En la voz de Arturo Ripstein
El cineasta se sincera y platica sobre el amor que siente por México, el cual retrata en sus películas; cuenta anécdotas de su oficio y es crítico al decir que no existe propiamente una industria fílmica a nivel nacional
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Pasada la medianoche, el silencio es irrumpido por una batalla campal en blanco y negro que proviene del televisor, Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, se reproduce ante los ojos de Arturo Ripstein, quien repasa la filmografía del cineasta japonés.
Así como a Kurosawa, el director gusta de darle segundas vueltas a la carrera de otros grandes del cine mexicano: Roberto Gavaldón, Emilio Fernández “El Indio” y Fernando de Fuentes, están entre los colegas a los que siempre retorna para hacerlos referentes de su propia filmografía.
Elegir una como preferida le es imposible. Alguna vez intentó resumir sus favoritas en un decálogo, y terminó por casi sustraer 100 títulos de su memoria, ejercicio que constantemente debate consigo mismo.
El cineasta de 75 años de edad, nacido en la Ciudad de México, platicó con Reporte Índigo sobre estos y otros gustos personales. Describe su pasión por retratar al país en sus largometrajes y cómo es que ve al cine actual que se realiza a nivel nacional. Además, recuerda sus inicios en el séptimo arte.
“Como aprendí yo a hacer cine viendo películas, sigo viéndolas muchas veces, las reviso y, naturalmente, sigo aprendiendo, siempre hay algo que la cinta te dice, tanto de aquellas que tienes cerca de tu corazón como las que tienes lejos, pero que tienen una importancia”, agrega el director.
El hurtador del filme
Al pedirle a Arturo Ripstein que diga su nombre frente a la cámara para tener un registro, el director bromea diciendo “y, ¿no puedo decir que soy Fellini, mejor? O ¿Felipe Cazals?”, y es que el cineasta confiesa ser un ladrón de imágenes audiovisuales desde que inició haciendo cine.
“He hecho mi carrera con base en la buena suerte, la contumacia y el hurto. He insistido en seguir haciendo cine y he tenido la fortuna de hacer las cosas que yo quiero, pero no los resultados”, comenta.
Más que calcar a sus realizadores preferidos, forja su propia visión e interpretación, porque sabe que al final él se ve reflejado en las cintas que ha rodado.
Los filmes que Arturo Ripstein ha forjado en su trayectoria muestran distintos Méxicos: la opulencia y la precariedad, el pueblo y la ciudad, y el machismo y el abuso de confianza, estos contrastes los logra porque se sabe enraizado en la nación.
“De aquí soy, uno no puede evitar ser de donde es, aquí nací, crecí y me eduqué (…) yo soy de acá, mis tripas son de acá, mis ojos son de acá, es mi ciudad, el país no es mi fuerte, es donde vivo. Es la ciudad que más quiero en la vida y a la que más odio”, admite Ripstein.
Se atreve a criticar, a juzgar, pero también a defender y argumentar por México, objetando que es un derecho adquirido por vivir aquí. Por eso sus cintas son un reflejo de lo que ha experimentado como persona.
“Es la ciudad de la que más mal puedo hablar yo, no lo permito de otros, yo tengo todo el derecho, los que estamos acá tenemos el derecho del dicterio, los de afuera no. México ha sido lo que me determina y me forma”, afirma.
México sin industria nacional
Cada vez hay más estrenos de manufactura mexicana en pantallas comerciales, como comedias, animaciones, ciencia ficción y drama, entre más géneros, por lo que parecería que hay una boyante industria de cine en el país, pero Ripstein resalta que son pocas las producciones que sobresalen realmente.
“Hay películas, hubo una industria, las industrias en economía de kínder, requieren de un público que las vea y alguien que se las ofrezca, o sea oferta y demanda, eso es elemental, ya no hay demanda, solo hay oferta, entonces no hay industria en ese sentido”, explica.
Ripstein argumenta que esto no sólo ocurre en este país, sino a nivel global, hay una constante producción de cintas, pero estas no logran un sustento monetario, sólo un pequeño estrato en cartelera lo logra.
“No es solamente un fenómeno mexicano, eso pasa prácticamente en todos lados, en Alemania hay un montón de películas y en Francia, Argentina, en España, por supuesto, de las cuales dos o tres son las que sostienen todo lo demás, pero hay un montón de cintas que pasan desapercibidas”, describe el cinéfilo, sosteniendo sus características gafas.
Ficción: el asunto pendiente
¿Qué le falta explorar a Arturo Ripstein? ¿Cine de fantasía, horror u otro género particular? Al director le queda claro que le hubiera gustado hacer ciencia ficción años atrás, pero ahora ya no comprende los efectos especiales.
“Hace 50 años me hubiera encantado hacer ciencia ficción (…) no sé cómo se hacen los efectos especiales, de pronto los aprecio, me abruman y no sabría cómo intentar ese género”, indica.
El narco en el cine: la nueva telenovela
Ripstein comenzó su filmografía con Tiempo de morir (1966), largometraje disfrazado de western, según sus propias palabras, porque era un contraste entre la urbanidad y la ruptura con el México rural.
Ante la pregunta de que si las producciones audiovisuales de narcotráfico son las nuevas herederas a este tipo de cine, el cineasta mexicano comenta que carecen de un valor ético. “Ahora los western, los de deveras, los de John Ford, Howard Hawks, William A. Wellman y Anthony Mann sí tienen una noción épica de la narrativa y las narco películas carecen por completo de la función épica”, añade.
Las narcoseries parecen ser una apología del crimen en la actualidad, los bandidos se vuelven antihéroes y son respetados por el público, pero Ripstein señala que estas distan de ser legendarias como para sobresalir en la historia como lo hizo el western.
A pesar de que sus filmes son dramas que describen distintas realidades mexicanas, el director de El castillo de la pureza (1972) afirma que hace humor, aunque el público no se ría en la butaca y salga cuestionándose su vida.
“Lo que sí me gustaría muchísimo, y que siempre he pensado que lo hago, son comedias, y siempre estoy convencido de que mis películas lo son, al final de cuentas, todo el mundo sale yendo a tomarse un trago para bajarse la impresión de ellas”, asegura.
En el fondo del argumento, el ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes no busca la carcajada del espectador, sino causar escozor que genere ironía, por lo que se ve en pantalla, ahí es donde está la burla en sus producciones que ofrece al público que lo sigue
“Bien vistas, están siempre llenas de la noción comedia, que no son chistes, es el horror con levedad”, puntualiza el director de El lugar sin límites (1978).
El adiós a las salas
Ripstein es crítico al decir que en la actualidad, acudir a una sala de cine ya no es una actividad cultural, sino de esparcimiento, a la que el público le deja de prestar importancia y sólo va para matar el ocio, sin realmente involucrarse en lo que pasa en pantalla.
“Ir al cine es ya muy deprimente, porque va uno y es una especie de sala de texting y WhatsApp, en donde ves la mitad de la película con pantallitas que se encienden por todos lados y que la gente le está poniendo realmente muy poca atención a la película”.