Aquileo Ramírez tenía 11 años de edad y no sabía lo que era celebrar la Navidad, su familia, originaria de Tlachinolapa, Veracruz, tenía tan pocos recursos económicos que sus cinco hijos crecieron la mayor parte del tiempo sintiendo el frío del piso en sus pies descalzos y trabajando para ayudar a sostener las necesidades del hogar.
Ahora, después de 39 años, Aquileo desea que los niños que tienen “un buen sueño” puedan cumplirlo viendo reflejados en otras personas que con trabajo duro y educación lograrán realizarlo.
Y es que él es un ejemplo claro de eso. Fue un niño que, aunque apenas y manejaba el español, ya que entre su familia se hablaba el náhuatl, viajó a Tampico, Tamaulipas, para ganarse una moneda boleando zapatos, además de que le ayudaba a sus padres en el campo sembrando tabaco.
Mi mente creció muy rápido en comparación de un niño normal. Ahora creo que un menor no es igual a como yo crecí, rústicamente y trabajando duro en el campo”, menciona Aquileo entre un español cortado.
Pero el destino de Aquileo le tenía preparado algo más. Una de las personas a quien le boleó los zapatos, un americano, le ofreció ayuda para cruzar al otro lado, al país donde los sueños se hacen realidad, Estados Unidos.
En voz del mismo Aquileo, ese joven iba acompañado de su esposa, personas, dice, que aunque se veían confiables no les dio el sí a la primera. Pasaron meses para que les llamara por teléfono y le “echaran la mano”.
Sin permiso de sus padres, el niño veracruzano corrió a Estados Unidos creyendo que, como en México, encontraría trabajo fácil, sólo era cuestión de salir a la calle y empezar; sin embargo, era otra nación y, por lo tanto, otras leyes. Estaba prohibido que los niños estuvieran en las calles y era aún más incorrecto que alguien de su edad empezara a laborar.
Los jóvenes americanos que lo recogieron le ofrecieron un techo donde dormir, comida y educación; a cambio, debía olvidar el español, la televisión, las charlas y la música en su segundo idioma estaban prohibidos.
“Esta pareja de americanos me ayudó bastante. El muchacho era un ingeniero y la señorita era una estilista. Es una tristeza grande porque al paso de los años ellos se divorciaron, cada quien agarró su camino, cosa que me dejó muy triste porque me dieron mucho, fueron parte muy importante en mi vida”, destaca Ramírez.
Después de la separación de sus “padres americanos”, Aquileo seguía teniendo todo por delante, ganaba un sueldo como chef de un restaurante y era legal en Estados Unidos, le mandaba dinero a su familia en Veracruz y platicaba por teléfono con sus hermanos y hermanas, a quienes nunca desamparó.
Al paso de los años, Aquileo decidió dejar su trabajo en la cocina para aceptar la oferta laboral que le ofrecían unos amigos, entró a una fábrica de dueños republicanos dedicada a la elaboración de cubiertos hechos de elote.
En 2008, el demócrata Barack Obama ganó las elecciones presidenciales, un suceso político que desencadenó un déficit laboral muy amplio, fueron diversas las empresas, como en la que trabajaba Aquileo, que desaparecieron.
“Llegué a tener 183 compatriotas trabajado a mi cargo, pero vino el déficit y empezaron a cerrar restaurantes, fabricas y esto también le tocó a la mía. Hicimos un cierre masivo”.
México, el hogar de Aquileo Ramírez
Aquileo Ramírez tuvo un accidente automovilístico que lo dejó en coma por siete días. Seguía en Estados Unidos, ahora sin empleo formal y, al despertar, más de 30 médicos le habían asegurado que no volvería a caminar.
“Al final llegó el doctor al que yo le llamo ‘el número 33’ y me dijo :‘fírmame un documento en el que me das tu autorización para hacer una cirugía, es algo riesgoso’, pero para mí ya no había riesgos, esos ya me habían pasado, había muerto y vuelto a nacer”.
Fueron esos días difíciles para Aquileo los que le hicieron pensar en su familia y en su país. Tras un año de tratamiento para regresar a su movilidad anterior, volvió a Veracruz, donde fue recibido con abrazos y lágrimas por parte de sus hermanos.
“Yo venía por una quincena de vacaciones, pero me fui de 15 en 15 hasta lograr medio año y así hasta ahora”, resalta Aquileo, vestido con filipa blanca, sombrero de cocinero y un paliacate amarillo que rodea su cuello, representando a la cadena de restaurantes de la que es dueño en Ciudad de México, Hot Dog Ramírez.
Aquileo decidió abrir su primer restaurante de hot dogs en Chapultepec tras haber recibido prejuicios, le aseguraban que no le daban empleo porque no tenía experiencia laboral en México y no hablaba bien español.
“Llegué aquí presentándome como chef titulado y nadie me quería dar trabajo, siempre me decían ‘no traes curriculum mexicano, vienes de Estados Unidos, seguro hiciste algo. Yo les decía ‘soy un indígena, hablo náhuatl, soy mexicano’”, narra Aquileo.
Luego de seis años de haber empezado su propio negocio, Ramírez asegura que le sugiere a sus empleados que disfruten su trabajo, que sean felices y lo sepan aprovechar, pero si desean hacer algo más, cuenten con su apoyo, como a él se lo supieron dar sus padres mexicanos y americanos.