Nominada a dos Globos de Oro, Mejor Película y Mejor Actor, “El lobo de Wall Street” resulta especialmente reveladora de la perversión que yace en la profundidad del mal llamado “sueño americano”.
Aunque también de la naturaleza de su protagonista y realizador, Martin Scorsese, desde “Pandillas de Nueva York” (2002) y “El aviador” (2004), las dos colaboraciones iniciales de cinco protagónicos que hasta ahora ha realizado Leonardo DiCaprio para Scorsese.
Y no queda duda alguna de que el actor estadounidense ha ido creciendo histriónicamente hablando.
Scorsese, en cambio, sin dejar de ser uno de los maestros del cine norteamericano y sobre todo del thriller gansteril, pareciera que ya no tiene mucho qué ofrecer.
O al menos así lo ha considerado la prensa norteamericana de Hollywood, quien lo ignoró como Mejor Director en esta próxima entrega de los Globos de Oro, que se llevará a cabo el domingo por la noche.
Justamente la situación opuesta a lo ocurrido en el 2007, cuando “Los infiltrados” le valió el Globo de Oro al Mejor Director a Martin Scorsese (además del Oscar).
Por el contrario, Leonardo DiCaprio, tuvo que conformarse con la nominación a Mejor Actor.
Claro que aún hay que esperar a ver si “Leo” se lleva el globo dorado en esta ocasión.
Pasando por alto la injustamente ignorada “Isla siniestra” (por cierto, la siguiente colaboración del dueto después de “Los Infiltrados”), el gran antecedente de “El lobo de Wall Street” no se encuentra en la propia filmografía de Scorsese, sino en la de Oliver Stone.
En efecto, la película “Wall Street” (1987) es el gran antecedente para Scorsese, quien retoma el tema de la avaricia norteamericana para trasladarlo a su reconocible universo de línea gansteril.
La historia, basada en el libro autobiográfico y homónimo de Jordan Belfort (Di Caprio), con adaptación a guión de Terence Winter, muestra un nivel aún más profundo de decadencia que los excesos exhibidos por Stone a finales de los 80.
Sucesora de la “filosofía” de la “codicia como virtud”, “El lobo de Wall Street” ya no justifica el avasallamiento de lo digno y lo correcto como se hizo en la cinta de Stone, simplemente lo asume como norma de vida del protagonista: un corredor de bolsa asumido como criminal bursátil profesional.
A diferencia de “Wall Street” que tenía de contrapunto al personaje de Martin Sheen (un líder sindical de la clase trabajadora) como conciencia moral de la cinta, aquí la cinta de Scorsese es una caída libre y sin arneses en el anarquismo y la degradación moral.
Pero sin ningún alarido de por medio, como no sea el del amor al vértigo autodestructivo de los personajes, pues pese a mostrar la obscenidad como estilo de vida, Scorsese consigue hacer esta historia simpática, incluso divertida para el espectador.
Cierto que DiCaprio está sensacional en este retrato de la locura de Belfort, dedicado al fraude, el sexo y las drogas de tiempo completo, pero la posición casi cómplice de Scorsese, deja algo qué desear y pensar.