo. La reconstrucción de hechos. Cosas muy simples sobre tiempo espacio. Eso es una construcción de lo real, es narrativa”.

Quizás por eso “El Paso” no se va por los linderos de actualidad. El camarógrafo torturado que extraña su árbol de limón en México parece que hoy vive el “American Dream” con NFL incluida y no está en el filme.

Este registro gráfico de la vida íntima de dos periodistas se centra en lo cotidiano: las idas al súper, recoger a los hijos en la escuela, el aburrimiento de un día cualquiera, pero todo esto en Estados Unidos.

También está en escena un quijotesco abogado que se toma como personal la lucha legal para conseguir que los periodistas ingresen al país vía el asilo político.

En un país en el que ni siquiera hablan el lenguaje. Paradójicamente Alejandro Hernández y Ricardo Chávez están en el lugar en el que muchos quieren estar, pero ellos no tanto.

Para el autor de la película lo importante es que pudo captar la descomposición social. Sobrevivieron a las amenazas de muerte y parece que agonizan como familias en las consecuencias de lograrlo.

“(Al filmar) hay un grado de cinismo y un grado de pudor. Hay un momento cuando la realidad ya te regaló algo que va a generar movimientos emocionales en el espectador, cuando eso sucede tienes que retirarte.

“En ‘El Paso’ hay un momento en el que el padre de familia, Ricardo Chávez Aldana, se da cuenta que su hijo no encaja en Estados Unidos, que no es aceptado. Yo provoqué una reunión de la familia para que recordaran la noche en que salieron de México, ¿Y en qué deriva? En que empieza a darse en cuenta el padre en que por sus decisiones vulneró la vida de su hijo. Cuando se contó eso, yo me voy”.

A Everardo le preocupa que ante la ola de documentales que se están realizando en México este género se convierta en desechable.

“La película que significó hoy ya no va a significar nada en un año. Eso pasa ahora. Eso pasa con la música. Es la sociedad de la inmediatez, ahí está metido el cine también ahí está metido el documental también, ahí está metido el pulque. Lo que está jodido es que todo se vuelve mercancía”.

La faltó mencionar al periodismo. Y a los periodistas.

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