La risa como ‘imán’ social

Dentro de las ideas que damos por sentado en la cotidianidad de nuestra vida es que la risa, ese acto tan común, espontáneo y aparentemente trivial, se produce cada vez que vemos o escuchamos algo cómico. 

Pero lo que en realidad estamos ignorando, es que tendemos a “hablar” este “lenguaje” universal, que no distingue entre razas ni mamíferos (científicos han demostrado que el chimpancé y las ratas, por ejemplo, emiten sonidos que equivalen a una expresión primitiva de la risa), durante una conversación o cuando nos percatamos de la risa de otros.

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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La risa que producen las personas es 30 por ciento más frecuente cuando están acompañadas de terceros

Dentro de las ideas que damos por sentado en la cotidianidad de nuestra vida es que la risa, ese acto tan común, espontáneo y aparentemente trivial, se produce cada vez que vemos o escuchamos algo cómico. 

Pero lo que en realidad estamos ignorando, es que tendemos a “hablar” este “lenguaje” universal, que no distingue entre razas ni mamíferos (científicos han demostrado que el chimpancé y las ratas, por ejemplo, emiten sonidos que equivalen a una expresión primitiva de la risa), durante una conversación o cuando nos percatamos de la risa de otros.

De hecho, una investigación científica demuestra que la risa que producen las personas es 30 por ciento más frecuente cuando están acompañadas de terceros, que cuando están solas. 

En realidad la risa tiene una función estrictamente social: contribuir al desarrollo de vínculos afectivos entre seres humanos. 

Esta es la conclusión de Robert Provine, neurocientífico de la Universidad de Maryland, luego de más de 20 años de investigación sobre la risa, que la define “principalmente como una vocalización social que une a las personas”.  

Valiéndose de la observación y las grabaciones de las risas de mil 200 personas en diversos contextos sociales, como centros comerciales, salones de clase, oficinas y aceras urbanas, el autor de “Laughter: A Scientific Investigation” (o “Risa: Una Investigación Científica”), encontró que solo de un 10 a un 20 por ciento de los episodios de risa fueron inducidos por un chiste. 

Fueron los comentarios banales expresados durante el experimento como “¿dónde has estado?”, “¿está seguro? o “también fue un gusto conocerte” los que provocaron la mayoría de las risas, que incluso también eran precedidas por comentarios de humor del tipo “no tienes que beber, solo comprarnos unas bebidas”.

De ahí que “el jugueteo mutuo, la sensación de estar dentro de un grupo, el tono positivo emocional –y no la comedia– marcan los contextos sociales de la mayor parte de las risas que ocurren de forma natural, señaló Provine en una edición de la revista American Scientist. 

Agregó que “la investigación que se enfoca únicamente en la respuesta de una audiencia a los chistes (un escenario común de laboratorio), se centra en solo un pequeño subconjunto de la risa”.

Otro de los hallazgos de Provine que representan la antítesis del abordaje que comúnmente se hace en la investigación del humor –centrada únicamente en el comportamiento de la audiencia, es decir, del oyente que ríe– es que el hablante promedio se ríe cerca de un 50 por ciento más que la audiencia.

Pero el ejemplo quizá más evidente que explica la tendencia a asociar únicamente los efectos de la risa con lo que se considera cómico o con el humor (sin prestar atención a su carácter social) son los estudios que subrayan la idea de que la “risa es la mejor medicina”.

Si bien se ha demostrado que la risa, por ejemplo, puede llegar a aumentar las defensas del sistema inmunológico, reducir los síntomas de estrés y ansiedad o de dolor físico, el común denominador de los resultados sobre el efecto terapéutico de la expresión de esta emoción apuntan únicamente a una respuesta biológica hacia la comedia o a un estímulo que promete una dosis de carcajadas.

Al respecto, Provine sostiene una postura que, aunque “fría” en su lectura, revela una verdad que el especialista en risa describe como “discorde”: 

“La risa no evolucionó para hacernos sentir bien o para mejorar nuestra salud. Ciertamente, la risa une a las personas y estudios han demostrado que el apoyo social mejora la salud física y mental. 

De hecho, los presuntos beneficios de la risa pueden ser consecuencias que coinciden con su objetivo principal: unir a las personas”.

El ‘virus’ risueño como mayor vínculo social

La neurocientífica Sophie Scott, del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la University College London (UCL), quien también ha sumado la risa a sus actuales líneas de investigación, dice que el contagio de la risa reside en el hecho de que cuando escuchamos a una persona reírse, se activan las mismas regiones del cerebro que utilizamos para sonreír. 

Son respuestas a la risa que Scott define como de “espejo”, con las que nos “preparamos” para participar o sumarnos al unísono de las carcajadas, independientemente de que conozcamos o no las causas; es decir, nos reímos al escuchar las risas de los demás.

Esta “preparación” para participar en el coro de risas se da incluso en aquellos cuyo cerebro está siendo escaneado mediante imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), señala Scott en un video educativo de la UCL. 

Para Provine, “el hecho de que la risa sea contagiosa plantea la posibilidad intrigante de que los humanos cuentan con un detector de risa auditivo, un circuito neuronal en el cerebro que responde exclusivamente a la risa”, según escribe en un documento que aparece en el sitio Web del Festival de Humanidades de Chicago.

“Una vez detonado”, continúa, “el detector activa los circuitos neuronales que generan el patrón de acción estereotipado de la risa”, un mecanismo que a decir de Provine puede ser la base de la risa contagiosa. 

Pero este contagio “viral” de la risa del que seguramente la mayoría hemos sido víctimas, incluso ha llegado a manifestarse en personas de forma dramática. 

Un ejemplo llevado al extremo, que bien podría parecer una escena de película de ciencia ficción, son los brotes de risa contagiosa que se reportaron en 1962 en Tanganica (hoy Tanzania), al Este de África. 

“Una risa contagiosa se propagó de un individuo a otro, eventualmente infectando las comunidades adyacentes. Como un brote de influenza, la epidemia de la risa fue tan severa que requirió el cierre de por lo menos 14 escuelas y afectó aproximadamente mil personas”, escribe Provine en un extracto de su reciente libro “Curious Behavior” (o “Comportamiento Curioso”), publicado en el diario británico The Guardian. 

A decir de Provine, al descartarse reacciones tóxicas u otras condiciones médicas como encefalitis, se estableció que el brote tuvo un origen psicógeno y de histeria colectiva. 

“Las epidemias de la risa, grandes y pequeñas, son universales”, escribe Provine.

Y así, universal, también es el poder que tiene la risa para crear dos escenarios: forjar lazos con otros seres humanos, o bien, romperlos, de no hacer uso de este poder de manera respetuosa e inteligente (como lo sería una forma de burla, por ejemplo).

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