El 15 de julio del 2003 fue un día negro para la literatura hispanoamericana ya que el fallecimiento de Roberto Bolaño llegaría para poner fin a un artista de las letras y ese día después de meses la lluvia brotó del cielo como hecho inusual, al menos así lo recuerda Leonardo Tarifeño, escritor argentino que fue invitado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y la editorial Alfaguara para hacer un paseo titulado “Distrito Bolaño” y recorrer lugares que le sirvieron al autor chileno como referencias e inspiraciones para sus historias.
La cita fue puntual, a las 18 horas del 16 de marzo en la esquina de Donceles y República de Argentina, donde a solo unos pasos en el número 17, Tarifeño comentó que en el primer piso de ese edificio Bruno Montané dio cobijo a Bolaño en innumerables tertulias, y fue justo ahí donde nacerían “Los detectives salvajes” (1998) y Montané pasaría a la ficción llamado Felipe Müller.
“Feo, frío y gris” es como Tarifeño describe el interior del piso en el cual asegura que llegaban a pasar hasta 50 personas entre la bohemia y la peña intelectual, además de que “Bolaño estaba falto de dinero… y de mujeres, decía que era pobre pero lujurioso”, agrega el también periodista argentino. Los caminos de Tarifeño y Bolaño se cruzaron cuando el autor de “Nocturno de Chile” escribía para la revista El Angel del diario Reforma y el hombre gaucho fungía como editor de la misma, su primer encuentro no fue físico, sino telefónico.
La comitiva de personas que fueron al llamado de la convocatoria de “Distrito Bolaño” rondaba entre 40 gentes, que prestos a saber de Bolaño se acercaban al narrador argentino que contaba pasajes de las andanzas de su colega chileno.
Tarifeño también hizo memoria de que Bolaño trabajó como repartidor de tanques de gas y refrescos pascual, lo que le hizo aguzar el oído y aprender la lengua de calle, saber recorrer los barrios del centro del Distrito Federal, y que su escuela fue la vida ya que dejó la secundaria a los 16 años y no se formó en la academia como escritor, el chileno llegó a México en 1968.
La segunda parada del contingente fue en las librerías de viejo en la calle Donceles donde Tarifeño especifica que Bolaño era un empedernido lector de la novela policiaca y de ciencia ficción, por lo que acudía constantemente a estas tiendas del saber aunque no siempre tenía dinero en el bolsillo y se le hacía fácil el robar los ejemplares que su intelecto le demandaban.
Para esbozar sus historias apuntaba copiosamente sus palabras en libretas de marca ideal –una especie de moleskine región 4 para los de escasos recursos– y que una vez ahorrados unos pesos Bolaño se hizo de una máquina de escribir Olivetti Lettera portátil roja (La cual compró en la calle de Bolivar), además de que le gustaba la vagancia por la plaza de Santo Domingo, ya que atribuía a que esos escribanos que persisten hoy en día, eran los auténticos poetas vivos del siglo XX.
La tarde cayó y el grupo siguió los pasos de Tarifeño hasta la calle madero, donde evocó a que los libros de Bolaño se caminan y fue así, en el andar de las calles que también topaba con otra de sus pasiones, las mujeres, ya que así conoció a Carolina López, su conyugue.
La cuarta parada se dio a las afueras de la librería El Sótano enfrente de la Alameda Central, ya que Bolaño le tuvo un especial cariño a ese lugar, porque desde ahí pudo ver que la actriz Jaqueline Andere se encontraba filmando en la plaza, suceso que describió en su cuento “El gusano” publicado en “Llamadas telefónicas”.
Aunque la pasión de Bolaño era la poesía, tuvo que dejarla de lado para poder comer y dedicarse a la prosa, Tarifeño dice que se rumora que el chileno abandona México por un mal de amores y es que el literato que tiene fama de Don Juan, también describe en un poema titulado “Lupe” una noche de seducción en el Hotel El Trébol en la calle Violeta 67 en el corazón de la colonia Guerrero.
El paso para el quinto lugar en el recorrido naufragó debido a la torrencial lluvia que cayó de repentino en las inmediaciones del centro histórico, disipando también a los asistentes de los que apenas sobrevivieron 15 pero bajo el resguardo de un Sanborns en el cruce de Juárez y Luis Moya, Tarifeño continuó la narrativa de los dos puntos restantes El Reloj Chino en la calle Bucareli y el café La Habana.
Bolaño era un fanático del cine, por lo que acudía al cine de Bucareli y después pasaba al café La Habana, que era más un punto de reunión de figuras políticas que de intelectuales, pero Bolaño lo hizo representativo en su literatura.
El grupo de infrarealistas se sentaba al fondo a la izquierda, y José Peguero –en palabras de Tarifeño– lo describía como pretencioso, “era más un hígado, un tipo pesado, que un líder reconocido por los suyos”, además de llegar sin lentes porque justificaba que era mucho más guapo sin los anteojos.
El recorrido volverá a tener la presencia de Leonardo Tarifeño una vez más el domingo 26 de marzo a las 10 de la mañana partiendo desde el mismo punto en Donceles y República de Argentina, y recorrer los seis puntos en el centro de la ciudad donde Bolaño ahora es un fantasma del recuerdo tanto en los rumores como en sus letras impresas en sus libros ahora inmortales.