¿Quién perdonó a Woody Allen?

Después de que Dylan Farrow, hija adoptiva de Mia Farrow y Woody Allen, diera a conocer una carta en la que afirma que el aclamado director abusó sexualmente de ella cuando tenía siete años, la opinión pública tiene el rol de juzgar al también músico, actor y guionista. De acuerdo a Dylan, lo que importa no es que un tribunal lo condene, sino que el público sea el que tiene la última palabra en este debate. 

Diana González Diana González Publicado el
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"El hombre consta de mente y cuerpo, pero el cuerpo es el único que se divierte"
Woody AllenCineasta
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Después de que Dylan Farrow, hija adoptiva de Mia Farrow y Woody Allen, diera a conocer una carta en la que afirma que el aclamado director abusó sexualmente de ella cuando tenía siete años, la opinión pública tiene el rol de juzgar al también músico, actor y guionista. De acuerdo a Dylan, lo que importa no es que un tribunal lo condene, sino que el público sea el que tiene la última palabra en este debate. 

Y es que inclusive ya hay defensa a favor de Allen. Tal como los argumentos de Robert B. Weide, realizador ganador del Oscar, que obtuvo un Emmy por su documental sobra la vida de Allen, para la serie “American masters”. Weide desacredita las versiones de Mia y su hija Dylan.

Woody Allen nunca fue formalmente procesado desde que se dieron a conocer las acusaciones por pederastia.

Y ahora, así como el público le ha aplaudido y los galardones le han llovido, Woody Allen podría estar frente a un tribunal moral que podría ser más duro que el legal, pues para ese no ha sido procesado en años y para el del público el juicio apenas comienza.

Genialidad, escándalo y ética

Martin Heidegger, en su libro sobre “El origen de la obra de arte”, al preguntar por la característica esencialmente artística de una obra, responde que es aquélla que abre un mundo y lo mantiene en imperiosa permanencia. 

Si esto significa que hacer una obra de arte es lo mismo que crear un mundo y darle hálito de permanente vitalidad, entonces Woody Allen representa como pocos cineastas, la encarnación de dicha definición.

Basta observar cómo a lo largo de su vida (78 años), y con más de 40  películas en su haber, este hombre originario de Nueva York, de diminuta y frágil apariencia, ha generado un complejo, basto y divertido mundo de perpetua vitalidad.

Además, como demiurgo encantador que reina sobre su propia creación, Allen ha llevado a la pantalla única y exclusivamente sus propias historias, plagadas de sus obsesiones personales: religión, sexo y muerte, que como pivotes centrales hacen girar las ruedas de su basta obra cinematográfica.

Obviamente, cubierta siempre de su también peculiar sentido del humor, ironía y sarcasmo, la obra “woodyalleana” ha sido capaz de transformar una serie amplia y colorida de personajes neuróticos, inseguros y enamorados, en sus propios y paradójicamente siempre único, alter ego. 

Esto es así, porque Woody Allen construye dicho mundo como un reflejo de sus propias relaciones sentimentales, de su personal vivencia de la religión y etnia hebrea y, por supuesto, de su ansiosa y temerosa antelación a la muerte, si bien ésta última ha sido siempre abordada desde la broma y la evasión antidramática.

Por ello, Woody Allen ha recibido numerosos premios a lo largo de su carrera, entre los cuales se cuentan el Oscar al Mejor Director y al Mejor Guión Original de 1977 por la cinta “Annie Hall”, en la que también fue nominado al Mejor Actor.

A lo largo de 13 candidaturas más para el Mejor Guión Original, las seis nominaciones que acumula como Mejor Director (solo una como Actor) se han quedado cortas, sobre todo porque en 1986 vuelve a ganar el Oscar como Mejor Guión con “Hannah y sus hermanas”, repitiendo la hazaña por tercera ocasión en el 2011 por el guión de “Medianoche en París”, cinta que también le valió la candidatura al Mejor Director. 

Este año opta nuevamente al  Oscar de Guión Original por “Jazmín azul”.

Ante esta brillante, coherente y vibrante obra cinematográfica, no han sido pocos los que se han preguntado si le afectará la carta abierta de Dylan, publicada hace unos días en The New York Times.

Ya se han escuchado voces que opinan que, de hacerlo, será un daño “mínimo”. En primer lugar porque gran parte de los financiamientos de sus películas son capitales privados y, en segundo, porque una carrera tan larga y sólidamente sustentada, difícilmente se tambaleará.

La tercera argumentación, que podría ser la más fuerte, es el antecedente legal que constituye la investigación exhaustiva que hace 20 años realizaron las autoridades correspondientes de la que Woody Allen salió prácticamente indemne.

Hay que recordar que entre 1982 y 1991 él y Mia Farrow estuvieron casados y que ella le exigió el divorcio luego de descubrirle fotografías de Soon Yi desnuda, (la hija surcoreana adoptada por Farrow y su anterior esposo, André Previn), quien entonces tenía 19 años de edad, en contraste con los 56 de Allen. 

Entre el escándalo provocado por la inmoralidad del “romance”, los posteriores alegatos de Farrow y denuncias a la prensa por el supuesto abuso de Allen contra Dylan, pasaron no del todo desapercibidos pero sin que llegaran a concretar la formal consignación del director por el cargo de pederastia. Éste, finalmente, se casó con Soon Yi en 1997.

Sin embargo, aunque el escándalo se levanta justo alrededor del laureado cineasta, pareciera que el oprobio de Dylan al relatar los supuestos abusos sexuales a los que la sometió su padrastro, están dirigidos particularmente a sus colaboradores y amigos: actores y actrices que, como Scarlett Johansson, Alec Baldwin o Cate Blanchett, han colaborado en los filmes del realizador en los últimos años, además de Diane Keaton por haber recibido el pasado 12 de enero el  Globo de Oro en su nombre.

El gran dilema moral queda así suspendido, no sobre un colectivo abstracto llamado Hollywood, que desde los años del escándalo Allen-Farrow se habría hecho “de la vista gorda”, sino sobre personas concretas que tendrían que contrastar sus afectos e intereses, contra el compromisos moral del “deber ser”, propio de una sociedad que los admira y privilegia.

Si bien esto podría ser algo ingenuo en el contexto de una industria donde el genio y el escándalo son elementos “naturales” del pan de cada uno de sus días, al punto que en muchos casos ambos factores son capaces de aumentar la ganancia de dólares e incautos, lo cierto es que detrás de todo esto se encuentra una mujer dañada, que reclama algo que la justicia quizá nunca podría reponerle: su inocencia robada.

Y sobre dicho tema, el debate que se abre para el espectador cinematográfico y la opinión pública en general, es considerar hasta qué punto el arte (y los artistas) tendrían que comprometer su moralidad  con la dimensión permanente y viva de sus obras, si atendiéramos al marco señalado por Martin Heidegger, donde el arte “pasa a ser expresión de la vida del hombre”, porque “la obra de arte nos abre el ser de los entes, y por ello puede decirse que la obra de arte es el acontecer de la verdad”. 

Otros ‘genios’ acusados

Alfred Hitchcock está considerado el “maestro del suspenso”, su legado en el cine y la televisión es único y sus obras son referencia en el mundo del entretenimiento. Pero al igual que genios creativos e imaginativos como Woody Allen, tenía un claroscuro con las llamadas “musas”. 

Tippi Heddren, una de sus musas, se convirtió en una especie de obsesión para el director. De hecho, ella lo describió en una ocasión como “un volcán dormido. Sabemos que un día entrará en erupción”. En el set le susurraba bromas al oído y la cinta para la TV “The girl”, se muestra al cineasta como un “depredador sexual”. Pero, tal como a Allen, sus defensores han tratado de limpiar esa reputación.

Otro caso es el del director Roman Polanski, quien fue acusado de abuso sexual a una menor (Samantha Gailey), perversión, uso de drogas y sodomía.

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