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La mujer perfecta está en todas partes: en la televisión, en la publicidad, en los libros y en la cultura pop. Su omnipresencia nos ha hecho creer que también deben estarlo en la casa, en la escuela y en el trabajo. ¿Es posible alcanzar el ideal de supermujer sin morir en el intento?
Todos la conocemos. La supermujer se despierta temprano cada mañana para ir al gimnasio o salir a correr, regresa a casa y después de un baño rápido sale luciendo como supermodelo, le da un beso al esposo que adora y deja a los niños en la escuela para finalmente ir al trabajo.
Pasa el día en juntas, hablando por teléfono o escribiendo, generando ideas originales y pensando qué hará de cenar, porque después de ir por los niños a la escuela y asegurarse de que cumplan con sus tareas y las clases de natación, recibe a su marido con una cena balanceada y deliciosa, pone a sus hijos a dormir y va a la cama.
Su casa siempre está ordenada, su pelo siempre está en su lugar y su familia siempre está feliz. Tiene energía ilimitada, no necesita “mantenimiento” y es una estrella en el trabajo.
Si no la has visto puedes encontrarla en todos los anuncios de yogur, detergente, cereal bajo en calorías y champú.
La mujer perfecta está en todas partes y constantemente se utiliza como referencia para las “mortales” que cuidan a sus no tan angelicales hijos en sus salas (no siempre perfectamente ordenadas), o mientras corren para llegar a tiempo al trabajo en el que no sienten que están dando el máximo.
Trabajo de dos turnos
Un estudio a cargo de Jacqueline Mitchelson, profesora de psicología de la Universidad de Auburn, en Alabama, que evaluó el nivel de satisfacción de 288 adultos con trabajos de más de 20 horas a la semana (más sus compromisos familiares), determina que las mujeres son más propensas a sentir que no cumplen con las expectativas en su vida personal y profesional.
Clasificaron a los sujetos en tres grupos: los perfeccionistas que están satisfechos con su desempeño, los que se ponen metas muy altas y sienten que no las alcanzan, y los que no son perfeccionistas –aquellos cuyas aspiraciones no eran difíciles de lograr–.
En el trabajo, el 38 por ciento de las mujeres declaró sentir que fallaba en alcanzar los estándares que se ponían.
En comparación, solo el 24 por ciento de los hombres se sintió de la misma manera.
El 30 por ciento de las mujeres opinó lo mismo para sus deberes familiares, mientras que la proporción de hombres en una situación similar fue del 17 por ciento. En ambos casos más hombres fueron clasificados como “perfeccionistas que creen alcanzar sus metas”.
De acuerdo a los autores, esta necesidad de ser perfectas puede tener un impacto negativo en el equilibrio entre familia, vida social y trabajo.
Cary Cooper, experto en psicología organizacional y salud de la Universidad de Lancaster, menciona que las mujeres frecuentemente sienten culpa al tener que balancear su trabajo con los compromisos de casa.
“Lo llamamos ‘trabajar doble turno’, tener que equilibrar ir al trabajo y ser competente, y después cumplir con los deberes de casa en los que los hombres solamente ayudan un poco”, explica, “sufren de perfeccionismo, son mucho más meticulosas que los hombres y trabajan al 100 por ciento”.
¿Obligadas a lo imposible?
Mitchelson subraya que estos resultados la sorprendieron y que espera poder explorar el tema más a fondo.
Y agrega que la causa podría encontrarse en los mensajes que la sociedad lanza sobre la mujer: necesita quedarse en casa y cuidar a sus hijos, pero también debe tener una carrera exitosa.
Sin embargo, la misma sociedad parece estar convencida de que esto no es posible y ataca a las mujeres que lo intentan.
Desde que Marissa Meyer tomó el puesto de CEO de Yahoo, en el 2012, y aprovechó el evento para anunciar su embarazo, cada uno de sus movimientos ha sido observado de cerca (y fuertemente criticado).
“Mi incapacidad por maternidad durará unas semanas”, aclaró la graduada de la Universidad de Stanford, “y trabajaré durante ellas”.
La promesa fue cumplida y se tomó solamente dos semanas, lo que desencadenó reacciones a su favor y en su contra, de quienes la veían como un ejemplo de que es posible tenerlo todo y de quienes la calificaban de madre (o ejecutiva) ausente.
Construyó una habitación para su bebé junto a su oficina y anunció que eliminaría la modalidad de trabajo desde casa. Incrementó, para sus empleados, la incapacidad por maternidad a 16 semanas y por paternidad a ocho.
Y cada una de estas acciones fue blanco del escrutinio público y le valió tanto el sobrenombre de “antifamilia”, como el de “CEO incapaz”.
Ninguna otra persona, hombre o mujer, en su posición ha recibido un nivel de escrutinio equiparable. Nadie cuestiona que Mark Zuckerberg pueda ser buen esposo, o que Bill Gates sea capaz de atender a sus tres hijos.
Pero si se habla de Anna Wintour es para decir que Miranda Priestly –personaje de “El Diablo viste a la moda” supuestamente basado en ella, divorciada varias veces y que no ponía atención a sus hijas– era una jefa implacable y obsesionada con el trabajo.
Y cuando una ganadora del Oscar a Mejor Actriz, como Halle Berry, Sandra Bullock o Hillary Swank, se divorcia, se argumenta que debe ser consecuencia de su éxito.
La que por su gusto muere…
Debora L. Spar, presidenta de Barnard College y profesora de la Escuela de Negocios de Harvard por casi 20 años, sugiere que la insatisfacción femenina es consecuencia de los movimientos feministas.
“En lugar de emocionarnos por las nuevas posibilidades, nos ahogamos bajo el peso de expectativas imposibles”, explica, “las antiguas (ser buenas esposas y madres) y las nuevas (ser atléticas, fuertes, versátiles sexualmente e independientes), y como resultado nos sentimos desesperadas por ser todo eso, y hacerlo solas, sin ayuda”.
El problema, de acuerdo a Spar, aunque es parte biológico y parte responsabilidad de los medios y la propia sociedad, viene de nuestras propias expectativas. Por lo tanto eliminar la presión está, por lo menos en gran medida, en nuestras manos.
El primer paso, entonces, es dejar de fingir que podemos hacerlo todo.
“Tenemos que reconocer la búsqueda de la perfección por lo que es: un mito”, argumenta Spar, “nadie puede tenerlo todo y ponerlo como medida del éxito nos condena a nosotras (y a nuestras hijas) al fracaso”.
Para la escritora, la manera más sencilla de acercarnos al éxito es buscar ayuda en nuestras parejas, en nuestras familias y en nuestros amigos.
“El feminismo no pretendía hacernos miserables, sino libres”, añade Spar.
Y recalca que “el reto es reconocer que poder tomar decisiones viene con la responsabilidad de tomarlas sabiamente, no buscando la perfección inalcanzable, sino vidas que tengan sentido”.
Mujeres en desventaja
La presión social por ser excelentes en todos los ámbitos en los que se involucran no solamente afecta a las mujeres en el campo laboral, también influye en sus actividades académicas.
Inclusive entre algunas de las mujeres más inteligentes del mundo, el temor a que su capacidad intelectual interfiera con su vida social es significativo.
En la Escuela de Negocios de Harvard (HBS), por ejemplo, las estudiantes sienten que deben elegir entre su vida académica y romántica.
Estudios previos a un experimento realizado en el 2010 por Drew Gilpin Faust, la primera presidenta de la institución, revelaron que muchas de las alumnas sentían que no podían ser deseadas por los hombres si eran de las más destacadas de la clase.
Una de ellas confiesa que escuchó a uno de sus compañeros hablar sobre otra joven, diciendo: “es atractiva, pero es muy asertiva”, como si la manifestación de sus opiniones fuera inconveniente para comenzar una relación con ella.
El experimento de Harvard
Cuando Faust tomó el papel de presidenta, notó que tanto las profesoras como las estudiantes se encontraban en marcada desventaja si se les comparaba con sus contrapartes de sexo masculino. En el caso de las profesoras, las satisfacción de sus alumnos y su efectividad era significativamente menor.
Las estudiantes, por su parte, participaban en menor medida y eran pocas las veces que llegaban al cuadro de honor.
Para cambiar esto, asignó a Nitin Nohria como directora quien, al analizar la situación del momento, descubrió que el ambiente era hostil para las mujeres, que algunos de sus compañeros les faltaban al respeto constantemente y las juzgaban por su atractivo físico.
Además, estas limitaban su participación en clase o participaban de manera insegura, pues sus compañeros tendían a quitar mérito a sus opiniones.
Las profesoras eran poco respetadas y eran solamente un quinto de los profesores veteranos, pues factores como “la incertidumbre por la incapacidad de maternidad, la falta de oportunidades de escribir con profesores destacados o el abuso de los propios estudiantes que bromeaban sobre su ropa” las hacían perder autoridad.
La solución consistió en una serie de pasos que comenzaron por enseñar, tanto a estudiantes como a profesoras, a proyectar seguridad y altas expectativas sin perder calidez, lo que incrementó las calificaciones de ambos grupos de manera inmediata.
Cuando se graduó la generación del 2012, el desempeño de las mujeres era significativamente mejor: más participación, más premios, más respeto.
Y aunque se está decidiendo si continuar con el experimento debido a las quejas de algunos de los compañeros, el descubrimiento es importante: un ambiente hostil puede asustar hasta las mentes más brillantes.