https://youtu.be/htYqcRo66bA
Sube como si nada tres pisos de escaleras de una vieja casona en la Colonia Roma. Carga 84 años de esqueleto y una barriga llena de buenas vibraciones.
Alfonso Arau cristaliza los sueños de miles de mexicanos que quieren –en el México que gana
Óscares– ser cineastas. Podría repetirse su nombre y apellido en todos los créditos del final de una película. Ha hecho de extra a protagonista, de director a productor, la ha hecho de Arau y hasta de Poncho. Fue durante un tiempo la versión nahua del Cuarteto de Liverpool con Los Tepetatles.
Lleva más de cuatro décadas en esto de las luces y claquetas. Un bailarín que se toma muy en serio eso de echar desmadre. Se ha dedicado a registrar el México popular, ese que ríe entre sollozos, porque en México de dolor se canta y se ríe. Ese México que se ríe aunque no se sabe a veces de qué.
Añejado en el mundo del glamour y la alfombra roja, no tiene los aires del atribulado cineasta de boina calada a media frente y estola al cuello. Va de tenis playeros y saco. Sin corbata. El piso de madera de la Pulquería Insurgentes cruje mientas él se acomoda en la silla. La barra con curados de tuna, avena, beso de ángel y natural colorean la escena. Meseros y garroteros se preparan para la larga jornada de un viernes de quincena que abarrota los cajeros automáticos y desata el frenesí del tráfico vehicular capitalino. Sin embargo, Arau parece exento de la vorágine de la Ciudad. Una mesera con collarín quiere que se hagan los honores, pero por el momento no quiere agua ni pulque.
Se acomoda el saco oscuro, lleva en la solapa un pañuelo que combina con la camisa de pequeños cuadros morados. Sonríe. Entrecruza los dedos como el que en un western pide: ¡dispara!
> ¿Dice Joaquín Sabina que bailar es soñar con los pies?
“Me parece que es una bella forma de decirlo. El baile es una forma de expresión importantísima del ser humano. Es un buen ejercicio, es un buen vehículo para el amor”.
Arau a finales de la década de los 50 se interesó por el ballet clásico. En realidad fue tras de una guapa joven de la época y quedó encadenado a los coupés y cabriolés. Desde entonces conoce al comediante Sergio Corona, hermano de la chica guapa que terminaría siendo su esposa. Para el cineasta que cuenta entre sus más recientes anécdotas haber dirigido a Woody Allen la seducción del cine al hombre está en el éter. Nadie puede verla pero todos saben sentirla.
En los últimos años la presencia de mexicanos en Hollywood ha inundado las portadas de periódicos y medios electrónicos, pero desde la mitad de los ochenta Arau trasladó su residencia a Los Ángeles, California, y se metió al mundo de la llamada meca del cine. Lo hizo primero con papeles secundarios, no le importó ni a pesar de que su carrera de director en México ya cuajaba. Prefirió hacer La Pandilla Salvaje de Sam Peckinpah, o actuar a un lado de Michael Douglas, o en la famosa serie Bonanza.
Tomó fama con el clásico de la comedia norteamericana The Three Amigos, su personaje de “El Guapo”, llegó a la impresión de camisetas para la plétora -¿qué significa eso?- de fans del maloso que desataba carcajadas. Con el paso del tiempo –1995, para ser precisos- terminó dirigiendo a Anthony Quinn y a Keanu Reeves en la película Un paseo por las nubes. Su obra cumbre es quizá Como agua para Chocolate.
“Yo soy un artista popular tratando de llevar lo popular a un nivel un poco más sofisticado”, es su breve autodescripción luego de sus más de 60 años de carrera.
La inmortalidad
El cine tiene un glamour especial, y de todo lo que provoca lo que más le gusta a Alfonso Arau es la inmortalidad. Volverse eterno. Quedarse para siempre.
“Para mí lo más importante (del cine) es la inmortalidad. Cuando tus tataranietos y sus tataranietos se mueran todavía van a estar las películas. La inmortalidad es uno de los sueños más grandes del hombre. Permanecer”.
Acepta que esta presencia vitalicia que permite el llevar películas a la pantalla está completa de ego.
“Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Somos hijos de Dios, todos somos Dioses. Nos dio todo el poder de nuestra mente y nuestro espíritu”.
Se pone reflexivo con una sonrisa permanente. Lanza, como un poeta, que el amor y la poesía mientras más subversivos son mejores. Por eso es que buscó en el humor, la clásica válvula de escape, su ritmo para ahora es bailar a través de las pantallas en lugar de una tarima.
Durante la entrevista mueve poco las manos y no se desacomoda de su lugar. En un par de ocasiones toca un periódico que tiene sobre la mesa y se lleva la mano a la boca para aclararse la garganta. Viene saliendo de una gripe. De alguien con tantos años en el cine cualquiera se espera un desplante o la voz de erudito. Con Arau no pasa eso. Frunce el ceño al pensar en lo difícil que es hacer cine aunque ya hayas triunfado.
“Cada película, no importa qué hayas hecho, cuesta un trabajo espantoso. Nosotros no decíamos que hacíamos películas. Hacíamos milagros”.
‘Como agua para chocolate’
Cuenta Arau que Pancho Villa decía: “Esta pinche revolución ya degeneró en gobierno”.
Y sí. Todos lo sabemos, en ocasiones, nuestros gobiernos terminan por hacer más daño.
> ¿El país está como agua para chocolate?
Suelta una risa que deviene en un pequeño ataque de tos. Y explica el origen nahua de este persistente mantra mexicano.
“Sí. Exactamente. Claro que está como agua para chocolate, eso tiene dos significados. Tú estás como agua para chocolate cuando estás muy enojado y vas a explotar, y tiene un sentido erótico también. En el sentido de la ira yo creo que sí. México está como agua para chocolate, definitivamente.”
En 1971 con el gobierno de Luis Echeverría, Arau tenía la urgencia de hacer una crítica política. El cine entonces era controlado por Rodolfo Landa, un actor que tenía entre sus monerías ser hermano del Presidente de la República. Con el dedo selector Rodolfo apuntó a quienes harían cine, entre ellos Alfonso Arau. Lejos de complacerlos el bailarín y mimo hizo una adaptación del libro del ruso Nikolái Gogol, El inspector general.
De grilla, héroes y Hollywood (chile, dulce y manteca)
Como protagonista eligió a Calzonzin, del caricaturista Rius.
“La justicia es ciega y no ve a quien agarra, pero bien que siente lo que recibe” dice en un tono cantandito Calzonzin, quien es confundido por las autoridades de un pueblo con un inspector del gobierno central.
Esta parodia nace de la necesidad de hacer crítica política en el sexenio de Luis Echeverría, y del que terminaba, que era el de Gustavo Díaz Ordaz. Paradójicamente vendrían más sexenios con la misma necesidad.
En una de las escenas unos falsos deportistas marchan para que se vea una multitud que aprueba a las autoridades espantadas por la llegada del extraño. En el desfile se ve al supuesto futbolista con una botella de tequila con limón y salero colgados de un mecatito. Es una sátira del acarreo, un sincretismo de la inventiva mexicana, la necesidad de Arau de retratar eso que somos pero no decimos.
Hoy el multifacético artista tiene claro que en el país existe un complejo de inferioridad que nos hace creer que no podemos. Es el resultado, condena, de que desde la conquista se nos trató como indios sin alma. Quizás por eso hizo la película Chido Guan, en donde un equipo de futbol llanero le gana a
la selección alemana.
Sin embargo, considera que por fin estamos emergiendo de ese estigma. Y zafándonos del yugo.
“Yo siento que ya estamos empezando a salir. Estamos empezando a cambiar. Estamos empezando a creer en nuestros héroes como el “Chicharito” y Hugo Sánchez. Y empezamos a ver qué mexicanos triunfan en el mundo”.
El Águila Descalza
Alfonso Arau quería que México despertara desde la década de los 70. Por eso se dio a la tarea de que un mexicano salvara a los mexicanos.
En esa etapa convulsiva él y su entrañable amigo Héctor Ortega visitaron una pulquería con el fin de conocer mejor la forma de hablar de la gente. Ahí, al pasar al baño, entre letreros que merecen ser inmortalizados, vio el dibujo de un águila con pies humanos. Al animal mitológico lo acompañaba la frase “cagar de aguilita”. De ahí surgió la idea de hacer un superhéroe mexicano. Uno para competir con Superman y Batman: El Águila Descalza. Una extrapolación de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Hicieron un cómic y después una película. Un héroe que lleva por capa un capote de torero, unos guantes de electricista, un pantalón de lucha libre y una camisola del equipo de futbol Guadalajara.
“El Águila Descalza es una burla a los héroes maniqueos”, dice con solemnidad sobre su protagonista ficticio.
Y es que el personaje lucha contra el Cachetón del Puro o la Rubia de Categoría. Tiene una titánica tarea al pelear por los más necesitados cuando él es uno de ellos.
“Los héroes siempre defienden a los pobres”, explica el cineasta sobre el pueril y valiente personaje.
“El cine crea su propia realidad. Las características del cine mexicano, nuestro trademark, son la familia y el realismo mágico.”
A los albures me la ganas…
La humanidad en crisis se expresa con el humor. En México el albur es el símbolo por excelencia de la cultura popular y de ese humor único. Pero contrario a lo que muchos piensan, este juego de palabras endémico tiene un contenido altamente homosexual. Arau lo estudió para poder hacer el molde de unos de sus entrañables personajes. Y lo estudió también por la pasión que siente y emana por los pueblos mexicanos antes de la conquista española.
“En la sociedad azteca se aceptaba normalmente el homosexualismo como en los griegos. Y luego cuando llegaron los españoles con la inquisición y con la religión frustraron todo eso. Esa frustración que era bestial se tuvo que salir. Esa válvula de escape se convirtió en los albures. Porque si te fijas los albures tienen un contenido totalmente homosexual. Me chupas, te meto, saco, revoloteo y ataco.
Era la manera, como secreta, ante los españoles. Cuando aprendimos español empezaron los albures.
“Los albures son estrictamente mexicanos, son un lenguaje entre hombres, no se les enseña a las mujeres, el que se lo enseña a las mujeres es traidor. Porque ya que el contenido homosexual se volvió diluido, no consciente, los albures entre los hombres los hacemos delante de las mujeres y no lo entiendien y hay un cierto placer sexual”.
La gloria de la pobreza
> ¿Por qué los personajes siempre de la cultura popular?
“Los pobres están más cercanos al humano que los ricos. Es una aseveración totalmente simplista (…) no por esto creo que los ricos son los malos y los pobres son los buenos. Pero de alguna manera, por ejemplo, el arte dramático surge de los griegos y ellos veían que la gente pobre está más expuesta y es más vulnerable y sufre más que los demás. El mejor cine mexicano globalmente es del pueblo, es hasta ahora lo que le llaman La Década Prodigiosa, como nos catalogan a los de mi generación, nuestros personajes eran el pueblo”.
Un cuarto matrimonio lo trajo de regreso a México. Con 84 años en la alforja emocional Arau se lanza a una nueva cruzada. Es el titular de Cinelux, un proyecto para llevar pequeñas –pero bien equipadas– salas de cine a los municipios más pobres del país.
“Me puse a investigar porque cuatro de mis películas no habían sido estrenadas en México y me encontré con un horror. El 90 por ciento de la población, casi 100 millones de mexicanos, no tienen acceso al cine en este momento.
“Los cines están sólo en las grandes ciudades y son muy caros. Entonces el pueblo hace dos décadas que no va al cine. Entonces creamos una empresa social que va a construir cines pequeños en los pueblos pequeños para que el pueblo mexicano vuelva al cine.”
Proyectos a futuro
Tiene ahora en puerta cuatro proyectos más para hacer cine. Es reacio a hablar de ellos. Asegura que sólo puedes hablar de una película que ya hiciste y no de la que vas a hacer. En un descuido nos dejó ver que una de esas cuatro historias será de un indocumentado que llega a la NASA, la afamada agencia espacial de los Estados Unidos.
“Para mí es muy importante hacer cine mexicano. Hollywood es nada más el mercado que nos manda al mundo.”