Criminales, un poder paralelo

Las bandas criminales en el país han creado un poder paralelo que “administra” algunos aspectos de la vida pública en varias entidades.

Por ejemplo en Michoacán, Los Caballeros Templarios cobraban “impuestos” a través de la extorsión; dirimían disputas; resolvían juicios, y defendían su territorio.

Imelda García Imelda García Publicado el
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Ioan Grillo se adentró en las comunidades donde nacieron y operan grupos importantes del crimen en varios países
No crean otro Estado, es un poder paralelo, porque un Estado completo no es. Lo ves en cómo tienen el control; como controlan un pueblo en Michoacán o una ciudad en Tamaulipas”
Ioan GrilloEscritor
¿Cómo encuentra la paz una mamá si su hijo murió por nada? No es que lo matara la dictadura o muriera creyendo en un ideal; murió por nada. Y eso es algo muy difícil y muy doloroso” 
Ioan GrilloPeriodista

Las bandas criminales en el país han creado un poder paralelo que “administra” algunos aspectos de la vida pública en varias entidades.

Por ejemplo en Michoacán, Los Caballeros Templarios cobraban “impuestos” a través de la extorsión; dirimían disputas; resolvían juicios, y defendían su territorio.

En su libro “Caudillos del Crimen. De la Guerra Fría a las narcoguerras” (Grijalbo, 2016), el periodista Ioan Grillo lleva a cabo una radiografía sobre la violencia y los grupos criminales en México, Jamaica, Brasil y Centroamérica en la que describe su forma de actuar y reflexiona sobre las implicaciones de su nacimiento y actuación.

La ola criminal que afecta a México es parte de una internacional en la que los grupos delincuenciales han intentado consolidar un poder alterno en sus países.

La publicación de Grillo plantea que, aunque los hechos de violencia que han ocurrido en México parecen dignos de una guerra civil, a nadie conviene declararla como tal oficialmente porque, al hacerlo, todos los involucrados –incluidas las autoridades- estarían bajo jurisdicción de la Corte Penal Internacional.

En el caso de México, detalla, lo más doloroso ha sido el absurdo de tantas muertes.

En esta batalla no existe una idea del “bien y el mal”, no hay un trasfondo ideológico de libertad o de democracia. Las personas son asesinadas porque sí, por accidente o por gusto.

Esto provoca una herida más profunda no solo para los deudos, sino para toda la comunidad.

“¿Cómo encuentra la paz una mamá si su hijo murió por nada? No es que lo matara la dictadura o muriera creyendo en un ideal; murió por nada. Y eso es algo muy difícil y muy doloroso”, dice Grillo en una conversación con Reporte Indigo.

El otro poder

Hoy los líderes criminales no solamente son capaces de administrar a su propia banda; hoy son una mezcla entre estrellas de rock, jefes de empresa y milicianos.

Ioan Grillo se adentró en las comunidades donde nacieron y operan grupos importantes del crimen en varios países.

En Brasil, estuvo con el Comando Rojo; en Jamaica, con la Shower Posse; en Centroamérica, con la Mara Salvatrucha; y en México, con los Caballeros Templarios.

Aquí, en el estado de Michoacán, los Templarios aterrorizaron varios municipios durante años. Su actividad llevó a que las comunidades se armaran y se formaran los grupos de autodefensa.

Muchas historias se tejieron a su alrededor: que si realizaban rituales de iniciación; si comían carne humana; o si tenían un código de conducta que juraban cumplir al entrar a la banda.

Lo cierto es que en donde tuvieron su dominio, Los Caballeros Templarios establecieron un poder paralelo que les permitía llevar las riendas de una parte de la vida pública.

El fenómeno se extiende a otras partes del país bajo el control de los grupos del crimen organizado.

“Pero ellos no controlan todo. El gobierno da la luz, recoge la basura, manda a los maestros. Ellos controlan, en muchos casos, el poder político local; controlan policías locales; tienen su grupo de sicarios, su grupo violento, operando en paralelo con la policía. Es el control, entonces, de algunos aspectos del territorio”, explicó Grillo.

Esto no ocurre sólo en México. En otros países, estos grupos también ponen sistemas de justicia alternativa; por el vacío que existe en los sistemas de justicia tradicionales, los grupos delincuenciales acaban por imponer el suyo ahí donde prevalecen.

En Brasil, por ejemplo, en las favelas, son visibles los grupos armados que cuidan los accesos, reciben a los visitantes portando armas largas y deciden quién puede entrar a sus dominios. Ellos imparten justicia si alguien comete una falta.

“En las favelas, por ejemplo, tienen juicios. Si acusan a un joven de violar a una mujer, lo agarran y lo llevan a juicio; el jefe de la favela escucha a la gente y dice ‘a este lo vamos a matar, lo vamos a golpear o lo vamos a poner en exilio’.

“Sucede igual con los Caballeros Templarios. Por ejemplo, si alguien te debe dinero en Michoacán y no está pagando, vas con los Templarios. Y ellos te dicen que lo consiguen y te cobran el 33 por ciento”, afirmó Grillo en entrevista.

Una nueva guerra

Ningún país del mundo está preparado para la nueva guerra que está ocurriendo en algunas naciones.

Ioan Grillo reflexiona en su texto sobre las características de esta nueva batalla que libran las comunidades con los grupos del crimen organizado.

Si bien no se le puede llamar “guerra civil”, tampoco son acciones de la delincuencia común.

Una matanza donde se entierran decenas de cuerpos en fosas comunes; un país donde se desaparecen miles de personas sin motivo aparente; o cuando en una alberca aparecen decenas de cadáveres decapitados, no puede ser delincuencia común.

Pero tampoco se le puede llamar oficialmente una guerra; si se hace, todos los involucrados quedarían bajo la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Y esto no conviene a nadie… menos a las autoridades.

Algunas partes del gobierno, apunta Grillo, están coludidos con los grupos delincuenciales. Tanto en México como en otros países, sin embargo, no puede decirse que esta circunstancia sea generalizada; hay esfuerzos importantes de algunas personas para terminar con el dominio de los delincuentes.

Grillo considera que aunque la política del Gobierno mexicano ha sido cerrar los ojos a la violencia que azota a algunas zonas del país, ignorando el problema, algunos gobiernos locales y miembros de la sociedad civil han realizado esfuerzos para intentar que los jóvenes no caigan en las redes de la delincuencia y se conviertan así en la segunda generación de delincuentes que no solo están interesados en el tráfico de drogas, sino que parecen tener sed de sangre.

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