Sofía de Garay ve a Julio Iglesias a los ojos, cantante que sobresale de entre los invitados de su fiesta de cumpleaños. Las miradas están sobre ellos, el artista la seduce y ella se siente más plena que nunca con su vestido color marfil que compró en Nueva York.
Pero ese ensueño se rompe, porque sólo fue un pensamiento fugaz de la mujer, quien sí celebra su fiesta, pero en las Lomas con quienes dicen ser sus amigos; sin embargo, en el fondo, todo es una hoguera de las vanidades.
Esa escena ocurre en la película Las niñas bien, de la cineasta Alejandra Márquez Abella, que este fin de semana llegará a las salas de los cines mexicanos.
La trama ocurre en 1982, cuando José López Portillo está por finalizar su periodo presidencial y la incertidumbre rodea a la clase alta mexicana. Las inversiones extranjeras comienzan a menguar y aunque el nervio se apodera de ellos, se atreven a brindar, a manera de broma, para que no falte el papel de baño.
Episodios como ese, fueron recopilados por la escritora Guadalupe Loaeza en su libro Las niñas bien, en 1987; ahora, a 30 años de distancia, Márquez Abella rescata el texto y hace su versión homónima para el cine, la cual es protagonizada por Ilse Salas en el papel de Sofía, que comienza a vivir el horror de quedarse sin fondos económicos, cuando su marido ve cómo se va a la ruina completa la empresa familiar.
“Ante la crisis económica de la época, tienen que resolver sus vidas de distintas maneras. Yo tomé un poco ese hilo que conectaba los ensayos y desarrollé este guión que habla de la caída de Sofía de Garay y de cómo lidia con eso a través de su círculo social”, expresa la cineasta mexicana, en entrevista con Reporte Índigo.
Crítica en momentos de austeridad
Sofía pasa de gastar su dinero en el extranjero, a tener que comprar en las tiendas departamentales de México; de tener todos los servicios en su domicilio, a bañarse con cubetas de agua de su alberca, mientras aparenta que todo está bien con sus amistades.
Márquez Abella siente que durante la producción de Las niñas bien, México tenía una regresión al pasado, porque se vivía un priismo rampante, una crítica severa al ejecutivo nacional y la decadencia política eran los titulares en los periódicos, ahora sólo falta esperar a ver qué ocurre con el nuevo mandato presidencial.
“Me parece curioso, porque las interpretaciones se pueden dar hacia cualquier lado y sí hay muchas similitudes. Creo que a veces las películas de época te sirven para darte cuenta que no ha cambiado mucho la cosa y creo que este es uno de esos casos”, platica la artista.
Para la directora, el propósito era claro, causar escozor sobre la opulencia en México, visibilizar que lo que ocurrió en los 80 pasa todavía en el país, porque esa clase social no cambia, siguen persistiendo los mirreyes, la prepotencia de clases y el panorama es difícil que sea transformado.
“La intención era incomodar a una élite, a una clase social, era incomodar a la clase media o las clases más bajas que aspiran a ser esa élite, porque lo que creo es que en este país, el oprimido cuando se convierte en opresor ya no se acuerda que fue oprimido”, indica Márquez.
La cinta que se realizó con 20 millones de pesos, buscó distanciarse del tono con el que Loaeza había escrito sus textos, los cuales pertenecen a la sátira. Márquez Abella prefirió darle seriedad a sus personajes para no caer en una comedia de burla mexicana.
El origen
En 1987, la aparición de Las niñas bien marcó un parteaguas en la manera de escribir sobre México. El libro fue auspicio de la imparable carrera de Guadalupe Loaeza y es todavía su volumen más emblemático y exitoso.
El país de la apariencia
México es una nación de contrastes, en una misma colonia puede haber casas que abarcan cuadras enteras y domicilios que apenas se mantienen en pie. El rico ignora al pobre y al mismo tiempo convive con él, es una doble hipocresía moral.
Para la directora, la sociedad del país es de las que más discrimina. “Creo que hay un juego de apariencias, que es lo que retrata la película y que se replica en todos los estratos y en muchos espacios en México, sí creo que somos el país de la apariencia”, dice.
El haber realizado el filme tampoco le trajo nuevas respuestas a la realizadora, pero refrenda que lo que se debe rescatar es el comprender lo que impulsa a las clases de poder, para reflexionar sobre lo que se está haciendo mal en la sociedad.