El trabajo de Samuel de la Cruz Silva es dar a conocer las noticias de Dios.
En una manta —en la que sujeta letras hechas de papel foamy con seguros que compra en mercerías— trae escrito un mensaje y busca que la gente lo lea para que cambié “aunque sea poquito” su vida. Hoy se dice feliz y el tiempo lo dedica a llevar esta pancarta por las calles.
No recibe sueldo, tampoco pide dinero, pero tampoco necesita, dice. Afirma que es como los pajaritos del bosque, que no necesitan nada material para ser felices.
Es común verlo en las transitadas avenidas de la Ciudad de México con su mítico letrero.
Pero no siempre fue esta especie de juglar moderno.
Antes —de andar por dondequiera con estos mensajes— era policía y su vida estuvo marcada por la ausencia de su padre. Un día se sintió harto, triste, y dejó su natal Monterrey para irse a Acapulco a suicidarse en el mar. En el puerto se fue unos días de juerga y destruyó un negocio, delito por el que estuvo cinco años en prisión. Ahí, en la cárcel, primero pensaba que alguien lo mataría, pero no pasó. Un día, cuenta, esperaría que el celador tuviera un descuido para llegar al tercer piso y desde ahí lanzarse y poner fin a su vida.
Se dice seguro de que hasta su último aliento llevará presente aquel día en que conoció al creador. Fue repentino, de inmediato lo conquistó y la fe que dicen mueve las montañas le hizo temblar la mente y el corazón. Era un viernes en que decidió quitarse la vida, cuando —agazapado, a la espera del descuido del guardia— encontró un folleto con el Salmo 23.
“El dormitorio era de tres pisos, pues dije, me voy a aventar de cabezota, y en esas andaba y… Un día maravilloso, que nunca se me va a olvidar, fue un 14 de noviembre de 1997, un viernes al mediodía. Yo estaba queriendo burlar al guardia para subirme y aventarme. Yo no creía en Dios. Y el Señor nuestro Dios, me habló a través de un folletito que trae el Salmo 23”
A partir de ese llamado divino lo dejó todo. Todavía recuerda la vida que llevaba antes, con un trabajo normal, familia, amigos. Lo dejó todo para dar a conocer las noticias de Dios.
“Digamos que todo estaba bien, pero dentro de mí había un vacío. Yo lo intenté llenar con arte, a mí me encantaba el arte en todos sus aspectos y sentidos y la literatura y todo eso, como que intenté llenar ese hueco con eso y al principio sí me llenó un poco pero el vacío persistía.
“Fui con el psiquiatra, como una persona de esta época, dije, pues si estoy mal voy a ir con un especialista, estuve año y medio con el psiquiatra, pero ya no quise seguir. Corté la terapia así abruptamente y me sumí en la depresión más grande de toda mi vida. La más profunda. Estaba fastidiado de la vida, como era yo bien perfeccionista y tenía muy altas expectativas, yo quería ser alguien muy importante, famoso, o de perdida dejar huella en algo, pero, ¿en qué? Si nada más estudié la mitad de la preparatoria”, relata.
“Llegó un punto en que yo no quise estar en este mundo. Viajé exclusivamente a Acapulco en las vacaciones para suicidarme allá. Lo intenté, no lo logré, me enojé mucho conmigo mismo y entonces cometí un delito porque, pensé, en la cárcel no falta quién me va a matar, ya ves que en las películas pasan que te matan, que te violan, que no te dan de comer, que te desaparecen, qué sé yo. Yo quería eso. Nunca desee más algo como la muerte”, asegura.
Para suerte y destino de su vida, llegó ese folletito con el Salmo 23 impreso y desde entonces quiere estar vivo para dar a conocer las buenas nuevas que Dios le dicta.
“El Señor me cambia. De quererme suicidar, porque no me interesaba mi madre, ni mis hermanos, ni mi trabajo, ni nada. Yo quería suicidarme, quería irme de aquí. Dios cambia eso y comienzo a creer en Dios”.
Prepara los dedos para dar un chasquido cuando termina la idea: “Así, en segundos”.
En 2002 salió de prisión y desde entonces viajó por diferentes ciudades durante casi ocho años. Desde 2010 vive en el albergue para indigentes de la calle Coruña, en la Ciudad de México. Por las noches observa las noticias en la televisión y espera una “iluminación divina” para plasmar sus mensajes.
En el mes de la Independencia: “Para independizarte de Satanás, reconoce tus pecados y cree en Jesucristo”. En noviembre, por el Día de Muertos, sacó su disfraz de La Parca y su letrero decía: “Jesucristo me venció”.
Samuel lleva una agenda en la que apunta los eventos importantes, como conciertos y manifestaciones en donde puede llevar el cartel que se le ocurra. Afirma que muchas personas creen que tiene alguna religión, pero niega la pertenencia a algún grupo religioso.
“Dios no tiene nada que ver con las religiones, por qué afirmo esto, porque en La Biblia, y cualquier persona que lea La Biblia lo verá, Jesucristo predicaba con las personas y les hablaba de Dios, del pecado, sanaba a los enfermos, expulsaba los demonios de los que estaban endemoniados, pero nunca les cobró”, expresa.
“Las iglesias y las religiones de ahorita y de siempre cobran, te cobran por bautizarte, por confirmarte, por casarte y hasta por darte los santos óleos, en la católica”, comenta. “Y en las cristianas todavía no entras al local cuando ya te están dando el sobrecito para el diezmo. Puro dinero”.
Toda la gente debería conocer a ese Dios alejado del dinero que representa Jesucristo porque cuando lo conoces, dice emocionado, tu vida cambia y es como si volvieras a nacer.
“Mira cómo estoy ahora, antes me gastaba media quincena en comprar zapatos y ropa. Cuando conoces al Dios verdadero, a Jesús, te olvidas de todo, no te interesa nada y él te da la felicidad y te hace leer La Biblia y te hace compartir.
“Mis letreros no son la última maravilla para que la gente se convierta y Dios los convierta. No. Es solamente un granito de arena para despertarles el interés en Jesucristo, en Dios, quien hizo este planeta. Nos preocupamos de cosas, que si la inflación, que si la quincena, que si ya se me gastaron los zapatos, cosas secundarias y de ínfima importancia. Lo que importa es que estamos vivos, que Dios nos ama y que está dispuesto a perdonarnos todo lo que le hemos hecho.”
Conocer a Dios es también ser valiente para dejarlo todo. Los nuevos evangelios, en Mateo 19:29, así lo explican: “Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.
Considera que el mensaje de Dios, aunque no todos quieren verlo, está en todas partes y su palabra debe ser llevada por el mundo de manera desinteresada.
“Eso es lo que me mueve a hacer estos letreros”.