El 11 de junio, Juan Santana – avecindado en el municipio de Charo, aledaño a Morelia-decidió irse al norte en busca de una mejor condición de vida para su familia. Guadalupe Valencia, su esposa, fue a despedirlo en la terminal de autobuses.
Pasó un mes y no se supo nada de él.
Un compañero que iba con él dijo que cruzaban el desierto entre Mexicali y California cuando Juan se puso mal y el pollero lo abandonó a su suerte.
En su casa con la carga de tener cinco hijos que atender y la angustia de no saber nada de su esposo, Lupita buscó consuelo más allá de lo terrenal.
“Recorrí todos los templos de Morelia”, dice, y llora al recordar la angustia de esos días, “a todos los santos les pedí que me ayudaran a saber del paradero de mi Juan. Recé noches completas para tener una noticia de mi esposo. Nadie me quiso escuchar”.
En medio de aquella angustia, a Lupita le llegó la invitación de una comadre para acudir a un templo que se encuentra en la calle Volcán de Pochutla, en la colonia El Realito, cerca del Libramiento Norte, en la ciudad de Morelia.
Es un templo a la Santa Muerte.
“Como un náufrago que se agarra de una tabla”, cuenta Lupita, “me agarré de la idea de pedirle a la santita que me ayudara para saber de mi esposo. Yo lo que necesitaba era por lo menos enterrar su cuerpo. Saber que no se lo comieron los animales”.
Tres días después de que Lupita estuvo haciendo oración y llevó una ofrenda de flores hasta el altar de la Santa Muerte, le llegó un telegrama a su casa. Era del albergue Casa del Migrante Betania. Le avisaban que en esas instalaciones tenían a su esposo, que había estado inconsciente por 45 días y que, al recuperar el conocimiento, había dado los datos para informar de su paradero a la familia.
“Yo brincaba de gusto cuando supe aquella noticia”, narra la mujer con la emoción reflejada en su rostro. “Lo primero que hice fue venir a visitar a la santita y agradecerle por el favor recibido. Luego me fui a Mexicali por mi esposo y me lo traje de regreso”.
Juan trabaja en el mercado de abastos de Charo y Lupita sigue siendo trabajadora doméstica en una casa de Morelia.
Todos los viernes y domingos van al templo de la Santa Muerte, en donde se han convertido en custodios y se dedican a predicar la fe en la Niña Blanca –como también le llaman-, saliendo a la calle, como lo hacen otras religiones, para sumar adeptos.
Una fe que no se reconoce
El caso de Juan y Lupita refleja la situación de fe de cientos de personas que cada día se suman en Michoacán, a esta práctica -que no es reconocido oficialmente como religión, pero que sus seguidores se niegan a aceptar el calificativo de culto sectario-.
El censo estimado de los creyentes en la Santa Muerte, dicta que existen más de 370 mil fieles en toda la geografía de esta entidad, los que tienen para el ejercicio de su culto al menos 36 templos.
Se calcula que a nivel nacional hay un sector estimado en los 3 millones 300 mil fieles que participan de alguna forma en actividades públicas de culto a la Santa Muerte.
Pese a la creciente presencia del fieles a la Santa Muerte, el censo del Inegi sobre Panorama de Religiones en México no reconoce en sus conteos ni siquiera la existencia del culto como tal.
“Nosotros somos un grupos religioso con mayor notoriedad que muchas otras agrupaciones”, dice José Antonio Montaño, sacerdote de la Santa Muerte, “y sin embargo no se nos toma en cuenta siquiera para decir que existimos”.
Oficialmente, la principal religión en México es la Católica con más de 92 millones. Le sigue un conglomerado de creencias como la Protestante, Pentecostal, Cristiana y Evangélica, con un aproximado de creyentes que raya en los 8 millones.
“Nosotros a nivel nacional tenemos un censo estimado en más de 3 millones 300 mil fieles. Pero el Gobierno Federal, a través de la Secretaría de Gobernación, no quiere reconocer nuestra existencia, seguramente porque en sus inicios nuestra religión se asoció mucho con el narcotráfico y las personas criminalizadas en las cárcel, pero a la fecha somos una religión de civiles como cualquier otra”, explica José Antonio.
– ¿Cuál cree usted que sea la principal causa por la que ni siquiera se les reconoce como religión por parte de otras agrupaciones, que si se reconocen entre ellas?
“Pienso que puede ser el hecho de que en el culto a la Santa Muerte se puede pedir lo que sea y nada es mal visto. Se presentan peticiones de amor, afecto, suerte, dinero y protección, incluyendo algo que las otras iglesias no aceptan, pero que es inherente a los hombres: peticiones malintencionadas y de daño a terceros. Por eso algunas iglesias nos consideran como una religión de maldad”.
Devoción que crece
En Michoacán existen al menos 36 templos dedicados a la adoración de la Santa Muerte, la mayor parte de ellos funcionan y se mantienen operantes con la aportación económica de sus fieles.
En el culto a la Santa Muerte, son diversos los estratos sociales que concurren para sus prácticas de fe, aunque se destacan los migrantes.
La mayoría de los templos de culto a la muerte que funcionan en Michoacán están ubicados en los municipios de Morelia, Apatzingán, Uruapan, Zamora, Lázaro Cárdenas y Zitácuaro. Pero los templos más concurridos son los de Pátzcuaro y Morelia, en donde hay celebraciones religiosas todos los días de la semana.
El templo de Santa Ana Chapitiro, en el municipio de Pátzcuaro, es el que mayor cantidad de fieles recibe en forma diaria. La mayoría de ellos indígenas de la zona lacustre, aunque también se registran visitantes de otras partes del estado. Se estima un aforo diario en ese pequeño templo de por lo menos unos 230 fieles al día.
La mayor presencia de fieles a la Santa Muerte en Pátzcuaro se debe a la idiosincrasia de los vecinos de esa parte de Michoacán, casi todos ellos con ascendencia de origen purépecha, en cuya cultura la muerte mantenía una notable presencia a través del mundo de los muertos, conocido también como Cumánchecuaro.
La muerte no es exclusiva de nadie
A pesar de lo que se piense, la mayor parte de los practicantes del culto a la Santa Muerte, son personas de bien, que tienen un trabajo, una actividad legal, asegura José Antonio Montaño, sacerdote de la Santa Muerte.
“Son padres, madres, hijos de familia, que han encontrado, al hablar con la santita, el consuelo que no pudieron tener en otras religiones. La mayor parte de los fieles de la ‘niñita’ somos personas que una vez estuvimos dentro de la Iglesia Católica, pero que no nos vimos satisfechos espiritualmente”, agrega.
La mayor parte de los fieles de este culto tratan de desestigmatizar su práctica religiosa. Les molesta que la gente en general –por falta de conocimiento, dicen algunos de ellos-, piense que la adoración a la Santa Muerte es un culto de narcos o de presidiarios.
“Es cierto que el culto nace en nuestro país, allá por los años 60, cuando comenzaba el narcotráfico”, explica José Antonio con la parsimonia de un sacerdote. “Y también es cierto que los primeros impulsores de esta fe no fueron los narcos, sino los policías. Por el riesgo permanente de su trabajo se comenzaron a encomendar a la Santa Muerte. Muchos policías del Distrito Federal acudieron a Catemaco, Veracruz, a pedir protección en su trabajo. Allí nace el culto”.
El sacerdote narra que es hasta mediados de la década de los 80, cuando en algunas cárceles del país se comienza con la práctica religiosa de adoración a la Santa Muerte, a la que se le asocia con poder y violencia.
Por eso en algunas imágenes de la “niñita” aparecen como símbolos dinero y armas de fuego, agrega.
Consecuentemente, el imaginario colectivo atribuye los símbolos del poder y la violencia a la vida de los narcos, por eso se establece como una religión de ese sector social, pero la adoración a la muerte no es exclusiva de nadie.
“Porque la muerte no es exclusiva de nadie tampoco”, indica José Antonio.
La distorsión del imaginario colectivo le ha atribuido a este culto la pertenencia social del narco, por esa razón, durante el sexenio pasado las partidas de militares que arribaron a la zona para encarar a los grupos del narcotráfico comenzaron a destruir templos de culto a la Santa Muerte, recuerda, como si con ello menguaran la presencia del crimen organizado.
Las Fuerzas Federales destrozaron templos de culto, la mayoría de ellos funcionando en pequeñas capillas improvisadas en domicilios particulares o en ermitas en áreas comunes en cerros.
Esas acciones fueron de los principales hechos que permitieron que la población repudiara la llamada guerra contra el narco impulsada por la administración de Felipe Calderón.
Durante la “Guerra de Calderón” se destruyeron 22 capillas en todo el estado de Michoacán, asegura José Antonio Montoya, pero más allá de la destrucción, lo único que se hizo fue fortalecer la fe de los creyentes, quienes improvisaron imágenes y pequeños altares en sus casas para seguir con el culto.
“Eso vino a fortalecer nuestra fe y crecimiento de los fieles”, recalca.
‘A la santita le gusta el tequila’
No hay una ceremonia oficial para celebrar el culto a la Santa Muerte, cada quien lo hace en la forma que quiere expresar su devoción, explica el sacerdote José Antonio.
Hay gente que llega al templo y solo platica con la imagen de la “niñita”, pero hay quienes cada semana o cada mes le llevan mariachi y ofrecen comida a los visitantes, y hacen una fiesta permanente de su fue.
“A la santita le gusta el tequila, todo tipo de fruta, le gusta que le pongan en el altar algunas latas de cerveza, cajetillas de cigarro. También hay gente que le pone incienso y le deja muchas flores, principalmente blancas. Pero lo que nunca se debe hacer con la Santa Muerte es prometerle ofrendas y no traerle. A ella eso no le gusta y entonces se molesta”, indica.
No hay un día de celebración oficial, pero la mayor parte de los fieles acostumbran visitarla con mayor frecuencia durante el mes de noviembre, en las fechas cercanas al Día de los Muertos.
“Es la fecha en que se celebra la muerte en todo nuestro estado y es cuando todos, sin saberlo están haciendo una adoración a la Santa Muerte. Hasta la Iglesia Católica”, concluye.