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El cigarro tiene una reputación deplorable. Las leyes cada vez limitan más su consumo en lugares públicos (incluso al aire libre), se han puesto en marcha cientos de campañas en todo el mundo para promover el abandono del vicio, y su publicidad debe contener imágenes y recordatorios sobre sus consecuencias fatales.
Nadie duda que esa mala fama es merecida, ya que el 12 por ciento de las muertes de adultos mayores de 30 años se pueden relacionar al consumo de tabaco.
Y alrededor de 5 millones de personas de este rango de edad murieron por uso directo de tabaco en el 2004 (una cada seis segundos), según el reporte global de mortalidad atribuible al tabaco, publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el 2012.
Además, 71 por ciento de todas las muertes por cáncer de pulmón están relacionadas con masticar o fumar tabaco.
Esta sustancia también está relacionada con un mayor riesgo de infartos, ataques al corazón, enfisema pulmonar, bronquitis crónica, cáncer en la boca, garganta y páncreas e hipertensión, entre otros.
A pesar del protagonismo del tabaco como enemigo público número uno de nuestra salud, está lejos de ser el único factor que incrementa el riesgo de fallecer.
De hecho, varios padecimientos mentales y otras adicciones han demostrado estar más ligados con la muerte que el consumo de cigarros, sin embargo, sus tasas de mortalidad no son tan difundidas y no se hace énfasis en prevenir el incremento de las víctimas.
De la anorexia al alcohol
De acuerdo a una evaluación que la Universidad de Oxford realizó en base a docenas de reportes publicados sobre la tasa de mortalidad de varios trastornos mentales y adicciones, que después compararon con el riesgo de morir por el consumo de tabaco, los números son alarmantes.
“Desde el punto de vista de salud pública, los pacientes con enfermedades mentales serias deben ser clasificados como una población de alto riesgo para enfermedades físicas, dadas las sustanciales diferencias con la población en general”, explica el texto.
El caso más grave pertenece a las madres que son admitidas a un hospital psiquiátrico después de dar a luz, generalmente por problemas relacionados con la depresión –o la psicosis– postparto.
Estas mujeres tienen 770 por ciento de riesgo de morir –en contraste con el 100 por ciento de los fumadores empedernidos. Quienes consumen sustancias opioides (580 por ciento), anfetaminas (240 por ciento), cocaína (240) o metanfetaminas (180) también tienen mayor peligro de muerte que los adictos al tabaco.
Y aunque algunos dirían que la razón por la que el tabaco recibe tantas críticas es porque a pesar de sus consecuencias sigue siendo legal, el alcohol no se queda atrás. De hecho, es casi dos veces (180 por ciento) más probable morir por causas relacionadas a este que por fumar.
Otra causa importante de fallecimientos es la anorexia, desorden psicológico y alimenticio que tiene una tasa de mortalidad de 230 por ciento, comparada con el tabaco.
La discapacidad intelectual moderada tiene 110 por ciento.
“No conocemos las razones precisas para el incremento en el riesgo de muerte, y se necesita más investigación para comprenderlo”, señala Seena Fazel, psiquiatra forense que colaboró con la investigación. “Pero un determinante clave es el suicidio, frecuentemente provocado por los síntomas de los trastornos mentales”.
Por su parte, la esquizofrenia provoca un riesgo de muerte igual al del tabaco (100 por ciento), mientras que el desorden bipolar, la bulimia y otros desórdenes alimenticios son 20 por ciento menos peligrosos.
También la depresión se colocó por debajo de la adicción al tabaco, con 40 por ciento menos posibilidad de riesgo de fallecer.
Los animales también se deprimen
Los humanos no son los únicos seres vivos que pueden tener problemas mentales y emocionales, aunque con ellos el diagnóstico de las causas suele complicarse.
Pero así como pueden padecer de estos desórdenes, pueden recuperarse de ellos.
Michael Mufson, un psiquiatra del Brigham and Women’s Hospital en Boston, ha tenido éxito trabajando con gorilas del Franklin Park Zoo.
“En mi primera visita pude ver que sufrían igual que las personas”, explicó a la doctora Laurel Braitman para su libro “Animal madness”.
La investigación de Mufson revela que casi la mitad de los zoológicos estadounidenses y canadienses habían dado antidepresivos y antipsicóticos a sus gorilas, y que estos medicamentos funcionan tan bien como en los seres humanos. Tratamientos de este tipo se han usado también en osos y otros animales.
Para Braitman, reconocer el parecido entre la salud mental de especies distintas y la humana es importante para poder tratarlos apropiadamente.
“Ayudar a los animales a superar problemas emocionales puede ser cansado, caro y (…) romper nuestro corazón o darnos esperanza. Pero no me lo imagino de otra manera”, señala en su libro.