No a las medicinas, sí a las groserías
¿Te golpeaste accidentalmente el dedo meñique del pie con algún mueble de tu casa? Es muy seguro que hayas querido maldecir por el dolor. Cada vez que sientas un dolor intenso, hazlo. Tu cuerpo te lo agradecerá.
Ya que está demostrado que decir groserías o soltar una buena carcajada pueden servir como analgésico.
Eugenia Rodríguez¿Te golpeaste accidentalmente el dedo meñique del pie con algún mueble de tu casa? Es muy seguro que hayas querido maldecir por el dolor. Cada vez que sientas un dolor intenso, hazlo. Tu cuerpo te lo agradecerá.
Ya que está demostrado que decir groserías o soltar una buena carcajada pueden servir como analgésico.
En abril de este año aludimos a un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Kansas, en el que se demostró que al sonreír –un acto que involucra una serie de movimientos de los músculos faciales– se obtienen beneficios a nivel psicológico y fisiológico.
Entre ellos está que se reducen los niveles de estrés y de ansiedad. Y que se desacelera el ritmo cardiaco.
Otra investigación encabezada por el antropólogo social Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, cuyos resultados fueron publicados en el 2011 en Proceedings of the Royal Society B, reveló que cuando “nos atacamos de la risa” se liberan sustancias químicas en el cerebro que a su vez aumentan nuestro umbral del dolor.
“Vaciar los pulmones es lo que causa el efecto. “Eso es exactamente lo que ocurre cuando decimos ‘me reí hasta que me dolió’. Ese dolor de una risa muy intensa es lo que produce la liberación de las endorfinas”, dijo Dunbar a la BBC.
Por otro lado, en un estudio liderado por el psicólogo Richard Stephens, de la Universidad Keele, en el Reino Unido, se sometió a un grupo de estudiantes universitarios a un experimento para evaluar qué tanto podían mantener su mano sumergida en agua helada mientras maldecían o decían palabras neutrales.
En dicha investigación se comprobó que el umbral del dolor de los niños que dijeron palabrotas fue mayor. Además, lograron mantener la mano dentro del agua fría durante más tiempo.
Una explicación posible es que al maldecir se activan áreas del cerebro asociadas con la reacción “lucha o huye” de este órgano frente a una amenaza. Esto, aunado al uso de un vocabulario ofensivo, aumenta el ritmo cardiaco y disminuye la sensibilidad al dolor.
“(Maldecir) nos permite desahogarnos o expresar enojo, alegría, sorpresa, felicidad. Es como el claxon de tu carro, con el que puedes hacer muchas cosas (…)”, dijo a Scientific American Timothy Jay, profesor de la Escuela de Artes Liberales de Massachusetts y experto en el estudio de maldecir.