Cuando en junio del 2006, se dictó auto de formal prisión en contra Luis Echeverría Álvarez. El expresidente fue acusado de genocidio por la matanza de estudiantes cometida el 2 de octubre de 1968.
Muchos pensaron que era un acto de honestidad del entonces presidente Vicente Fox. Nadie le dio el justo reconocimiento al hombre que hizo posible ese hecho histórico. A el que, de forma valiente, aportó los elementos para procesar por genocida a un presidente.
El hombre que hizo posible que se instaurara un proceso penal en contra de Luis Echeverría Álvarez se llama José Cuauhtémoc García Pineda.
Es periodista, radica en Michoacán, y sabe que el sistema político mexicano –el del PRI- nunca le va a perdonar haber trastocado la imagen de un expresidente. Sabe también, que las venganzas están a la vuelta de la esquina.
José Cuauhtémoc teme ser un desaparecido más, aunque ya se ha habituado a las amenazas de muerte que aun le profieren los cercanos del expresidente.
Su testimonio, aportado al fiscal especial Ignacio Carrillo Prieto a principios del 2006, fue la base acusatoria para que la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado solicitara a un juez el encarcelamiento de Echeverría Álvarez.
Fue el juez Ricardo Paredes, del Segundo Tribunal Unitario, quien giró la orden de aprensión en contra del expresidente al considerar –pese a la distancia en el tiempo- que el delito de genocidio aun no prescribía.
José Cuauhtémoc demostró en su testimonio que Echeverría Álvarez, en su calidad de secretario de Gobernación del presidente Gustavo Díaz Ordaz, sabía de la presencia del grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, el cual tenía la encomienda de disuadir la manifestación de estudiantes que se realizaría en la Plaza de Tlatelolco aquel 2 de octubre de 1968.
El periodista explica que cuando el expresidente Echeverría Álvarez fue puesto en libertad –tras permanecer en arraigo domiciliario por casi cinco meses- no fue porque fuera inocente, sino porque fue presentado a destiempo a la justicia.
Fue procesado tarde, dice. Si hubiese sido enjuiciado antes, sin duda habría resultado con responsabilidad.
“El caso debe tomarse como experiencia para quienes buscar procesar al presidente Felipe Calderón por las 75 mil muertes resultantes de la llamada Guerra contra el Narcotráfico. Calderón fue un genocida. Nos toca a los periodistas aportar las pruebas suficientes para que sea presentado a las autoridades lo antes posible. Debe ser procesado. No debe pasar lo que sucedió con Luis Echeverría”, insiste José Cuauhtémoc.
Los soldados comenzaron a matar a los estudiantes’
“Yo trabajaba como ayudante del camarógrafo oficial de la Presidencia de la República, Ángel Bilbatua, en los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz. El primero de octubre de 1968, Bilbatua me habló para decirme que a la mañana siguiente me presentara en su oficia muy temprano.
Fui a la oficina de prensa el día 2 de octubre de 1968 en punto de las siete de la mañana. Ya me estaban esperando varios agentes federales que me ayudaron a cargar el equipo de filmación. Salimos de la oficina y nos dirigimos hacia el norte de la ciudad.
La camioneta en la que yo viajaba en el asiento de atrás, se detuvo en el interior del estacionamiento se la Secretaría de Relaciones Exteriores, en Tlatelolco. Fui conducido hasta el piso 19 de ese edificio.
Allí, me encontré con el cineasta Servando Gonzáles, quien dirigía la instalación de tres cámaras frente a los ventanales.
Había varios equipos de filmación. Había cámaras montadas en distintos puntos –siempre en lo alto- que observaban hacia la Plaza de las Tres Culturas. Se notaba la intención de que alguien quería registrar todo lo que sucediera en la manifestación. En la iglesia de San Antonio Tlatelolco había otro equipo filmando.
Las cámaras quedaron instaladas antes de las 10 de la mañana. Todos los que quedamos al pie de las cámaras recibimos la orden de los agentes federales de no movernos, no fumar y no hablar. Yo me sorprendí por la orden.
Por teléfono le hable a Bilbatua –sin saber aun lo que se cernía en el aire- y le dije que me mandara unos tacos. Me dijo que me comportara y que no hiciera comentarios”.
‘Faltaban dos minutos para las seis’
Poco a poco se fueron juntando los estudiantes frente al edificio Chihuahua. La orden fue dejar correr la cámara y no detenerla para nada.
Yo comencé a realizar tomas para no morirme de aburrimiento. En la Plaza habría algunos 2 mil estudiantes, cuando me llamó la atención una bengala verde que descendía sobre la cabeza de los estudiantes. Faltaban dos minutos para las seis de la tarde.
Aun no me respondía yo mismo a la pregunta de la razón de la bengala, cuando se comenzaron a escuchar detonaciones. Los soldados comenzaron a matar a los estudiantes. Todos corrían. Yo quise dejar de filmar, pero los agentes me ordenaron que siguiera haciendo tomas. Las balas comenzaron a romper los ventanales y me tendí en el suelo mientras ponía el automático de la cámara. No supe si las lágrimas me brotaron por el horror de la matanza o por el miedo a morir por una bala perdida”.
La noche del 2 de octubre de 1968, las cámaras del Gobierno Federal que documentaron la matanza de Tlatelolco habían filmado, en conjunto, más de 120 mil pies de película.
Todas las cintas fueron requisadas por el en entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez.
Ni Ángel Bilbatua ni Servando Gonzales supieron el destino de las filmaciones. Pero si se recuperan esas cintas y se revisan los rostros que allí aparecen, sin duda alguna que muchas familias habrán de saber en dónde quedaron sus hijos desaparecidos en la noche de Tlatelolco.
La última filmación
Hace ya casi medio siglo que las escenas del genocidio en Tlatelolco fueron filmadas sobre el acetato, pero se quedaron troqueladas en la cabeza de José Cuauhtémoc García Pineda. Todas las noches, apenas cierra los ojos, comienzan a desfilar –como una interminable película en blanco y negro- los rostros de los muchachos, de los semi niños que, a bayoneta calada, fueron replegados en el mitin estudiantil.
“Esas escenas me trastocaron la vida”, dice José Cuauhtémoc con tristeza, mientras sorbe el café y se le pierden los ojos en el recuerdo. “No volví a ser el mismo luego de la filmación del 2 de octubre de 1968. Desde entonces, no tengo el valor de tomar una cámara para filmar. Puedo arreglármelas con la cámara fotográfica, pero nunca más volví a firmar nada. Fue la última filmación que hice en mi vida”.
El periodista dice que no sabe qué es más doloroso, si el recuerdo de tantos muchachos asesinados o las amenazas que le siguen llegando de vez en cuando.
“La última vez alguien me habló por teléfono y me dijo que me calmara, que ya no siguiera haciendo olas en contra del licenciado Echeverría. No me dio tiempo de contestar, me colgó y me dejó una mentada de madre en la boca.
“Sigo marginado”, dice con algo de dolor en su rostro. “Desde que el gobierno estatal del priista Víctor Manuel Tinoco Rubí me desterró de Michoacán, no he podido trabajar en ningún medio. Ya estoy viejo, pero todavía tengo ganas de seguir escribiendo. Tengo mi semanario, pero me siguen marginado en el gobierno estatal. No se les olvida que por mis declaraciones se procesó a Luis Echeverría Álvarez, que aun cuando no fue a parar a la cárcel, para mi es y será un asesino, porque eso me consta”.
Masacre en primera fila
La declaratoria de Luis Echeverría Álvarez indicó que en la fecha que se le imputa el genocidio, hubo 43 muertos como resultado de un enfrentamiento entre policía y estudiantes, pero que nunca fue el resultado de una política de Estado.
José Cuauhtémoc García asegura que sí fue una política de Estado la intención de exterminar a los estudiantes de 68.
“Por esa razón mandaron cámaras de la presidencia, para registra la masacre. Luis Echeverría quería presenciar en asiento de primera fila la forma en que el Ejército –por su propia instrucción- abatía a los indefensos muchachos que no hacían daño a nadie.
“Por eso yo aplaudí la decisión de Ángel Mattar, magistrado del Segundo Tribunal Unitario de la Ciudad de México, quien ordenó el arresto domiciliario de Luis Echeverría Álvarez”.
Según la declaración de Echeverría Álvarez, en el caso de Tlatelolco solo fueron 10 personas las que desaparecieron, pero de acuerdo a lo observado por el entonces auxiliar de cámara de la Presidencia de la República, la cifra podría llegar a por los menos a unos 600 alumnos los que fueron llevados en camiones.
“Levantados de la plaza de Tlatelolco, quién sabe con qué destino”, recuerda.