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Una fotografía de la persona que se quiere, si es que ya se tiene a alguien en mente, o en pareja, si es que se alejó; ropa interior de hombre y de mujer; miel natural y dos colibríes, una hembra y un macho, todo dentro de una bolsa de tela roja. Así es el amarre que amenaza a esta especie.
Las instrucciones para realizar el ritual están disponibles en tutoriales de YouTube y blogs en internet. Es el propio interesado quien debe prepararlo y rezar, sosteniendo en las manos una vela de cera, la llamada “Oración a la chuparrosa”, otro de los nombres con el que se conoce al ave.
“¡Oh, chuparrosa divina! Tú que das y quitas el néctar de las flores, tú que das e inculcas a la mujer el amor, yo me acojo a ti como a tus poderes fluidos para que me protejas y me des las facultades de querer”, menciona uno de los versos.
El colibrí también es un amuleto. La bolsa de tela roja debe cargarse en el bolsillo derecho o atorarse con un alfiler a la ropa. La oración se realiza por días bajo la idea de que quien lo porte estará en el pensamiento de la persona amada.
Una práctica más consiste en sacarle el corazón a un colibrí, hervirlo y comerlo en una sopa o tomarlo en forma de té como remedio contra las enfermedades de este órgano vital. De cualquier forma, el peligro es el mismo: atrapar al pájaro, encerrarlo y matarlo o dejar que muera.
En nuestro país, la ciencia y las creencias coexisten y conviven entre sí casi al mismo nivel. La Encuesta sobre Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México (Enpecyt) 2017, realizada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), reveló que 53.4 por ciento de las personas mayores de edad está muy de acuerdo en que se confía demasiado en la fe y muy poco en la ciencia.
“Llegamos incluso con la señora que los hacía en el Mercado de Sonora. Fueron mis alumnos a platicar con ella y les dijo que ponía a dos colibríes con el pico junto, no importaba que fueran del mismo sexo porque ella no tenía ese conocimiento, tenía como 100 individuos”, relata en entrevista la doctora María del Coro Arizmendi Arriaga, ornitóloga con especialidad en ecología de las aves.
Paradójicamente, este punto de venta se abrió en 1957 para acabar con el comercio informal en los tianguis. Ahora el Mercado de Sonora, ubicado en la alcaldía Cuauhtémoc, en la colonia Merced Balbuena, es conocido como “mercado de brujos” o “mercado de los animales” por la venta de especies exóticas.
“Los colibríes son los mejores voladores del medio natural, con la mano no se pueden agarrar, sospechamos que los atrapan con redes. Eso también está prohibido, seguramente no tienen permiso para usarlas”, menciona
Ave del corazón
Los chupamirtos, como también se les conoce, son uno de los grupos de aves más numerosos y diversos del mundo. El libro Colibríes de México y Norteamérica, de María del Coro Arizmendi y Humberto Berlanga, publicado en 2014, señala que hasta ese año se habían contabilizado cerca de 330 especies diferentes.
“Yo soy el colibrí si tú me quieres, mi pasión es el torrente y tú la flor”, dice una canción del cantautor cubano Silvio Rodríguez que lleva el nombre de esta ave.
“Debe casarse el picaflor para vivir con picaflora: yo no le alquilo este dedal para este tráfico ilegal”, menciona uno de los poemas del poeta chileno Pablo Neruda.
En Mesoamérica, los colibríes estaban asociados a deidades de la reproducción y la fertilidad, quizá porque polinizan las más de mil flores que visitan en búsqueda del néctar que consumen: son nectarívoros.
Huitzilopochtli, el principal dios azteca, tiene este nombre que significa “colibrí zurdo”. En su penacho lleva un ejemplar de estas aves y su pierna izquierda está cubierta de sus plumas.
Una leyenda maya cuenta que los dioses asignaron a cada creación en la tierra una función específica pero olvidaron asignar la tarea de llevar los deseos y pensamientos. Ya sin barro ni maíz, tallaron una piedra de jade que salió volando: era el colibrí.
Los mayas trataron de atraparlo para adornarse con sus plumas verdes pero los dioses advirtieron que el animal debía ser libre o recibirían un castigo.
“Los colibríes en todas las culturas están asociados con el amor, con las buenas prácticas, pero son los colibríes vivos, no muertos y tampoco en jaula”, coincide la especialista, quien es parte de los comités Hummingbird Partnership y Hummingbird Monitoring Network.
Un expediente localizado en el volumen 757 del Fondo Inquisición, fechado el 30 de junio de 1715, que forma parte del acervo del Archivo General de la Nación (AGN), contiene restos de colibrí que fueron utilizados en prácticas supersticiosas y de hechicería.
Fray José Guerra denunció a Pedro Ramos, quien confesó que colocó en su tocado un chuparrosa prendido de una flor, que representaba al corazón, para tener suerte con las mujeres, explicó la profesora Nidia Angélica Curiel Zárate en la cátedra Colibrí de amor: un ave en la inquisición.
“Se creía que el Sol anidaba en él para ir por las noches al romance con la Luna”, mencionó la historiadora según un boletín del AGN.
Reconstruir un hogar
El ser humano ha destruido el hábitat de los colibríes, pero también está en sus manos la construcción de jardines para su conservación.
En nuestro país hay 58 especies de colibríes y 14 son endémicas, es decir, exclusivas de México; no están en ninguna otra parte del mundo.
“Algunas tienen distribución muy pequeña y están amenazadas porque se está perdiendo su hábitat”, advierte Arizmendi Arriaga.
Para el biólogo Humberto Berlanga García, coordinador del Programa Conservación de las Aves de América del Norte (NABCI) y Temas de Vida Silvestre de Conabio, los colibríes son animales muy comunes; sin embargo, coincide en que algunas de las especies endémicas tienen áreas de distribución muy pequeñas, lo que las vuelve vulnerables.
De las 58 especies que existen en el país, nueve se encuentran amenazadas y tres de ellas son endémicas y están en peligro de extinción: la Coqueta de Atoyac, la Tijereta Mexicana y el Miahuatleco. También existen seis especies en otra categoría de la Norma Mexicana “sujetas a protección especial”.
“El comercio ilegal y no controlado es siempre un problema de conservación, pero no hay datos que indiquen qué tan generalizada es la práctica de capturarlos y venderlos como amuletos”, opina el investigador y en esto coincide María del Coro Arizmendi.
“Estos rituales han tenido efectos sobre la población de colibríes, pues no sabemos, pero es mejor que no se haga porque en el futuro podría ser que su comercio sea la principal amenaza”, menciona la doctora.
Berlanga considera que dicha actividad puede tener un efecto importante en los sitios de su remoción, por lo que sí debe detenerse y eso sólo se puede lograr a través de una buena educación ambiental para que la gente esté conciente de que, primero, es ilegal y, segundo, causa un impacto negativo en la naturaleza.
“Para la conservación de la fauna, las leyes existen, sí está prohibido, el problema es cómo le hacemos para que esas leyes sean efectivas con quienes están traficando. Hay que reforzar este sistema, incluso a los aduaneros porque todo lo ilegal es muy complicado en este país”, cuestiona también Del Coro Arizmendi.
En el caso particular de las tres especies que están en peligro de extinción en México, en parte es por sus condiciones naturales, pero los problemas se incrementan con la actividad humana, como la destrucción y fragmentación de hábitats, la expansión de la mancha urbana y el gato doméstico, uno de sus principales depredadores.
“Todo lo que hacemos los humanos tiene un impacto en la naturaleza y, en general, la contaminación y el cambio climático son aspectos que influyen negativamente sobre todas las especies silvestres”, finaliza Berlanga García.
Por lo anterior es que no existen programas específicos de protección más allá de lo que marca la ley en términos de regular el uso, la captura y la investigación.
En 2014 María del Coro decidió crear un jardín dedicado a los colibríes ubicado en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala. La UNAM también cuenta con una estación de monitoreo de esta ave, un proyecto en conjunto con Estados Unidos y Canadá que lidera Arizmendi Arriaga.
Aunque sus nidos deben estar en árboles, los chupamirtos sí pueden comer en macetas o en jardines, por lo que los especialistas avalan la instalación de bebederos en los jardines caseros, con agua y azúcar.
“Si se tienen bebederos hay que limpiarlos adecuadamente y utilizar productos de buena calidad”, aclara el biólogo Berlanga García.
Control internacional
La doctora María del Coro Arizmendi Arriaga y Humberto Berlanga aseguran en su libro que todas las especies de colibríes se encuentran en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Dicha Convención, conformada por 185 países, se firmó en 1973 y busca regular el comercio internacional de las especies. México no entró desde el principio, sino que lo hizo hasta 1991.
“El objetivo es velar porque el comercio internacional de las especies que están en sus apéndices no constituya una amenaza para su supervivencia, especialmente para las poblaciones silvestres”, explica la maestra Paola Mosig Reidl, coordinadora de la Autoridad Científica CITES.
Otras de sus funciones es evaluar el estado de las especies mexicanas para conocer cuáles ameritan que se enlisten en las tres diferentes Apéndices de las CITES.
Mosig aclara que un componente que tienen que tener las especies listadas es que forzosamente sean comercializadas internacionalmente, es decir, no es una lista de especies amenazadas como la NOM-059.
El Apéndice I agrupa a las especies que están en peligro de extinción, por lo que sólo se permite su exportación sin fines comerciales, es decir, tiene que ser para investigación científica, educación o para programas de conservación o repoblación. A nivel mundial está formada por un poco más de mil especies, en el caso de México son menos de 150.
“Las especies del Apéndice II no necesariamente se encuentran ahorita amenazadas, pero se prevé que si no se regula y controla su comercio, pueden llegar a estarlo y se irían a la I”, aclara la experta de la Conabio.
El Apéndice III es el más laxo porque depende de cada país. Es una decisión unilateral que cada parte toma con respecto a una especie, la intención es únicamente solicitar a los demás países su apoyo para regular los permisos si es que importan alguno de estos animales a la zona.
Para las Apéndices I y II, todos los países parte deliberan, a través de propuestas de enmienda, meter a una especie, cambiarla o eliminarla de categoría. Eso se hace en una reunión que se lleva a cabo cada dos o tres años en donde se revisan las propuestas.