¿De qué sirve gritar? Si no se trata de una situación de auxilio o en la que se necesite pedir ayuda, alzar la voz no es necesario. Y si se trata de disciplinar a los hijos que se portan mal, un grito es un intento fallido.
Un estudio publicado en Journal of Child Psychology en septiembre de este año, reveló que la “disciplina verbal severa”, esa que incluye una mezcolanza de gritos, insultos y malas palabras, puede ser tan perjudicial como dar nalgadas o golpear a los hijos.
Como parte del estudio, investigadores de la Universidad de Pittsburgh siguieron durante dos años a 967 estudiantes en escuela secundaria. Los niños pertenecían a familias de clase media.
Los expertos aplicaron encuestas a los jóvenes, para conocer qué tipo de relación tenían con sus progenitores. Y a los padres se les preguntó sobre sus métodos de crianza y disciplina.
El estudio demostró que los gritos por parte de los padres solo refuerzan las conductas malcriadas de los hijos, y viceversa. También se encontró que el abuso verbal contribuye a que los pequeños desarrollen cuadros depresivos.
Además, a pesar de que hubo casos de niños que reportaron no tener problemas en su relación con los padres, cuyo estilo parental era cálido y amoroso, estos no quedaban exentos de verse afectados por los efectos negativos de los gritos.
¿Qué sí funciona? Algunos estudios han demostrado que enfocarse en las buenas conductas de los hijos y elogiar las mismas cuando ocurran es una estrategia efectiva.
El año pasado por ejemplo, un estudio publicado en Clinical Child and Family Psychology Review apuntó que una respuesta no verbal por parte de los padres –para dar a entender a los hijos que sus actos tienen consecuencias negativas–, como una mirada de enojo o suspender algunos privilegios mejora la obediencia y/o modifica la conducta de los niños.