Estrógenos norteados
Perder el sentido de dirección puede llegar a ser frustrante. Basta con recordar alguna experiencia en la que hayamos pasado cerca de una hora –o más, sin afán de exagerar– buscando una calle en un entorno antes inexplorado.
O aquella vez en la que nuestra impuntualidad no se debió a otra cosa más que a esos minutos de más que invertimos buscando las llaves del auto en casa.
Eugenia RodríguezPerder el sentido de dirección puede llegar a ser frustrante. Basta con recordar alguna experiencia en la que hayamos pasado cerca de una hora –o más, sin afán de exagerar– buscando una calle en un entorno antes inexplorado.
O aquella vez en la que nuestra impuntualidad no se debió a otra cosa más que a esos minutos de más que invertimos buscando las llaves del auto en casa.
Que encontremos esa calle desconocida y lleguemos a nuestro destino, para después regresar a nuestro punto de partida, depende de nuestra memoria espacial, la capacidad del cerebro que funciona a manera de GPS interno, registrando la información del espacio en el que nos movemos y orientándonos en el mismo.
Una capacidad asociada a una estructura cerebral conocida como hipocampo –dañada en pacientes con amnesia–, que juega un papel clave en la navegación espacial.
Estudios demuestran que una estrategia de navegación espacial con la que aprendemos sobre el entorno, consiste en crear mapas cognitivos o “mentales”, recordando la ubicación de ciertos puntos de referencia y su relación en el espacio; información que tomamos de base para dar indicaciones de una dirección o buscar atajos.
Otra estrategia consiste en un enfoque de estímulo-respuesta, con el que las personas asocian señales específicas –el edificio de color rojo ubicado en la acera derecha– con ciertas acciones a realizar –bajarse del camión y posteriormente caminar hacia la primera gasolinera– para llegar a un destino.
Cuestión de género
A la hora de hacer uso de nuestra memoria espacial –la capacidad de recordar el lugar de las cosas en el mundo– surgen diferencias según el género, “posiblemente reflejando diferencias en los mecanismos neurológicos” de hombres y mujeres, señala el estudio.
Qué mejor ejemplo para demostrar estas diferencias que un estudio que apunte a conocer cómo hombres y mujeres hacen uso de la memoria espacial en circunstancias cotidianas: en la búsqueda del auto en un estacionamiento.
Investigadores de la Universidad de Utrech, en Holanda, se dieron a esta tarea y descubrieron que las mujeres tienden a utilizar puntos de referencia visibles para recordar la ubicación de su auto, caminando hasta 400 metros por doquier antes de llegar al objetivo (el 21 por ciento, comparado con solo un 7 por ciento de hombres), mientras que los hombres toman rutas más directas.
La dinámica fue la siguiente: los investigadores se acercaron a 115 personas que salían de un centro comercial (59 hombres y 56 mujeres), quienes fueron encuestadas y tomaron pruebas diseñadas para evaluar su memoria espacial.
También se les cuestionó acerca de las estrategias conscientes que utilizarían para llegar a su objetivo. Al final de las encuestas, los investigadores siguieron a las personas de regreso a sus vehículos.
Dentro de las estrategias reportadas, se encontró que el 57 por ciento de las mujeres y el 66 por ciento de hombres estacionan el auto cerca de la entrada del centro comercial; memorizar la ruta para regresar por el mismo camino, lo hace el 63 por ciento de las mujeres y 49 por ciento de hombres; 38 por ciento de mujeres y 32 por ciento de hombres recurren a imágenes mentales para llegar al auto.
Pero, cuando estas estrategias conscientes no funcionan, no queda más que valerse de la memoria espacial, dando pie a que surjan diferencias entre hombres y mujeres.
Los resultados revelaron que 38 por ciento de las mujeres se valían de puntos de referencia –un cartel, por ejemplo– para recordar la ubicación del auto, comparado con solo un 15 por ciento de hombres que recurría a esta estrategia.
Cuando se les solicitó a los participantes que estimaran la distancia entre la salida del centro comercial y su auto, indicando la ubicación del mismo en un mapa, los hombres resultaron ser más hábiles al hacer la medida y manejar los puntos cardinales (“mi auto está a 150 metros hacia el norte”).
Los hombres llevaron la batuta en poner en práctica su capacidad de memoria espacial y, por ende, en la llegada a sus vehículos. A decir de los investigadores, las fallas en la memoria espacial traen consigo serias consecuencias sociales.
Por ejemplo, “las personas pueden tener dificultades para salir de los edificios en caso de emergencias (…) y sufrir sentimientos de ansiedad tan extremos en nuevos entornos, que evitan por completo rutas y lugares desconocidos”.
Más vale ‘batallar’
Aunque solo un 4 por ciento de los participantes optaron por la tecnología e hicieron de un dispositivo GPS su aliado en la búsqueda de sus autos, investigadores esperan que el uso de este sistema de posicionamiento global crezca en las próximas décadas.
Pero, las ventajas de precisión y ahorro de tiempo con el uso de un dispositivo GPS, son vistas incluso como desventajas por la comunidad científica. ¿La razón? Dejamos de ejercitar el cerebro, entorpeciendo de alguna manera nuestras capacidades cognitivas.
“(…) es probable que cuanto más nos apoyemos en la tecnología para encontrar nuestro camino, menos construimos nuestros mapas cognitivos”, escribió Julia Frankenstein, psicóloga del Centro de Ciencias Cognitivas de la Universidad de Freiburg, en The New York Times.
“A diferencia de un mapa de la ciudad”, agrega, “un dispositivo GPS normalmente proporciona información escueta de la ruta, sin el contexto espacial de toda la zona”.
Y es que el cerebro se comporta de manera “económica”, explicó la especialista, pues intenta disminuir la cantidad de información que debe almacenarse y evita el cúmulo de información innecesaria.
Cuando lleguemos a un nuevo lugar, Frankenstein sugiere que olvidemos el dispositivo GPS, estudiemos un mapa para orientarnos e intentemos posteriormente concentrarnos en nuestra memoria para encontrar nuestro camino.
La solución para evitar la pérdida de nuestros mapas mentales reside en la práctica.
Taxis londinenses
Existe evidencia cientíica de que las estructuras cerebrales cambian de acuerdo al entrenamiento de nuestra memoria espacial.
En un afamado experimento conducido por la psicóloga Eleanor A. Maguire, de la Universidad de College London, la especialista descubrió –medianteimágenes por resonancia magnética– que aquellos.
Taxistas londinenses que habían pasado un promedio de tres a cuatro años aprendiendo las 25 mil calles de Londres, mostraban un mayor volumen de materia gris en el hipocampo, el área del cerebro que atesora la memoria espacial. Un detalle más: a medida que los taxistas sometían su cerebro a un mayor “régimen de entrenamiento”, continuando su labor con el paso de los años, su hipocampo crecía de tamaño.