La gloria de venderse a Hollywood

Steve McQueen realizó sus estudios primarios en una escuela del Oeste de Londres, una buena zona de la capital británica donde, no obstante, en plenos años 70 aún existía una especie de "racismo institucional", que segmentaba a los alumnos según el color de su piel. 

Una etapa que sin duda golpeó al entonces joven artista, según diversas declaraciones hechas por él mismo. Y que bien puede explicar el tema de su tercer largometraje, el premiado drama biográfico “12 años de esclavitud”.

Diana González Diana González Publicado el
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Steve McQueen realizó sus estudios primarios en una escuela del Oeste de Londres, una buena zona de la capital británica donde, no obstante, en plenos años 70 aún existía una especie de “racismo institucional”, que segmentaba a los alumnos según el color de su piel. 

Una etapa que sin duda golpeó al entonces joven artista, según diversas declaraciones hechas por él mismo. Y que bien puede explicar el tema de su tercer largometraje, el premiado drama biográfico “12 años de esclavitud”.

El filme sella el traslado del cineasta a Hollywood después de su exitoso debut en el 2008 con la impresionante “Hunger”, la cual le valió la Cámara de Oro y el BAFTA a Mejor Director al año siguiente, en reconocimiento a la poderosa representación de la muerte por hambre de Bobby Sands, el líder de los presos del IRA (Ejército Republicano Irlandés) internado en la cárcel de Long Kesh.

La historia de este líder republicano lanzado voluntariamente al martirio –y junto con él varios más de sus seguidores– colocó en el pináculo de la fama al cineasta, en conjunto con su primer actor, el alemán-irlandés Michael Fassbender.

La siguiente entrega de McQueen, protagonizada por el mismo actor, fue “Shame” (2011), en la que abordó la triste condición de un solitario y deshumanizado hombre adicto al sexo.  La diferencia sustancial de esta segunda cinta consistió en que la violenta situación del personaje, aunque seguía expresándose a cierto nivel de su cuerpo físico, remitía mayormente a su compleja y tortuosa condición interna.

En la primera, McQueen montó el peso de la historia en la rotundez de sus imágenes y la ausencia de diálogos le sirvió para acentuar un dramatismo fatídico, incluso en el famoso plano secuencia de 17 minutos dialogados a cámara fija.

En la segunda, prefirió velar el sentido profundo de las situaciones a pesar de los diálogos más profusos, dejando todo a la capacidad expresiva de sus intérpretes.

Sin duda una serie de particulares parámetros estilísticos, enclavados en su temprana actividad en el videoarte, que le valió galardones tan prestigiados como el Turner de arte contemporáneo en 1999. 

Para todos los gustos…

Sin embargo, para su paso al mundo cinematográfico californiano, McQueen parece haber renunciado a su independencia creativa, al adaptar a un gusto genérico la historia autobiográfica de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro nacido libre, raptado y vendido como esclavo en la primera mitad del siglo 19.

Si bien el cuerpo, sometido a las aflicciones de la política, el sexo o la esclavitud, permanece como núcleo temático de su cine, McQueen ha cedido el aire fresco y vigoroso de su independencia, a una estrategia de producción, distribución y marketing que incluye a Brad Pitt no solo como integrante de su reparto, sino especialmente como productor del filme.

De esta forma, la autobiografía de Northup expresa una sintaxis visual mucho más clásica y convencional.

La historia, planteada de forma lineal y sin radicalismos visuales, si bien presenta de manera explícita los horrores irracionales de la esclavitud, concede con numerosos y ampulosos diálogos, las generalidades típicas del cine hollywoodense para el público norteamericano.

Por un lado, un villano tortuoso y esquizoide Edwin Epps (Fassbender), que si bien resulta intimidante, poco tiene que ver con la densa encrucijada moral del representante del orden carcelario inglés (el carcelero de nudillos dañados). 

Y por otro, el héroe martirizado por la injusticia Solomon, cuya decisión de sobrevivir le lleva a replegarse en sí mismo, distanciándolo del sentido de trascendencia propio de un Bobby Sanders, por ejemplo.

Lupita Nyong’o, por su parte, si bien tiene a su favor los momentos desgarradores que sufre a manos de su cruel amo la esclava llamada Patsey, nada le quita a la contenida y poderosa presencia que Sarah Paulson logra en pantalla como la siniestra y celosa esposa de Epps. Sin duda, un ensamble de espléndidos actores que, en conjunto, consiguen llevar este drama al nivel de auténtico recordatorio del más negro pasado norteamericano, como quizá ningún otro director del tema se había atrevido a hacer.  

Por ello, pese a la disminución del sentido independentista de su creador, pero especialmente a la obligación moral en que seguramente ha colocado a más de uno de los votantes de la Academia, “12 años de esclavitud” sumará el Globo de Oro a la Mejor Película Dramática y el BAFTA de Mejor Película, a algunas de las nueve nominaciones a los Oscar, entre ellas esperamos que por Mejor Película y Mejor Actor Principal. 

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