Cuando en el mundo se habla de la desaparición de los libros de papel, en la Ciudad de México cinco bibliotecas personales desafían la era digital y pretenden ser el puente entre los libros convencionales y las nubes virtuales.
En el centro de la Ciudad de México La Ciudadela, un majestuoso edificio colonial construido originalmente para ser fábrica de tabaco, recibe 216 mil ejemplares de cinco coleccionistas y conocidos hombres de letras y se vuelve la nube a la que se podrán conectar miles de bibliotecas de todo el país.
Las bibliotecas personales del escritor Carlos Monsiváis, los poetas Alí Chumacero y Jaime García Terrés, el crítico literario José Luis Martínez, y el académico y erudito Antonio Castro Leal, tendrán cada una un espacio diseñado para la consulta de sus colecciones.
El conglomerado conocido como La Ciudad de los Libros es uno de los proyectos que pretende convertir a México en la “Plataforma Intelectual del Español”.
“Somos el país con el mayor número de hispanoparlantes, que tiene como vecino al país número dos con hablantes en español. ”, dice Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Crear la Ciudad de los libros
En 2009 Conaculta compró la colección de 73 mil volúmenes del bibliómano y bibliófilo José Luis Martínez, un crítico, ensayista y erudito que dirigió la editorial del estado Fondo de Cultura Económica y que había fallecido dos años antes. Los libros raros y antiguos eran uno de los valores de la biblioteca, pero Sáizar explica que el conjunto de libros tiene un valor como colección.
Con esa colección, Conaculta decidió empezar La Ciudad de los Libros y alojarla en La Ciudadela.
En ese gran edificio con cuatro patios de principios del siglo XIX, el arquitecto Alejandro Sánchez diseñó un espacio lleno de luz con libreros en madera clara y una distribución que trató de respetar la que la colección tenía en la residencia original.
Llegaron después las bibliotecas personales de García Terrés y Castro Leal. La primera, una biblioteca más pequeña porque el autor solo ingresó lo que consideraba significativo para sus intereses.
“Es una biblioteca muy escogida, muy selecta. Hay literatura mexicana, español, poética, psicoanálisis, esoterismo”, explica García.
A la de Castro Leal, de 50 mil volúmenes, CONACULTA logró llegar a tiempo antes de que el acervo, que tenía 30 años en venta, se perdiera. En el 2010, durante el proceso de adquisición de bibliotecas, fallecieron dos grandes escritores mexicanos: Alí Chumacero y Carlos Monsiváis, ambos coleccionistas y bibliómanos.
“Con Alí Chumacero ya lo había empezado a platicar, con Carlos (Monsiváis) había platicado el proyecto, pero no que su biblioteca estuviera ahí”, dice Saízar.
A diferencia de la colección Castro Leal que tiene una oferta literaria de principios del siglo XX y de los de los contemporáneos Martínez, donde hay muchos libros de historia, García Terrés, con poesía, y Chumacero, literatura, la biblioteca de Monsiváis es la de un hombre de finales del siglo XX.
“Alguien dijo que era el primer norteamericano nacido en México”, bromea Sáizar sobre el lector bilingüe Monsiváis. “Fue un extraordinario lector de poesía, voraz conocedor de cine, tenía un gran gusto por la fotografía, tiene una colección importante de libros de arte, una hemeroteca muy respetable”.
Cada biblioteca fue diseñada por un arquitecto y cada una alberga la obra que un artista creó especialmente para ese espacio. Cada una encapsula a la perfección la personalidad de su dueño.
La esperada biblioteca de Monsiváis, que representará un poco del laberinto que formaban los libros en la casa del escritor, tendrá en su interior un tapete con un diseño de gatos, obra del artista Francisco Toledo.
Fuente: AP.
Ciudad Digital
La Ciudad de los Libros pretende llegar a todas las ciudades donde existen bibliotecas públicas de Conaculta, una red de 7 mil 500 bibliotecas, para lo que se están digitalizando todos los libros de los acervos que ya no están sujetos a derechos de autor.
“Se está digitalizando en tres niveles, el texto, las dedicatorias y las anotaciones al margen, y los libros a los que remiten”, explica Sáizar.
Hasta ahora el proceso de digitalización va por 60 por ciento. Cuando un lector llega a la biblioteca José Luis Martínez, lo primero que le ofrecen es un iPad. Es parte del doble formato de la biblioteca: el catálogo se consulta en línea y los libros se pueden tomar del librero, olerlos y leerlos en papel, o, si está disponible en formato digital, leerlo con los beneficios que proporciona el dispositivo de Apple.
Es parte del cerebro de la palabra, un proyecto de digitalización de libros de bibliotecas públicas que comprende también apps sobre obras como “Muerte sin fin” de José Gorostiza o “Blanco”, de Octavio Paz.
“Es la democratización de la investigación y el conocimiento”, expresa Sáizar. “La biblioteca no se queda solo en el papel, empieza a adquirir otra dimensión. Creo que lo mejor está por venir, cuando los estudiosos empiecen a relacionar qué libro no tiene uno, o qué tienen en común unos y otros”.