Jóvenes herederos de las lenguas originarias

Sótera Cruz y Gaudencio Lucas son dos ejemplos de jóvenes mexicanos que, a través de la literatura, defienden y enaltecen las lenguas maternas con las que crecieron, el zapoteco y el totonaca. Para ellos, ninguna persona perteneciente a la comunidad originaria debe sentirse inferior a los demás, sino orgullosa de su cultura
Fernanda Muñoz Fernanda Muñoz Publicado el
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Las lenguas originarias son una pieza clave de la riqueza cultural de un país, y el que las generaciones más jóvenes las reconozcan y las hablen engrandece la herencia indígena nacional.

Sótera Cruz y Gaudencio Lucas son sólo dos ejemplos de jóvenes mexicanos que siguen hablando con orgullo y admiración las lenguas originarias que sus padres les inculcaron y que, hasta hoy, siguen defendiendo.

El pasado 26 de mayo, ambos fueron reconocidos por expresar, a través de las letras, cuentos y poemas escritos en sus lenguas maternas, el zapoteco y el totonaco.

Gusanos de la memoria, un colectivo de la Montaña de Guerrero que invita a creadores a expresarse a través de la literatura, lanzó el Primer Premio de Creación Literaria en Lenguas Originarias, bajo el cual Cruz y Lucas fueron los ganadores.

“Mi mayor motivación al escribí el cuento Pulkincio chu Kiwikgolo´ fue que las lenguas (originarias) no desaparezcan (…) Yo le pido a la gente que también las hable, es muy hermoso hacerlo”, comparte Gaudencio, originario de Zapotitlán de Méndez, Puebla.

El totonaca, lengua materna de Gaudencio, es una de las lenguas que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), tiene mediano riesgo de desaparición. En 2010, se registró que 244 mil 033 personas lo hablaban.

Para el joven de 17 años, la permanencia de su lengua es muy importante, ya que si llega a desaparecer, parte de la cultura con la que creció se desvanecería de igual manera.

“Es importante conservar las lenguas para que entre todos nos tratemos bien, para seguir conociendo nuestros orígenes, y para saber cómo los abuelos veían al mundo”, añade Lucas.

Por su parte, Sótera Cruz, de 15 años, señala que para que no se extingan más lenguas indígenas en el país, es importante seguir teniendo escuelas bilingües, justo como las que ella tuvo en su educación básica.

En Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, de donde Cruz es originaria, toda su familia y amigos hablan zapoteco y, de acuerdo con ella, nadie se siente inferior por hacerlo, sino todo lo contrario, hablan su lengua para protegerla y conservarla.

Discriminación a las lenguas originarias, un rasgo habitual

De acuerdo con estadísticas que el Inegi lanzó este año, 75.6 por ciento de la población indígena de 12 y más años considera que las personas originarias son poco valoradas por la mayoría de su gente.

Al respecto, Gaudencio Lucas se describe triste y enojado por la discriminación que algunas personas originarias siguen enfrentando, pues para él aún no ha quedado clara la riqueza que las lenguas indígenas tienen consigo.

Sótera Cruz asegura que aunque ella no ha recibido discriminación por sus orígenes, amigas cercanas sí lo han vivido al visitar otras ciudades.

“Le diría a los niños y niñas que se sientan orgullosas de su lengua materna, gracias a ella pueden abrirse muchas puertas, que no les dé pena”, menciona Cruz.

Una de las puertas que a ambos jóvenes se les ha abierto con su cultura originaria ha sido la de la escritura, una actividad que, por el momento, no piensan abandonar.

Luego de la felicidad y orgullo que sintieron al ganar el concurso de Gusanos de la Memoria, Sótera y Gaudencio se ven escribiendo al paso de los años sobre sus culturas, tradicionales y las emociones que los motivan.

En su cuento Pulkincio chu Kiwikgolo´, Gaudencio se remonta a los mitos y leyendas de su pueblo y cuenta la historia de Pulkincio, un hombre que perdió a su esposa al dar a luz a su hija. Después de tener una pesadilla, fue con el Dios del monte, Kiwikgolo´, a preguntarle a qué se debía aquél sueño. Cuando lo encontró, le confesó que su descendiente moriría.

Kiwikgolo´, al ver preocupado a Pulkincio, le propuso un trato: Si tocaba el campanario de una manera más hermosa que él, entonces su hija permanecería viva, si no, moriría y él terminaría como su esclavo, además de que le saldrían cuernos y vello por todo el cuerpo.

Y aunque Pulkincio tocó más bello que el Dios del monte, provocando un halo alrededor del Sol, su emoción provocó que aumentara el sonido del campanario y causara truenos y lluvia, lo que lo hizo perder la competencia. Al volver a su casa, encontró a su hija muerta y, él, cubierto de vello y con cuernos.

Sótera, por su parte, escribió un poema titulado Lo enterré, inspirado en una persona con la que salió un tiempo; sin embargo, la situación no terminó como hubiera deseado.

“Lo enterré hace mucho tiempo / lo enterré debajo de todos los lugares que visitamos juntos / lo enterré debajo de un árbol que daba sombra por su casa / lo enterré debajo del mercado / lo enterré en Playa Vicente / lo enterré debajo de un cerro / lo enterré y lo arranqué de mis entrañas / lo enterré en una tumba / murió dentro de mi corazón / su recuerdo se desvaneció con el tiempo / ya no duele / se murió / hace mucho tiempo / ya no siento melancolía / su viento lo arrastró / las olas del mar lo arrastraron / ese fue su final / yo ya no lloro como antaño tiempo”.

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