En el intento de conseguir una cura contra el cáncer, es común escuchar de las maravillas que podrían hacer los llamados “remedios naturales”, con los que se evitan los efectos secundarios de tratamientos convencionales como la quimioterapia y radioterapia.
Un claro ejemplo es la artemisina, un componente de la planta Artemisia annua, cuyos derivados se han utilizado para tratar la malaria.
Hoy, la artemisia, utilizada por años en la medicina tradicional china, se considera un tratamiento potencial para tratar el cáncer, pero la realidad es que aún no se ha desarrollado investigación suficiente para comprobar sus efectos en las células cancerígenas.
Además, el proceso para que el uso de esta hierba –y otras plantas conocidas por sus efectos anticancerígenos, como la zanahoria y albahaca– sea utilizado en la medicina convencional es “largo y laborioso”, comentó a Wired el Dr. Alessandro Rufino, profesor del Departamento de Estudios de Cáncer y Medicina Molecular de la Universidad Leicester, en el Reino Unido.
El Dr. Alessandro Rufino también señaló que se deben realizar “experimentos en laboratorio en células y ratones para demostrar que el ingrediente activo que se ha elegido sea realmente capaz de reducir de forma drástica la incidencia de cáncer y quizá obtener una idea de las dosis que se deben emplear”.
Y también se deben realizar “ensayos clínicos en individuos para asegurar que la sustancia no es tóxica y es capaz de alcanzar los tejidos de interés en cantidades suficientes para ejercer su rol preventivo”.
El problema es que, como dijo el doctor Alberto Laffranchi, del Instituto Nacional de Cáncer, en Milán, aproximadamente entre el 65 y 70 por ciento de aquellos que utilizan medicina alternativa o complementaria no informan al médico sobre estas prácticas.
“Esto los expone a riesgos directos, como reacciones alérgicas o interacciones dañinas con algún medicamento convencional, o indirectos en el caso de retrasar la terapia convencional, que agrava la enfermedad”.