Tan indómito como dicharachero, al sacerdote de Chucándiro no lo ha podido doblegar nadie. Ni la dura disciplina del cardenal Alberto Suárez Inda, ni –en su momento- los intentos de soborno de Nazario Moreno, el jefe de Los Templarios.
Al padre J. Jesús Alfredo Gallegos le preocupan otras cosas: le duele la desigualdad, la corrupción, el desamor del gobierno por su pueblo, el hoyo en el que está sumido el país.
El “padre pistolas” tiene bien claras sus prioridades, asegura que a sus 64 años de edad es tiempo de preocuparse más por la próstata que por las reacciones que pueden tener sus opiniones públicas.
No le da miedo decir lo que piensa. Por eso no se limita al hablar. Dice lo que siente. Es llano y directo. No oculta su desconfianza en los políticos tanto como no niega que le gusten las mujeres, aunque aclara “a ninguna le he agarrado las nalgas, ni le he faltado al respeto”.
El apodo de “padre pistolas” lo tiene desde muchacho, cuando era párroco de Parácuaro.
“Desde niño cargué pistola y rifle. En el seminario no, porque no me lo permitieron, y ahora, como soy del México profundo y ando en puro pinche rancho pistolero, tengo que andar armado. En un rancho si no tienes pistola te roban tus vacas y se cogen a tu mujer, a tus hijas… y hasta a ti”.
La fama del padre J. Jesús Gallegos ha trascendido a la par de sus “sermones incendiarios” que son dardos punzantes para el sistema político mexicano. Él mismo reconoce que no se separa nunca de su pistola .45 con dos cargadores abastecidos al cinto, que al igual que los rezos a Dios y a la Virgen de Guadalupe, dice, lo libran de todo mal.
El “padre pistolas” nació el 9 de julio de 1951 en la localidad de Tarimoro, Guanajuato. Desde muy niño le nació la vocación religiosa. En 1966, se incorporó al seminario en donde estuvo 12 años, para luego sumarse a los misioneros Combonianos, donde definió su causa “Ad Gentes”, traducida en trabajo al servicio de los más necesitados.
Llegó de manera “temporal” a Acámbaro, Guanajuato, en donde –con el cariño de la gente- permaneció 25 años. Posteriormente fue cambiado, como castigo, a la comunidad de Chucándiro, Michoacán.
Todos lo conocen más por su apodo que por su nombre de pila. Después de todo, el nombre se lo pusieron, pero el apodo se lo ganó.
El título de “padre pistolas” se remonta a cuando una vez Cruz Lizárraga lo invitó a cantar en una kermés en el pueblo de Parácuaro.
“Allí había un muchacho homosexual que se llamaba Miguel Malangón”, cuenta el clérigo con un brillo especial en los ojos, “me comenzó a dedicar canciones, y decía: ‘Esta canción es para el padre del pistolón… Ahora, esta canción es para el padre pistolas que esta reguapo´, y entonces toda la gente me comenzó a decir así, y así se me quedó”.
No era santo de su devoción
El “padre pistolas” deja ver que el excomisionado Alfredo Castillo nunca fue santo de su devoción. Lo dice claro y fuerte.
“Yo lo vengo diciendo desde hace meses: ese comisionado que mandaron, nomás vino a robar, ¿dónde están los millones de dólares? ¿Dónde están las miles de toneladas de fiero que iban a vender? ¿A nombre de quien están esas minas que les quitó al narco? El padre Goyo, que es igual o más hocicón que yo, pos’ se apendejó. Porque de paso, fue el comisionado el que lo mandó a la banca”.
Con índice de fuego
La fama de J. Jesús Alfredo Gallegos no es fortuita. Es el único sacerdote de la Iglesia Católica en México, y posiblemente en el mundo, que sin dejar de lado su espiritualidad y bondad social, trae pistola y reconoce la necesidad del uso de armas.
Siempre es necesaria una pistola, asegura.
“En todo el mundo está permitido usar un arma, menos en México. Si anduviéramos armados, estos cabrones (el crimen organizado) no se nos acercaban tanto, ni nos andaban secuestrando. A lo mejor no es una solución, pero si la policía está coludida con los narcos, y tú le hablas a la policía y los primeros que llegan son los narcos y te joden, ¿qué confianza se puede tener en la policía?”.
El culpable de la creciente ola de inseguridad en todo el país, es el Estado, dice sin titubeos. Si a la gente se le permitiera armarse, los delincuentes se la pensarían dos veces antes de atacar.
“Pero desde Echeverría para acá, nos desarman, no nos dejan ni un cortauñas. El año antepasado llego el Ejército, casa por casa, se llevó todas las pistolas y rifles que encontraron, sin orden judicial, cuando el artículo 14 constitucional dice que nadie puede ser molestado en su domicilio en sus propiedades o en su vehículo. Ese es el estado de derecho del que hablan los políticos”.
Reflexiona. Se queda silencio. Repasa en su cabeza lo que acaba de decir. Se envalentona y sigue: “Por eso no me quieren a mí, porque siempre alguien se molesta cuando me preguntan cosas y yo doy unas respuestas muy claras. Se molestan mucho cuando digo que la gente me dice que el día de las elecciones van a tachar las boletas y vas a escribir: ‘Chinguen a su madre’, porque están hasta el gorro de los políticos”.
Para el “padre pistolas” lo más triste de todo es que en México el gobierno tiene en la miseria a los campesinos.
“En lugar de pagar a 7 mil pesos la tonelada de maíz y sorgo, nos la pagaron a 4 mil pesos hace dos años, y ahora a mil 900 pesos. En cambio, el fertilizante está por las nubes. Se quedaron descapitalizados. Les pusieron en la madre a todos los pobres campesinos. Por eso dicen que les van a rayar la madre el día que voten. No quieren saber de ningún partido”, recalca.
Ni con Dios ni con el Diablo
El padre Gallegos, al lado del padre Gregorio López, son los únicos dos sacerdotes que abiertamente han cuestionado la intervención del Gobierno Federal en Michoacán.
El “padre pistolas” no se ha querido involucrar con los grupos de autodefensa. Los dos sacerdotes tiene contacto, pero a la distancia.
“Me mandó llamar el padre Goyo López, el padre de Apatzingán. Pobrecito, me mandó una camioneta blindada con 10 cabrones. Yo dije, ¿qué voy a hacer para allá?, yo en primer lugar defiendo mi sacerdocio a como dé lugar”. Es su forma de decir que declinó involucrarse con el grupo de civiles armados.
Aunque reconoce que el brote de las autodefensas en Michoacán fue una reacción natural de la gente. El pueblo tuvo que recurrir a su derecho a portar armas para defenderse de la delincuencia. Él cree en una autodefensa personal, hay algo de empatía con el movimiento, pero con sus asegunes.
“Yo celebro mis misas y confieso, y escribo y digo sermones muy bonitos, soy un hombre espiritual, respetuoso, no me emborracho, no robo, y si soy malhablado es porque nos hacen encabronar”.
El “padre pistolas” asegura que siempre se ha mantenido lejos de las tentaciones. Cuenta que en su momento Nazario Moreno Gonzalez, “El Chayo”, jefe del cártel de Los Caballeros Templarios, le manaba mensajes “tentadores” ofreciéndole sobornos y placeres.
“Me mandaba unas muchachas guapas, para tentarme. Me ofrecía dinero para mis obras y unas mujeres muy guapas que me iban a buscar para llevarme a pasear, pero con la gracia de Dios nunca caí en el pecado”.