El trauma de la violencia
El escritor Luis Felipe Lomelí asegura que, tras años de exposición a la violencia, los regios no han vuelto a vivir como antes.
En entrevista para Reporte Indigo, Lomelí dice que la población subsiste en una condición de trauma, desde la aparición de los secuestros, levantones, asaltos a mano armada y bloqueos de avenidas.
“Un trauma tremendo, claro. Bueno, hay generaciones completas que no tuvieron una adolescencia como la nuestra, no tiene ni idea de cómo fue nuestra adolescencia, eso, a los que no les pasó nada.
Melva FrutosEl escritor Luis Felipe Lomelí asegura que, tras años de exposición a la violencia, los regios no han vuelto a vivir como antes.
En entrevista para Reporte Indigo, Lomelí dice que la población subsiste en una condición de trauma, desde la aparición de los secuestros, levantones, asaltos a mano armada y bloqueos de avenidas.
“Un trauma tremendo, claro. Bueno, hay generaciones completas que no tuvieron una adolescencia como la nuestra, no tiene ni idea de cómo fue nuestra adolescencia, eso, a los que no les pasó nada.
“O sea, la cantidad de familiares de víctimas que quedan en el país es tremenda, y no sólo la cantidad de familiares de víctimas; la cantidad de familiares de victimarios es tremenda”, detalla.
Lomelí, autor del libro “Indio Borrado”, ha estudiado muy de cerca el fenómeno de las pandillas y su intervención en la época más álgida de la violencia en Nuevo León.
Esta semana, acudió a la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey a dar una charla sobre la descomposición del tejido social, tras la presencia crimen organizado.
Conoce de primera mano de lo que habla. Vivió en Monterrey mientras estudiaba Ingeniería Física Industrial en el ITESM y participaba con una organización de emprendimiento, pasando días enteros en uno de los barrios más conflictivos de la ciudad, la zona de Sierra Ventana o Revolución Proletaria.
En los años recientes, el novelista se empeñó en contar cómo fue que una de las ciudades que más quiere “se fue al traste”. Cómo Monterrey dejó de ser ese lugar en el que él podía dormir sólo con la puerta mosquitera cerrada.
“(…) o esta ciudad que yo conocí caminando y obviamente caminando en las noches, porque en el día te mueres de calor.
“Buscaba decir que esa ciudad ya había desaparecido, entonces estaba buscando cómo contar esa historia, algunos de los elementos arquetípicos de Monterrey: los ingenieros, estudiantes, la gente que fue de ladrillera, cervecería o tal”, describe.
Entonces decidió a contar la historia desde la esencia regia: el barrio, que era la parte más real y que conocía muy bien.
Lo hizo a través de “Indio Borrado”, que es la historia de un joven de 13 años, que a los periodistas les dio por llamar “Niño Sicario”, dice.
“(…) pero que no es niño ni es sicario”.
‘El güero’ es como cualquier joven a esa edad, añade el autor, se siente un hombre y quiere empezar a decidir su vida como un hombre.
El protagonista es ficticio, pero basado en personajes que Lomelí conoció en La Campana, en Sierra Ventana y en La Indepe.
“Yo quería que fuera pues esta historia de cómo perdimos esta ciudad que queríamos tanto, cómo es que dejamos que desapareciera el Monterrey , esta especie de ‘american dream’ regiomontano que existía”, explica y sus ojos se llenan de nostalgia.
Ciudadanos desprotegidos
El escritor evoca los tiempos en la capital de Nuevo León, cuando los abuelos trabajaban de obreros, podían adquirir una o dos casas y daban educación profesional a sus hijos.
“(…) y eventualmente existía algo rarísimo que se llamaba jubilación, y ellos se jubilaban”, precisa, con dejo de ironía.
Tras charlas con sociólogos, antropólogos, historiadores y cronistas, Lomelí ha concluido que la disgregación de Monterrey se derivó de la ruptura obrero patronal.
Ciudadanos de todas las edades quedaron desprotegidos, agrega Lomelí, cortándoles las razones para trabajar y dejándolos como carne de cañón para la delincuencia.
“Porque el narco a fin de cuentas, sí termina prometiendo todo lo que dejaron de prometer las industrias. Y cuando tienes una sociedad tremendamente emprendedora, echada pa’lante y trabajadora y demás, y con ansia tremenda de hacer riqueza como ésta, y eso ya no se puede de la misma manera por la forma legal, el narco termina siendo un gancho horripilante para esto”.
El momento álgido de la violencia en el estado se dio entre el 2008 y el 2009, pero en el 2003, cuando todavía las clases medias altas de la ciudad no se enteraban que iba a haber violencia, en los barrios no tan favorecidos, ya empezaba. Los jóvenes que anteriormente usaban piedras y navajas para defender su barrio y su pandilla, entonces empezaron a recibir armamento de los grupos de la delincuencia.
“Empiezan a tomar ciertas partes de los cerros como cabezas de playa en un programa militar tal cual, como La Campana, Sierra Ventana, La Indepe, y empieza la guerra de barrido como para control de territorio, de barrido de pandillas”, recuerda.
A decir de Lomelí, la remuneración que ha dejado a muchos jóvenes trabajar con la delincuencia, impide convencerlos de que trabajen legalmente.
Dice que, si bien tras la batalla contra la delincuencia que emprendió con más ahínco el exgobernador, Rodrigo Medina —apoyado con el Gobierno federal— ha dado cierta tranquilidad, la delincuencia sigue su curso de operación.
“Es una cuestión empresarial, se vuelven empresarios de coacción y por eso también se da esta diversificación de rubros, digamos, de servicios en los grupos armados, o sea ya no sólo vamos a cobrar por protección o por matar, podemos cobrar por derecho de piso, por licencia…”, añade.
El problema de los grupos armados, a quienes Lomelí define como “empresarios de la violencia”, es que a diferencia del gobierno y los industriales, ellos sí han a prendiendo de las experiencias.
“Si uno compara los últimos años de violencia en México con los últimos años de violencia en Colombia, resulta que los grupos en México sí aprendieron de Colombia y mejoraron las estrategias, pero los políticos no aprendieron nada”.
El novelista reflexiona que es apremiante cerrar las heridas que aún afectan en la vida diaria de los regiomontanos, de borrar el trauma que crece como bola de nieve y que hace que vivan en barrios enrejados, dentro de barrios cerrados.
“De volvernos a dar la mano unos a otros, etc., de tener la confianza de preguntarle a cualquier persona en la calle, lo que sea”, dice.