http://youtu.be/HOGK5oZds7g
Todos hemos escuchado historias sobre niños y/o jóvenes que tienen conductas antisociales. De hecho, en algunos casos su comportamiento afecta y trastoca la vida de su familia.
El mes pasado, el mero “aburrimiento” llevó a tres menores a subirse al auto, recorrer las calles del barrio de Duncan, al sur de Oklahoma, y asesinar al joven australiano Christopher Lane.
Algunas de esas historias bien podrían ser el guión de una película de terror, tal como es el caso de aquel niño con apenas ocho años de edad, quien tras jugar un videojuego el mes pasado, mató de un disparo en la cabeza a su niñera de 89 años, Marie Smothers, en el estado de Louisiana.
Ante tragedias o masacres que involucran niños o adolescentes como los autores intelectuales, tendemos a asociar el comportamiento de los agresores con el padecimiento de algún trastorno mental y especulamos que fue víctima de abuso sexual o de violencia intrafamiliar y decimos que ha vivido en una familia disfuncional.
Pero, ¿qué hay de los niños que a pesar de tener una buena crianza, tarde o temprano comienzan a tener conductas desafiantes, de oposición y/o agresivas?
Por lo general este tipo de conductas van más allá de travesuras. Esos niños que no dudan en cometer actos mal intencionados, como Henry (Macaulay Culkin), en la película “El ángel malvado” (1993).
“Durante años, los profesionales de la salud mental fueron entrenados para ver a los niños como meros productos de su entorno que son intrínsecamente buenos hasta que son influidos de otra manera; detrás de un mal comportamiento crónico, debe haber un mal padre”, escribió Richard Friedman, docente de psiquiatría clínica del Weill Cornell Medical College, en un artículo publicado en The New York Times, en el 2011.
Pero la culpa no siempre es de los padres, argumentó Friedman, aunque esto no es un comodín para que los padres pierdan responsabilidad en estos casos, “el hecho es que padres amorosos pueden producir hijos tóxicos (…) Y “cuando digo ‘tóxicos’, no me refiero al tipo psicópata –aquellos niños que se convierten en delincuentes, asesinos y demás–”.
En entrevista para Reporte Indigo, la Dra. Mónica Moreno, paidopsiquiatra (especialidad en niños y adolescentes) por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), dijo que no son comunes los casos de niños que crecen en un ambiente estable –familia, escuela, grupos sociales– y que de pronto comiencen a incumplir todas las normas sociales establecidas, como golpear a los compañeros o aventar al hermano por la escalera, por mencionar dos ejemplos de las llamadas conductas disociales.
“Tiene que haber un factor (de riesgo del trastorno de conducta disocial) alterado”, aseguró.
‘Algo’ anda mal
La Dra. Moreno explicó que entre los factores que predisponen al niño a desarrollar un trastorno de conducta disocial están la genética, los trastornos neurológicos –algunos no se manifiestan físicamente, por lo que son difíciles de detectar a simple vista–, el entorno social, los ambientes familiares muy rígidos y otros trastornos de la conducta, como el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), entre otros.
“Es sumamente difícil” que exista el caso de un niño que padezca un trastorno disocial sin que tenga alterado alguno de estos factores de riesgo. “Una cosa excluye a la otra”, enfatizó.
Pone el ejemplo hipotético de un niño con buen desempeño académico y que no tiene problemas de conducta en el hogar, pero que tortura a los animales –como Elvira Duff de “Tiny Toons”– y tiende a entrar en conflicto con los vecinos.
“El simple hecho de que esté torturando animales, es un síntoma muy indicador, muy severo, de que hay algo que está mal. A lo mejor ese niño tiene un trastorno neurológico (…), o tiene descargas eléctricas anormales en el cerebro”, dijo la especialista.
Entonces los padres no se percatan de que esa conducta disocial del niño tiene que ver precisamente con esta afección en particular –que tiende a ir de la mano con un trastorno psiquiátrico– hasta que, años más tarde, su hijo recibe un diagnóstico y se somete al tratamiento que necesita, explicó Moreno.
Pero dado a que esa alteración neurológica pudo no haber causado algún síntoma físico notorio o de mayor importancia, “porque (el niño) no convulsionaba”, los padres no toman conciencia de la realidad –o la magnitud– del problema. O sucede todo lo contrario, pero los progenitores no toman cartas en el asunto, por lo que se trataría de una cuestión de negligencia.
Una tarea para papás
¿Qué deben hacer los padres cuando el niño tiene atención y cuidado y de todos modos tiene conductas disociales?
La Dra. Moreno sugiere a los padres de familia que realicen un ejercicio de autoanálisis, para asegurar que estén cumpliendo su rol de progenitores, “porque ser papá no nada más significa tener casa y darles de comer”. Que evalúen qué tanto conviven con el niño y, si éste presenta una conducta alterada, por ejemplo, que evalúen cómo la están corrigiendo.
Y si los padres desconocen cuál es la forma correcta de abordar el problema, el siguiente paso es buscar ayuda profesional. De lo contrario, no solo la conducta disocial se agudizará cada vez más, sino que “va a haber un rechazo (de la sociedad) cada vez mayor”.
“No existe el niño que sea sano 100 por ciento y que de la noche a la mañana sea disocial, o se hace delincuente o se hace agresivo. Nace con alguna patología que puede ser neurológica o psiquiátrica (…) o el medio ambiente lo transforma”.
¡Alerta, papás!
La Dra. Mónica Moreno comparte para Reporte Indigo algunos de los focos rojos que pueden contribuir a que un niño desarrolle un trastorno de conducta disocial:
1. Amenaza o intimida a los compañeros
2. Busca o provoca peleas
3. Ha utilizado objetos para lastimar a otros (Ejemplo: un lápiz)
4. Golpea a la mascota
5. Toma las pertenencias de otros, a pesar de que se le haya advertido de no hacerlo
*Importante: Para que el niño desarrolle un trastorno de conducta disocial, debe llevar a cabo más de una de las conductas mencionadas, de manera frecuente e intencionada.