No eres tú, es el frío… y lo que comes

Aún no es invierno oficialmente, pero los días nublados y lluviosos que acompañan la llegada de los frentes fríos y del horario de invierno traen consigo algo más que descensos drásticos en la temperatura: cambios en el estado de ánimo. 

Este verano aludimos en este espacio a los efectos negativos de las altas temperaturas a nivel fisiológico y mental, como el aumento en el ritmo cardiaco, la sudoración y con ello, la sensación de que nos hace falta energía y que estamos agotados. En esa estación del año estamos más sensibles, irritables e irascibles. 

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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Aún no es invierno oficialmente, pero los días nublados y lluviosos que acompañan la llegada de los frentes fríos y del horario de invierno traen consigo algo más que descensos drásticos en la temperatura: cambios en el estado de ánimo. 

Este verano aludimos en este espacio a los efectos negativos de las altas temperaturas a nivel fisiológico y mental, como el aumento en el ritmo cardiaco, la sudoración y con ello, la sensación de que nos hace falta energía y que estamos agotados. En esa estación del año estamos más sensibles, irritables e irascibles. 

De hecho, está demostrado que en la época de verano aumentan los casos de violencia intrafamiliar.

Ahora que los días se acortan y se tornan más fríos, algunos somos más susceptibles a sentir emociones negativas como apatía y tristeza. 

Pero la exposición a una cantidad menor de luz también puede provocar que algunas personas experimenten síntomas más serios que van más allá de un estado de ánimo decaído.  En este caso podría hablarse del llamado “trastorno afectivo estacional” (SAD, en inglés).  

Los que padecen SAD pierden interés en realizar actividades que antes disfrutaban, duermen y comen de más –aumentan de peso–, mientras que otros sufren de insomnio. 

También sienten impotencia, desesperanza, cansancio y falta de energía, disminuyen la interacción social, les gana un estado de ansiedad y la tristeza. Y no pueden concentrarse.

La evidencia a la fecha apunta a que el SAD afecta entre el 6 y el 10 por ciento de la población general.  Y que su prevalencia es mayor en mujeres de entre los 30 y 40 años.

Eres lo que comes

No solo los cambios en la temperatura afectan el humor de las personas. Los alimentos también influyen en nuestro estado de ánimo. Algunos para bien, otros para mal. 

Un estudio publicado este año en Journal of Psychopharmacology demostró que las personas que durante 30 días tomaron una bebida de chocolate amargo –con 500 miligramos de polifenoles de cacao– una vez al día reportaron sentirse más calmadas y más contentas que aquellos que no lo hicieron o que tomaron una cantidad menor.

“El cacao estimula la serotonina cerebral”, dijo a la BBC Chris “The medicine hunter” Kilham, especialista en etnobotánica. “Casi todos los antidepresivos que existen pretenden ya sea aumentar la serotonina o mantenerla en el cerebro por más tiempo. El chocolate o el cacao también logra esto bastante bien”.

Y un estudio encabezado por Beatrice Golomb, de la Universidad de California, cuyos resultados fueron publicados en el 2012 en la revista científica PLoS ONE, reveló que “la mayoría de los ácidos grasos trans”, que se encuentran en los alimentos procesados, “se relaciona de forma significativa con mayor agresión”. 

El pavo no es el único culpable

La ingeniera bioquímica Tania Lewis, explica en LiveScience que, según expertos, el pavo que se consume en Thanksgiving –y en Navidad– no es el único alimento causante de fatiga y sueño al día siguiente. Ya que la liberación de insulina que detona la ingesta de carbohidratos y el alcohol son los factores principales.

El pavo contiene un aminoácido conocido como triptófano, que el organismo utiliza para producir serotonina, el neurotransmisor en el cerebro que regula el sueño.  Pero cualquier otro alimento rico en este aminoácido como el queso cheddar puede inducir el sueño, no solo el pavo, explica Lewis. 

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