De Planeación atropellada a Planeación articulada
Cuando todo ha fallado y todo se ve degradado, en Urbanismo significa “término de su ciclo urbano”, que suele ser de 20 a 25 años.
O bien, en el quehacer industrial o material se le conoce como “periodos de vida útil”, que según el producto varía de meses a años.
Así está la situación de la ciudad de Monterrey, se está ante la disyuntiva de demoler y reconstruir, en cuanto al término de su ciclo urbano, o bien de reemplazar y mejorar, en relación al fin de su periodo de vida útil.
Jorge LongoriaCuando todo ha fallado y todo se ve degradado, en Urbanismo significa “término de su ciclo urbano”, que suele ser de 20 a 25 años.
O bien, en el quehacer industrial o material se le conoce como “periodos de vida útil”, que según el producto varía de meses a años.
Así está la situación de la ciudad de Monterrey, se está ante la disyuntiva de demoler y reconstruir, en cuanto al término de su ciclo urbano, o bien de reemplazar y mejorar, en relación al fin de su periodo de vida útil.
Esto es aplicable para todas las escalas y ordenes del quehacer urbano y cotidiano, ya que esto aplica desde un centro urbano deprimido, pasando por un sistema vial inoperante, o bien un edificio obsoleto o una casa dañada por el paso del tiempo.
Y aplica también en lo casero, con los artículos electrodomésticos descompuestos y es aquí cuando las preguntas inevitables que surgen son: ¿Ahora qué sigue? o bien ¿qué debo de hacer para corregirlo o mejorarlo?
Hasta aquí todo haría suponer que, ya sea por su nueva demanda, o por sus condiciones y la exigencia de uso actual, o por sus requerimientos futuros, la lógica nos indica que se debe de optar por una nueva solución.
Ya sea el reemplazo de lo poco funcional, inservible y antiguo, anteponiendo siempre la premisa de que: se debe de obtener una mejor solución o un mejor producto que nos permita subsanar todo lo deficiente que ya experimentamos, pero eso sí, nunca pasará por nuestra mente: “sustituirlo” con algo de menor calidad o funcionalidad a la ya experimentada.
Cuando la desgracia nos reta al cambio:
Todo lo anterior es válido si y sólo sí, la reconstrucción o el reemplazo se debe al desgaste natural por el paso del tiempo, en donde las nuevas demandas de operación así lo exigen, pero ¿qué sucede cuando una desgracia imprevisto, como lo sería un fenómeno natural, nos hace perderlo todo?
Aquí estamos ante la obligada necesidad de reconstruir, reinventar, cambiar y sustituir todo, y que no por lo imprevisto o insólito del evento, nos desviemos de la premisa: “Se debe de obtener una mejor solución o un mejor producto que nos permita subsanar todo lo deficiente e inoperante que ya experimentamos”.
Porque de no hacerlo así, representa una oportunidad perdida y un retroceso en la evolución natural de las cosas, es decir debemos de hacerlo mucho mejor que en la primera ocasión.
Ante una calamidad… una área de oportunidad.
Las desgracias pueden ser vistas como una calamidad, pero también, en el mejor de los casos, como una área de oportunidad que no puede pasarse por alto ante los cada vez más presentes e imponentes fenómenos meteorológicos.
En México son muchos los poblados y ciudades que han sufrido los embates y las consecuencias de éstos climas extremos.
Estos recurrentes fenómenos, nos obligan a que en nuestra memoria tengamos más presente estas desgracias y que evitemos caer en el error de no corregir, o rectificar a tiempo, lo que sabemos nos puede volver a afectar.
Y es que con el paso del tiempo, cuando no hay mantenimiento preventivo, termina por deteriorar las cosas al no haberle dado la importancia debida, pero en el caso de la naturaleza, ésta no olvida y nos volverá a reclamar lo que una vez nos recordó y que le pertenece.
Una planeación atropellada…
Monterrey y el Estado de Nuevo León han enfrentado desde su fundación múltiples alertas.
Sólo como evidencia reciente, están los dos ciclos urbanos completos vividos y padecidos, ya que así lo demuestran y dan testimonio las tres ocasiones en que sendos huracanes han llenado a su máxima capacidad el Río Santa Catarina: En 1967 (septiembre 20) el Huracán Beulah inicia los ciclos. Y 21 años después en 1988 (septiembre 18) el Huracán Gilberto. Luego, 22 años después en el 2010 (junio 30) el Huracán Alex.
Por lo visto la lección no se ha aprendido, ya que en los tres huracanes la destrucción causada prácticamente fue la misma.
Con el Huracán Alex la planeación ha sido atropellada y parte de lo que tomó cuatro años reconstruir se perdió.
Ahora los aguaceros de temporales intermedios, de cada dos o cinco años como el que vivimos el pasado fin de semana, el choque del segundo frente frío contra una onda tropical de El Golfo, es suficiente para provocar alerta sobre la debilidad de los taludes reconstruidos y del riesgo de inundación de los sistemas viales.
Ante la oportunidad política de articular acciones
Estamos pues ante los 418 años de la Fundación de Monterrey, y si el paso del tiempo nos obliga a la renovación, las desgracias nos retan a enfrentar cambios.
A que ante una calamidad se abra la posibilidad de un área de oportunidad.
Porque es momento de parar el atropello a la planeación, se requiere de articular acciones estratégicas y planes de larga vida útil, que si bien requerirán inversiones multianuales, qué mejor oportunidad que se nos presenta con las Reformas Políticas, en donde a partir de la próxima elección del 2015, ahora un alcalde podrá ser reelecto en un segundo periodo, y lo más destacado de esto, es que se complementa con una etapa completa del gobernador en turno.
Esto debe de dejar de lado las prácticas políticas efervescentes, en donde las burbujas de aire no nos permiten ver la realidad del fondo, y en donde el Monterrey conurbado debe de abandonar la práctica fallida de la planeación atropellada y levantar la mira hacia una planeación articulada, administración tras administración…
Porque en caso contrario, será ahora castigada su incopetencia.
El autor es arquitecto Urbanista y promotor de la participación social en el desarrollo urbano.