La vida que se vive entre vuelos y aeropuertos por motivo de negocios, puede no ser tan divertida y glamorosa como parece.
Investigadores de la Universidad de Surrey, en Gran Bretaña, y la Universidad de Linneo, en Suecia, publicaron un nuevo estudio que evidencia lo que ellos llaman “el lado oscuro de la hipermovilidad”.
La “hipermovilidad” –sufrida en gran medida pero no exclusivamente, por los viajeros de negocios–, ha ganado un cierto prestigio en la sociedad y la cultura. Pero los investigadores advierten que “mientras que los aspectos glamorosos respecto a la movilidad constante están omnipresentes en nuestras vidas, mantenemos en silencio a su lado más oscuro”.
El estudio, que sintetiza las investigaciones existentes sobre los efectos de viajar con frecuencia, encuentra tres tipos de consecuencias: fisiológicas, psicológicas y sociales.
Los fisiológicas son las más obvias. El jet lag es la aflicción que los viajeros mejor conocen, aunque no pueden anticipar sus más desagradables y raros efectos potenciales, como el aceleramiento del envejecimiento o el riesgo de un ataque cardiaco o accidente cerebrovascular.
También está el peligro de la trombosis venosa profunda, la exposición a los gérmenes o la radiación que producen vuelos de más de 130 mil kilómetros por año (recorrer la distancia de Nueva York a Tokio y de regreso, siete veces) superan el límite reglamentario para la exposición a la radiación.
El efecto psicológico y emocional de los viajes de negocios es más abstracto, pero igual de real. Los viajeros frecuentes experimentan una desorientación constante, resultado del continuo cambio de lugares y zonas horarias.
También sufren por estrés dado que “el tiempo que pasan viajando raramente se verá compensado por una menor carga de trabajo, que se suma a la acumulada ansiedad asociada al negocio en cuestión”, indica el análisis.
Debido a la ausencia de familiares y amigos, “la hipermovilidad es con frecuencia una experiencia de aislamiento y soledad”, escriben los autores. El impacto acumulado puede ser desastroso.
Un estudio de 10 mil empleados del Banco Mundial encontró que los viajeros de negocios eran tres veces más propensos a presentar reclamaciones de tratamiento psicológico a sus seguros médicos.
Relaciones ‘a distancia’
También están los efectos sociales. Las relaciones sufren del movimiento constante y del tiempo separados. Al igual que afecta el comportamiento de los niños.
Además, las relaciones tienden a ser más desiguales, ya que la pareja que se queda en casa se ve obligada a asumir tareas más domésticas y sedentarias. Y es aquí donde se refleja la disparidad de género, ya que la mayoría de los viajeros de negocios son hombres.
Según The Economist, en 2001 la famosa firma hotelera, Accor realizó una estudio en donde encontró que el 74 por ciento de sus clientes de origen asiático eran hombres. Lo mismo sucedió con sus clientes estadounidenses, siendo el 77 por ciento hombres.
La vida social y las amistades de los viajeros de negocios también se ven afectadas, ya que “a menudo sacrifican las actividades colectivas y dan prioridad a sus compromisos familiares al regresar del viaje”.
“Por supuesto, estos impactos se mitigan por el hecho de que se llevan acabo por un reducido segmento de la población que normalmente vive muy bien. La ‘elite móvil’ tiende a tener mayores ingresos y, por ende, una mejor atención médica que la población en general. Por lo que esta situación solo representa el problema del 3 por ciento de la población”.
Un hombre que vive ‘en el aire’
Ben Schlappig es un hombre que vuela por todo el mundo de manera barata. Se dedica a recorrer las millas aéreas y lo consigue a tarifas accesibles a través de Internet, inclusive pasa casi todo el tiempo en el aire, conociendo lugares y recorriendo el planeta.
Para muchos, su vida es solitaria y aislada dado su índole nómada, pero Ben asegura que su estilo de vida no es el del todo “triste”.
> ’One Mile at a Time
El blog del eterno viajero Ben Schlappig