“La libertad en todo lo posible”, el recuerdo de Vicente Rojo

A un año de su fallecimiento, el poeta Alberto Ruy Sánchez recuerda a su amigo Vicente Rojo como un hombre generoso, quien, aunque era muy austero, fue alguien cariñoso y amable que, hasta sus últimos días, entregó el alma en su obra
Karina Corona Karina Corona Publicado el
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“La imaginación es una llama tan necesaria para el artista como para el científico. Pero estoy convencido de que sólo se puede encender y echar a volar si se tienen los pies bien puestos en la tierra”, fueron parte de las palabras que el pintor, artista plástico y editor Vicente Rojo ofreció como parte de su discurso al ingresar al Colegio Nacional el 16 de noviembre de 1994, 45 años después de su llegada a México.

Y precisamente el vuelo que hizo Vicente Rojo en su quehacer artístico siempre se enfocó en la libertad, la intimidad y la entrega a cada obra que realizó hasta sus últimos días, acontecida precisamente hace un año.

La cascada de agua que evocó el artista plástico en su serie México bajo la lluvia, en la que divisó en lontananza desde la altura del observatorio de Tonantzintla, Puebla, fue motivo para que su amigo y colega, el poeta Alberto Ruy Sánchez, la recordara como su obra más vistosa, ya que su musicalidad seguirá en la memoria de la gente.

“Habiendo establecido reglas precisas tenía una inmensa cantidad de variantes, lo imposible era infinito, y eso yo lo relacionaba con hacer de las imitaciones algo que canta, como una partitura. Estos cuadros son el canto a la vida, y el canto parece que se hace en el vacío, pero cuando está escrito parece el principio del pentagrama; él sabía hacer en su vida y obra un pentagrama, una geometría a la cual le daba la libertad de todo lo posible”, rememora Ruy Sánchez en entrevista con Reporte Índigo.

El preámbulo de la hermandad

La amistad que forjó el poeta con Vicente Rojo tuvo origen hace más de 20 años, pues el artista plástico fue uno de los fundadores de la revista Artes de México, junto al promotor cultural y entonces director del Museo de Bellas Artes, Miguel Salas Anzures.

Ruy Sánchez, quien es ahora el director de la publicación, recuerda que originalmente le habían encargado el diseño a un maestro de Vicente Rojo, pero, al final, el joven de entonces 20 años de edad fue quien dio vida a la revista cultural.

“La revista cambia de manos, continúa existiendo, pero siempre con el espíritu que le infundió Vicente, con cierta idea de algo que llamaba ‘elegancia tipográfica’. Muchos años después cuando me invitan a dirigir Artes de México, lo que Maggie y yo tratamos de hacer es recuperar la memoria de Vicente, desde entonces, no fue sólo una figura tutelar, sino un cómplice amistoso”, platica.

Para ese entonces, Rojo ya había fundado Ediciones Era y había diseñado gran parte de su obra pictórica; sin embargo, declara Ruy, el diseñador siempre tuvo un cariño especial por Artes de México, en la que además de darle una identidad gráfica, también aportó varios textos.

Esto fue fundamental para la revista, pues instituyó que los diseñadores leyeran el contenido, esto con el fin de crear un trabajo más completo.

“Vicente nos acompañó hasta su muerte, nos regaló algunas portadas, tuvimos ese privilegio, nos ayudó a hacer contactos, donó algunas serigrafías para que las vendiéramos y financiaramos la revista”, expresa.

La entrega en la obra de Vicente Rojo

Alberto Ruy recuerda a su amigo como un hombre muy generoso, asiduo a su obra, alguien muy dedicado en todo lo que se proponía.

La última colaboración que tuvo con el artista antes de su muerte fue el Libro de artista, un tomo con 20 grabados de Rojo, que él donó y de la cual se organizó una exposición. Sin embargo, se quedó pendiente hacer una edición más extensa, en la que se incluyeran más textos del escritor y grabados del artista plástico.

“Para el libro hizo 20 grabados y me pidió dos textos, hice seis para que eligiera, pero me dijo ‘me gustan tanto que los pondré todos’, yo seguí escribiendo más textos, llegué a 30, cuando se lo comenté, de nuevo expresó que le encantan y que haría 10 grabados más; no paraba de trabajar, era una persona joven en todo lo que hacía, abierto, escuchaba, era un gran lector, eso es algo fabuloso”, comparte.

La magia de Vicente Rojo consistió en examinar la naturaleza de las letras, pero también la fantasía que despiertan, de todo un universo que maquilaron juntos hasta el final de sus días, y así como éste, Ruy agrega que quedaron miles de proyectos pendientes.

Un par de los momentos más entrañables fue recordar el discurso de Vicente Rojo al entrar al Colegio Nacional, y aquel que brindó meses antes de morir al recibir el Doctorado Honoris Causa, por parte del Sistema Universitario Jesuita.

“Entre sus textos, el libro en el que está incluido su discurso al Colegio Nacional y su reflexión sobre su arte está bellamente escrito, digno de cualquier escritor, no es un pintor escribiendo, era alguien cuya creatividad incluía el mundo de la escritura”, indica.

Para el reconocimiento, por el cual lo distinguieron por “su obra escultórica y pictórica que refleja la densidad sustancial del México moderno visto desde la mirada extrañada de quien por voluntad decide radicar su destino a estas tierras y a esta luz”, Ruy Sánchez recuerda que fue un acto y muy significativo, pues fueron algunos amigos del artista.

“No sólo le dieron un diploma, sino una especie de mascada, donde le cuelga un triángulo, que es una pintura que está en una iglesia cuando los jesuitas fueron perseguidos, y tiene un frase: ‘el mundo fue hecho por Dios para hacer investigado, cuestionado’, iba en contra de las ideas de las instituciones de su tiempo, en el siglo XVIII”.

“Esto reúne la idea de que no hay que conformarse con lo que sabemos, pensamos, creemos, hay que seguir siendo inquisitivos, y Vicente tenía eso, inquietud de continuar preguntando, interrogando y fue fabuloso, era muy amoroso con Barbarita, (Bárbara Jacobs, esposa del pintor), gran escritora, siempre con una complicidad increíble y aunque era muy austero, era terriblemente cariñoso”, detalla Sánchez.

Por último, Alberto Ruy reflexiona que existe una teoría sobre la naturaleza del lenguaje, a lo que los lingüistas llaman la enunciación, y se refiere a todo lo que alguien escriba o dibuje está implícito en el cuerpo.

De esta manera, cree firmemente que el trabajo y el alma de Vicente Rojo quedará marcado en la prosperidad, viajando libremente, como una melodía, una sinfonía que sonará infinitamente.

“Siempre se pronunciará, aunque no digas ‘aquí está mi cuerpo, entonces en la pintura de Vicente es muy claro. Él tenía una manera muy clara y fuerte de poner su cuerpo presente en todo lo que pintó y escribió”, concluye Ruy Sánchez.

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