Las palabras se quedan cortas… en Internet

Hablar de sí misma, le produce placer a la persona y se activa el área de recompensa en su cerebro. A pesar de la comunicación constante en redes sociales y chats, la Web no es el terapeuta que todos quieren, ni siquiera es el canal para crear vínculos duraderos y satisfactorios

Entre 30% y 40%
Del discurso cotidiano tiene que ver con nosotros mismos
"Las computadoras y las nuevas tecnologías no proporcionan el calor humano, son sustitutos fríos"
Irmtrand TarrPsicoterapeuta alemana
http://www.youtube.com/watch?v=jw4dTjcvh7U

Hablar de sí misma, le produce placer a la persona y se activa el área de recompensa en su cerebro. A pesar de la comunicación constante en redes sociales y chats, la Web no es el terapeuta que todos quieren, ni siquiera es el canal para crear vínculos duraderos y satisfactorios

Hablar, expresarse con ademanes y gestos, sentirse escuchado, desahogarse, establecer complicidad o contacto físico son necesidades básicas que siguen latentes en la Web. El mundo virtual no sacia el deseo de tener un encuentro cara a cara, independientemente si se usa la más avanzada tecnología de videoconferencia.  

En un estudio publicado este año en Psychological Science, investigadores de la Universidad de Arizona y la Universidad de Washington demostraron que pasar más tiempo acompañados y conversando nos hace sentir mejor. Y que las conversaciones profundas están asociadas a un mayor bienestar –niveles de felicidad reportados y satisfacción con la vida–.

Y es que Internet nos delata. Las redes sociales ponen en evidencia nuestras necesidad de comunicar las montañas rusas emocionales. No en vano publicamos en 140 caracteres en Twitter nuestras penas, alegrías, inconformidad, frustraciones, deseos y hasta las anécdotas más banales.

Como dijo a The Wall Street Journal (WSJ) el psicólogo James Pennebaker, de la Universidad de Texas, reconocido por su investigación en escritura terapéutica, “nos encanta que otras personas nos escuchen. ¿Por qué otra razón tuitearías?”

Lo mismo sucede en los estados de Facebook, en donde comunicamos “qué estamos pensando”, “cómo nos sentimos” y demás ideas que incluso llegan a mostrar detalles de nuestra intimidad.

Prueba de ello es que, sin percatarnos, podemos estar contándole nuestra vida entera al extraño que tenemos enfrente en la fila del banco.

De hecho, en un estudio del 2012, expertos de la Universidad de Harvard demostraron que cuando hablamos acerca de nosotros mismos se activan las mismas áreas del cerebro asociadas con la recompensa. 

En una serie de experimentos, los participantes fueron sometidos a un escáner de resonancia magnética funcional mientras contestaban preguntas acerca de sus propias opiniones respecto a algún tema en particular, y sobre las de otros. 

Se encontró que la actividad de las regiones del sistema de recompensa del cerebro,  vinculada con la sensación de placer que se obtiene de estímulos como el alimento y el sexo, fue mayor cuando las personas hablaban acerca de sí mismas.

En el estudio, publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), los autores señalan que el ser humano dedica entre 30 y 40 por ciento de su discurso cotidiano a informar a otros sobre sus experiencias personales y sus relaciones con los demás. 

Una posible explicación a nuestro “impulso intrínseco por divulgar los pensamientos a otros”, como se menciona en el estudio, es que esta tendencia nos puede dar una ventaja adaptativa mediante la formación de vínculos sociales o la adquisición de retroalimentación de otros para alcanzar el autoconocimiento. 

Sin conexión genuina

Pero pese a que 80 por ciento de los posts en redes sociales son “anuncios” que tienen que ver con nuestras “experiencias inmediatas”, según el estudio publicado en PNAS, el efecto terapéutico de estas revelaciones difícilmente puede compararse con el que podríamos obtener tras un par de horas de conversación cara a cara.

Para el psicólogo y filósofo iraquí Ziyad Marar, Internet no es un medio que nos permita tener intimidad –en cualquier tipo de relación–, que en su más reciente libro, “Intimacy”, define como ese “momento en  el que nos sentimos comprendidos de una forma única”.

En entrevista para un artículo publicado el año pasado en The Telegraph, el también Director de Publicación Global de la reconocida editorial académica independiente a nivel mundial SAGE, señaló que “el culto a Facebook es un reflejo de lo mucho que las personas desean conectar, pero lo que consiguen es lo que los sociólogos llaman ‘vínculos frágiles’, no intimidad”. 

El experto aseguró que a pesar de que las revelaciones personales también se pueden hacer en línea, lo que la Red no permite es esa apertura a la interpretación que sí hacen posible los encuentros reales. 

“Todo lo que el destinatario tiene de ti en línea es lo que tú decides presentar sobre ti mismo”, expresó. “Las conexiones digitales no nos dan (…) las pistas a la pregunta, ‘¿estamos en el mismo canal?’”. 

Y “pese a la corriente digital en la que nadamos”, apuntó Marar, somos, finalmente, “criaturas análogas”. 

Más palabras, menos químicos 

La tendencia en las consultas psiquiátricas actuales consiste en prescribir fármacos para el tratamiento de enfermedades mentales, pero los pacientes prefieren la psicoterapia, de acuerdo a una investigadores del Hospital McLean y la Escuela Médica de Harvard, que realizaron un amplio análisis de 34 estudios, en los que más de 90 mil personas fueron cuestionadas respecto a las opciones de tratamiento. 

En la investigación, publicada recientemente en Journal of Clinical Psychiatry, se encontró que 75 por ciento de los pacientes entrevistados prefirieron la psicoterapia en lugar de los medicamentos. La inclinación por una terapia psicológica se vio más acentuada en mujeres y personas jóvenes. 

No se mencionan las razones que justifiquen por qué, si se les diera la oportunidad de hacerlo,  la mayor parte de las personas elegiría la psicoterapia como tratamiento. 

Pero más allá de esto, los hallazgos hablan del importante rol que juegan los vínculos sociales –y presenciales– en nuestro bienestar. Reducir la ayuda a aquellos que lo necesitan a la elaboración y a la firma de una receta médica deja mucho que desear. 

Como dijo a The New York Times la psiquiatra estadounidense Louisa Lance: “la medicación es importante, pero es la relación la que pone mejor a las personas”. 

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