Hartos de ‘Kimye’

La boda de Kim Kardashian y Kris Humphries, en el 2012, fue llamada “la boda del siglo”, y les generó a sus protagonistas –porque, después de todo, se trató de un espectáculo– casi 18 millones de dólares en patrocinios y pagos por imágenes y videos exclusivos.

Con ese antecedente, sus nupcias con Kanye West, el fin de semana en Florencia, tenían unos zapatos muy grandes para llenar y, si el logro era llamar la atención, no lo consiguieron.

La boda de Kim Kardashian y Kris Humphries, en el 2012, fue llamada “la boda del siglo”, y les generó a sus protagonistas –porque, después de todo, se trató de un espectáculo– casi 18 millones de dólares en patrocinios y pagos por imágenes y videos exclusivos.

Con ese antecedente, sus nupcias con Kanye West, el fin de semana en Florencia, tenían unos zapatos muy grandes para llenar y, si el logro era llamar la atención, no lo consiguieron.

La causa no fue, por supuesto, que Kanye sea menos famoso que Kris, o que el clan Kardashian esté perdiendo notoriedad. Pero parece ser que el mundo se ha cansado, finalmente, del show de Kim.

El límite de un placer culposo

Pocos admiten abiertamente ser fanáticos de Kim Kardashian, pero hasta quienes no se podían resistir a su desfachatez se encontraron desconcertados cuando, tras comenzar a salir con su ahora esposo, su personalidad, hábitos y estilo dieron un giro de 180 grados.

El origen del cambio se transmitió en el 2012, durante un episodio de “Keeping up with the Kardashians”. En él, Kanye West ofreció renovar el guardarropa de su novia, a cambio de que esta se deshaga de todas las prendas que no le gustaran.

No más prendas ajustadas con escotes impactantes, no más apariciones en clubes nocturnos, ni dramas en uno de sus reality shows. De repente, Kim usaba Balmain, Givenchy y Céline, se codeaba con Riccardo Tisci –quien diseñó su vestido para la ceremonia– y se tiñó el cabello de rubio.

Por si fuera poco, recibió el sello de aprobación que consolidó su estatus como ícono: el de Anna Wintour, editora de la versión estadounidense de la revista Vogue, quien además de invitarla a la gala del MET dos años seguidos, le otorgó el honor de aparecer en la portada de la edición de abril de este año.

Pero a pesar de su éxito aparente, el atractivo de la hija de Kris Jenner desapareció. Ese atractivo era la propia Kim, desenfadada y sin pena.

La percepción del público había cambiado, de Kim a ‘Kimye’, la Kim de Kanye o Kim sin gracia. Una Kim que sufría de los mismo que Katie Holmes cuando Tom Cruise la proclamo “Kate” e hizo desaparecer su jovialidad y accesibilidad.

Sin embargo, algo en Kim se nota menos “atrapado” que en el caso de Katie. Quienes siguen su carrera aseguran que se tratan de una conversión voluntaria, que la empresaria se sometió a la voluntad de Kanye gracias a su mala experiencia con Reggie Bush –exnovio que muchos afirman fue el amor de la vida de Kim, y que supuestamente se negó a casarse con ella debido a la existencia de su video sexual.

Otros creen que el matrimonio con el rapero era la última oportunidad de Kim para ser madre y convertirse en una “mujer respetable”, y que después de cumplir 30 y teniendo dos matrimonios fallidos, la estrella temía no encontrar la felicidad.

Para el resto, el asunto es solamente otro intento transparente de mantener su posición en Hollywood.

Cualquiera que sea el caso, ‘Kimye’ no tiene la fuerza que sus dos miembros podrían darle. Ni siquiera una boda en Florencia, con Lana del Rey como invitada, le pudo dar la fuerza que le quitó el esfuerzo de Kim por transformarse en una mujer nueva.

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